CIELO, ETERNIDAD Y PERFECCIÓN: REFLEXIONES DE UN PADRE DE FAMILIA EN APRIETOS
Por: Carlos Altamirano-Morales
PALABRAS Y COSMOVISIÓN
Al iniciar mi estudio y reflexión sobre el significado de la palabra cielo, así como de otras relacionadas como eternidad y perfección, en diversas cosmovisiones occidentales históricas, tuve la oportunidad de encontrar fuentes de información que me facilitaron la tarea y que me fueron muy valiosas. Entre ellas se encuentran libros como La imagen descartada, de C. S. Lewis, novelista y profesor de literatura medieval y renacentista de la Universidad de Oxford, y conferencias como la titulada Cosmología, brindada por el doctor especializado en ciencias planetarias y hermano jesuita, Guy Consolmagno, S. J., en el Colegio de Ciencia de la Universidad de Arizona en 2011.
Por la presencia e influencia de fuentes de información como las mencionadas, aclaro que con este libro no pretendo desarrollar ideas innovadoras ni aspiro a «inventar el hilo negro». Quien quiera un conocimiento técnico o académico formal y avanzado sobre estas materias puede acudir directamente a esas fuentes y a otras similares. Más bien, como aficionado a temas de lingüística, de historia, de cosmovisiones y de teología, pero sobre todo como un padre que quiere orientar lo mejor que puede a sus hijos en estos asuntos que atañen a cualquiera, mis propósitos en este libro son: (1) conocer o repasar, y luego profundizar y reflexionar sobre el significado de ciertos conceptos a través del tiempo y a través de algunas cosmovisiones, (2) compartir mis reflexiones y razonamientos al respecto, y (3) argumentar y soportar mi opinión de que esos conceptos son aún útiles, valiosos, y dignos de mantenerse en uso y de seguir desarrollando su alcance. Pues si bien, es fácil encontrar definiciones y exposiciones sobre estas palabras, su significado no es obvio al inicio para muchos de nosotros en la actualidad.
Empiezo así reconociendo que las palabras son unidades lingüísticas, signos de expresión y comunicación cuyo significado está determinado o es enriquecido en gran parte por el contexto cultural y la cosmovisión de la sociedad en la que se presentan. Y en muchos casos, sirven no solo para representar algo, sino para ayudarnos a tomar una posición o a orientarnos con respecto a aquello a lo que hacen referencia. Por ello, cuando la cosmovisión de una sociedad cambia, el significado original de ciertas palabras puede ser borroso, enmascararse, esconderse, cambiar o perderse. Curiosamente, algunas palabras resisten estos cambios y pueden utilizarse aún en la nueva cosmovisión, pero de una manera tal que las personas ya no distinguen un significado en ellas fuera de sí mismas. El significante aparentemente se convierte poco a poco en significado, pero en un significado difícil de definir por estar desconectado del original. Ya no es tan sencillo no solo encontrarle sentido al significado de ciertas palabras, sino orientarse o tomar una posición con respecto a ellas y a lo que hacen referencia. Se termina por definirlas solo en relación con supuestos sinónimos y se les adjudica luego los significados de esos presuntos sinónimos. Esto puede crear confusión, dificultad para encontrarles utilidad o incluso deseos de abandonar el uso de esas palabras, aún dentro del contexto o ámbito en el que surgieron. En lugar de que el lenguaje y vocabulario crezca, tendemos, en el mejor de los casos, a conformarnos con cambiar una palabra vieja por una nueva, o bien, en el peor de los casos, a reducir ese vocabulario y abandonar incluso el intento de reemplazo. Algo de esto puede pasar con palabras tales como cielo, eternidad y perfección.
Por ejemplo: ¿Qué significado tiene el cielo para los creyentes de hoy? ¿Es el mismo que el del cielo donde se encuentran el Sol, las demás estrellas, la Luna y los planetas? Y si hoy se distingue un cielo del otro, ¿en algún momento fue considerado el mismo? ¿Y qué decir de los escritos que hablan de «los cielos», en plural? ¿Cuáles son esos «cielos» y dónde están? ¿Qué relación tiene lo celestial con lo eterno y con lo perfecto? ¿Perfecto es meramente la ausencia de errores? ¿Qué entendemos por eterno? ¿Es lo mismo vida eterna que vivir para siempre, o por todos los años que el universo tiene por delante? ¿Siempre se pensó en el paraíso como en el «cielo», con nubes y seres con alas, o han existido otras formas de concebirlo?
