Por: Carlos Altamirano-Morales

Ayer, mientras esperaba a mi amigo Gustavo Peña, afuera del sitio donde nos encontraríamos para tomarnos un café y conversar, vi a una señora sentada en la banqueta que vendía artesanías. Entre las figuras que ella vendía había unas alcancías de barro en forma de cerdito o cochinito, que llamaron inmediatamente mi atención. Así que compré una.

Gustavo llegó cuando finalizaba la transacción y me preguntó si con la compra buscaba incentivar el ahorro en mis hijos. Le contesté automáticamente que sí, pero en realidad otra idea rondaba en mi cabeza.

Lo que esta graciosa figurita provocó en mí fue el asombro al darme cuenta del destino que tendrá si se usa correctamente para lo que fue hecha. Contrasté ese destino con el de otros objetos de uso cotidiano en el pasado, y cómo hemos invertido o volteado su importancia en nuestros tiempos.

Reflexioné en el destino que tienen hoy la mayor parte de artefactos como audífonos, teléfonos celulares, y demás, sobre todo si llegan a presentar alguna avería. Lo más seguro es que si mis audífonos sufrieran una avería hoy, compraría unos nuevos y tiraría los descompuestos, mientras que, en el tiempo de mis abuelos, e incluso de mis padres, seguramente ellos habrían hecho todo lo posible por arreglarlos primero. Si sus audífonos se hubieran averiado por unos cables sueltos, hubieran sacado un cautín eléctrico y soldadura y habrían tratado de soldar esos cables. Y hubieran tratado igual a cualquier aparato o máquina: si algo se descomponía, se arreglaba; no se le cambiaba o descartaba inmediatamente. El concepto de obsolescencia programada no se entendía.

Por el contrario, este cochinito de barro era uno de los pocos, poquísimos, objetos que tradicionalmente sí estaban destinados a descartarse una vez que cumplían el propósito para el que se habían elaborado. Curiosamente, hoy la mayor parte de las alcancías son de plástico y tienen una puerta inferior por la cual puede sacarse el dinero. Ya no son objetos descartables, mientras casi todo lo demás sí lo es. ¿Qué puede significar ese cambio? ¿Nos da lástima romper el gracioso cochinito, pero no nos da el mismo sentimiento el descartar nuestros audífonos, teléfonos o automóviles?

Me parece que, al menos uno de los significados tradicionales de estas cada vez más escasas alcancías descartables, es que su propósito principal no era guardar dinero por el hecho mismo de acumularlo, sino que ese ahorro tenía un fin, y ese fin era lo esencial. Si el dinero se ahorraba para un caramelo o para comprarle un regalo al padre, ese era el propósito principal, no el ahorro o la acumulación en sí. En ese sentido, me pregunto si no hemos cambiado un poco la visión y valoramos ahora más la envoltura, el ahorro y la acumulación en sí más que el propósito y fin para el cual guardamos el dinero. El ahorro, puesto como propósito principal, o la alcancía como lo permanente, me parece algo con poco sentido, que pierde su identidad, y hasta un poco alienado y alienante.

Y tal vez lo mismo pasa con nuestra vida. ¿No nos estaremos esforzando tanto por conservarla que estemos al final perdiendo el sentido para el cual nos fue dada? ¿No estaremos valorando más la envoltura que el propósito final, y con esto quitándole el sentido e identidad a nuestra vida, y haciéndola alienada y alienante? Claro que la envoltura es valiosa y simpática, pero lo es por darnos la oportunidad de cumplir una misión, y con ello la oportunidad de una vida plena. «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos», dice Jesús en el evangelio según San Juan. Esta alcancía de barro con forma de cochinito, y sin puerta inferior, me recordó de alguna manera esta frase. Quizá nuestra vida no está hecha solo para nosotros y quizá solo cobra su sentido final cuando se rompe por algún fin mayor.

Sé que no soy el primero que reflexiona sobre esto con las alcancías de barro, pero igual estoy por regalarle este cochinito a mi hijo menor y espero ver su reacción cuando lo vea y se entere de su funcionamiento. Seguramente, su respuesta también me enseñará algo más.

2 de enero de 2022.

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