Por: María y Sebastiano Fascetta (Allenza di famiglie).
El evangelio del primer domingo de Cuaresma nos invita a tomar conciencia de la tentación, de los mecanismos deshumanizantes y divisorios que habitan en nuestro corazón y condicionan nuestra manera de vivir la vocación cristiana, matrimonial, la vida familiar y las relaciones interpersonales. Aunque no nos demos cuenta, somos una maraña de luces y sombras.
Aunque deseamos hacer el bien, muchas veces no podemos hacerlo por las frecuentes regurgitaciones egoístas que afloran inexorablemente en nuestra vida (Rom 7, 20). Sucede, por ejemplo, que después de años de matrimonio, las microfracturas experimentadas a nivel relacional, cada vez más ignoradas y no afrontadas, explotan sorprendentemente, produciendo frutos de separación, dejando lugar a sentimientos de odio, venganza, rabia y ferocidad.
No es una cuestión de destino, sino un modo de ser y de vivir en el total desconocimiento y desatención del mundo interno y externo que nos constituye. En la escuela de Jesús, como familia, podemos detenernos, en este período cuaresmal para reencontrar momentos de calma interior y exterior (Is 30, 5; Lam 3, 26), contra cada prisa y aceleración, para comprender el valor de las cosas que hacemos, para verificar las motivaciones que inspiran nuestra manera de hablar, ver, vivir y actuar.
El Papa Francisco nos exhorta a estar atentos a las tentaciones de la apatía, la resignación y la desconfianza, «que cauterizan y paralizan el alma del pueblo creyente». Se trata de tres maneras erróneas de vivir las relaciones que a menudo pueden insinuarse también al interior de las familias, sobre todo cuando cedemos a la costumbre y al aburrimiento (apatía), a la sospecha y al miedo (desconfianza), a la falta de asombro ante el milagro del amor que se renueva cada día (resignación).
Si intensificamos la oración y la escucha de la Palabra de Dios, podemos encontrar la fuerza necesaria para alimentar actitudes de confianza y de estima, de alegría y de gratitud, de paciencia y de creatividad, dentro de la maravillosa aventura conyugal y familiar. Recuperar la dimensión de la verdad, de lo esencial, de lo que edifica, construye, hace crecer en el amor, en la acogida mutua, en el perdón y en la atención atenta y discreta, es más urgente que nunca para avanzar en el camino de la conversión y para perfeccionar el arte del discernimiento.
Que el Espíritu Santo, fiel compañero de Jesús, nos guíe con mayor intensidad en el tiempo del combate espiritual, para que resplandezca en nuestros corazones el Evangelio de Dios, la fuerza transformadora de la presencia amorosa y llena de ternura de Dios Padre. Probemos el dirigir nuestra mirada de fe a Cristo crucificado, tal vez repitiendo las palabras del profeta Jeremías: «Si me haces volver a ti, yo volveré, porque tú, Señor, eres mi Dios» (Jer 31,18).
Papa Francisco: «¿Por qué no contarle a Dios lo que perturba al corazón, o pedirle la fuerza para sanar las propias heridas, e implorar las luces que se necesitan para poder mantener el propio compromiso? […] La Palabra de Dios es fuente de vida y espiritualidad para la familia» (Amoris laetitia, n. 227).
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
𝘍𝘶𝘦 𝘵𝘦𝘯𝘵𝘢𝘥𝘰 𝘱𝘰𝘳 𝘚𝘢𝘵𝘢𝘯á𝘴 𝘺 𝘭𝘰𝘴 á𝘯𝘨𝘦𝘭𝘦𝘴 𝘭𝘦 𝘴𝘦𝘳𝘷í𝘢𝘯.
✠ Del santo Evangelio según san Marcos 1, 12-15
En aquel tiempo, el Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto, donde permaneció cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivió allí entre animales salvajes, y los ángeles le servían. Después de que arrestaron a Juan el Bautista, Jesús se fue a Galilea para predicar el Evangelio de Dios y decía: «Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio».
Palabra del Señor.