Algunas de estas preguntas pueden venir no solo de escépticos o de adultos con la intención de ridiculizar las creencias religiosas de otros, sino de personas auténticamente interesadas en el tema, entre ellas nuestros propios hijos. Así, como en el ejemplo que mencioné en el capítulo anterior, si un padre compra un telescopio para ver el cielo, y sucede que la abuela acaba de fallecer y, por la fe compartida, la familia espera que ella haya «ido al cielo», ¿podrían utilizar el telescopio para verla? La respuesta sencilla y rápida es que no, porque no nos referimos al mismo cielo, pero entonces, una vez más, ¿por qué nombramos cielo a ambos?
Fig. 1. Paraíso y firmamento: ¿por qué nombramos cielo a ambos?
Esto se debe tanto a la visión cosmológica de la cultura en la que se desarrolló el concepto y se escribieron determinados textos, como a la cosmovisión de nuestra propia sociedad actual. Veamos brevemente qué entendemos por cosmología y por cosmovisión.
Cosmología significa literalmente palabras sobre el universo, o la razón que puede encontrarse en este: la lógica del cosmos. Se trata de un término que el filósofo alemán Christian Wolff elaboró, en el Siglo XVII, para describir el tipo de metafísica que tratara sobre la totalidad de lo existente: el conocimiento filosófico de las leyes generales que rigen al universo. Incluso, en su concepto original, la cosmología de Wolff pretendía estudiar la misma naturaleza y el ser del universo, no solo de la manera en que sus piezas funcionaban y estaban relacionadas. Sin embargo, el término cosmología ha cambiado, se ha vuelto más estrecho o específico, y se usa hoy principalmente para describir la parte de la astronomía que trata de las leyes generales sobre el origen y la evolución del universo. Observamos así que la palabra cambió, de ser un término filosófico, a ser un término científico. Por otra parte, empleamos actualmente más el término cosmovisión para referirnos al aspecto más amplio, a la visión, imagen o concepción global del universo que tiene cierta sociedad, cultura o escuela de pensamiento. Esta imagen o concepción global del universo, suele estar compuesta por la suma de determinadas percepciones, conceptualizaciones, valoraciones y supuestos sobre el entorno, sobre cómo funciona el universo. A su vez, esos supuestos pueden ser conscientes o inconscientes, por estar unidos estrechamente a la cultura, de manera que tienen influencia no solo en las respuestas que se obtienen sobre alguna cuestión de la realidad, sino en las mismas preguntas que se formulan.
Existen, de hecho, algunos supuestos en la ciencia moderna que a veces ignoramos. Por ejemplo, Guy Consolmagno S. J., menciona tres supuestos de la ciencia actual que vienen, o tienen gran influencia, de las civilizaciones griega y cristiana.
El primer supuesto es que el mundo es real, que no es un sueño ni una simulación virtual, como lo conciben algunas otras religiones o algunas creencias espirituales modernas, las cuales proponen que cada uno de nosotros construye un mundo para sí en la mente. Para estas creencias, «todo está en la mente», no tanto en una realidad común. O bien, argumentan que vivimos en una simulación digital o virtual creada por una supercomputadora al estilo de la película Matrix. Sin embargo, sin el supuesto de un mundo real y común, no tendría caso estudiar aspecto alguno de lo que consideramos como realidad, pues nunca llegaríamos a acuerdos, ya que cada persona tendría una realidad diferente en su mente, o estaríamos engañándonos en un mundo virtual. Por ello, la ciencia actual y el cristianismo siguen considerando que el mundo es real.
El segundo supuesto es que el mundo es inteligible, que funciona en forma ordenada y que el ser humano puede entenderlo; por lo que no es caótico o impredecible; y no nació por un descuido, por un capricho o por una guerra, como lo mencionaban algunas otras religiones y mitos antiguos. Al parecer, la inteligibilidad que se descubrió en el mundo natural empezó a ser considerada generalmente con una imagen animada, como cuando tratamos de entender y predecir el comportamiento de un animal. Por ejemplo, podemos predecir hasta cierto punto el comportamiento de nuestro perro cuando le servimos su comida o cuando llegamos a casa, pero lo cierto es que no siempre atinamos al cien por ciento. De la misma manera, muchas culturas antiguas empezaron a reconocer ciertos patrones en la naturaleza, patrones que eran inteligibles, pero que al final aún se consideraban caprichosos. Luego de la revolución científica y sobre todo a partir del siglo diecisiete, la imagen de la naturaleza cambió de una animalista a una completamente mecanicista. El mundo se consideró como una fría pieza de relojería fina, en la cual podrían predecirse con exactitud y precisión todos sus movimientos siempre, si se contaba con la información suficiente. Sin embargo, en del siglo veinte, la imagen mecanicista no pudo sostenerse y empezó a cambiar, al menos al nivel de las partículas subatómicas, por escenarios ya no exactos y precisos, sino probabilísticos. Aun así, la inteligibilidad de esos escenarios sigue asumiéndose, al poder estudiarse y expresarse por medio de un lenguaje matemático.
Finalmente, el tercer supuesto es que el querer conocer y entender el mundo es algo bueno, que vale la pena. Esto implica que tanto el mundo como nuestro intelecto son buenos; pues tenemos la esperanza de obtener algo favorable al estudiar la realidad. Si no fuera así, estudiar el entorno sería algo poco valioso para nosotros, y tal vez hasta peligroso. Otra vez, este es un supuesto que no todas las religiones han considerado o consideran así, e incluso hoy hay grupos que ven al conocimiento de la naturaleza como una amenaza. No obstante, tanto el cristianismo como la civilización griega, en general, sí consideraron al conocimiento de la realidad como algo bueno.
Y estos tres supuestos son eso, supuestos, axiomas, que al sustentar a la ciencia están fuera de esta, y que no pueden ser probados científicamente de acuerdo con los métodos y criterios actuales de esta actividad. En todo caso, esos supuestos pueden ser tratados y considerados más por la filosofía que por la ciencia. No obstante, podemos notar que tenemos estos supuestos y que forman parte de nuestra cosmovisión, por lo que es importante ser conscientes de ello.
EVOLUCIÓN Y EVOLUCIÓN DE CONCEPTOS
Debe tenerse en cuenta también que los conceptos evolucionan, pero ¿cómo entendemos esa evolución? Desde que se publicó el libro sobre el origen de las especies de Charles Darwin, el término evolución ha sido empleado a menudo en forma simplista o incorrecta por personas en áreas del saber distintas a la biología, y eso ha dado lugar a mitos e interpretaciones erróneas. Por ejemplo, es común que se asuma que la evolución implica necesariamente el reemplazo de lo viejo por lo nuevo, que lo nuevo tiene más oportunidades de sobrevivencia que lo viejo, que lo viejo necesariamente se extingue, que adaptación es lo mismo que aceptación, que el progreso del sistema lo marca lo más nuevo, y que por ello lo nuevo es superior. Todo esto resulta al considerar equivocadamente a la evolución como un proceso simple de crecimiento en una sola línea.
Sin embargo, la observación de la naturaleza nos indica que la evolución consiste más bien en un crecimiento en forma ramificada o arborescente, en el cual las nuevas ramas pueden convivir con otras más distantes y antiguas. Esto origina un sistema más complejo y diverso, que permite la coexistencia de formas nuevas con formas antiguas, de criaturas nuevas con criaturas ancestrales, y de ideas novedosas con ideas tradicionales, sin que alguna de ellas tenga una ventaja asegurada ante escenarios nuevos y desconocidos. Pensemos por ejemplo en mamíferos complejos como los seres humanos, que coexisten con otros animales más antiguos y simples, como los reptiles, los anfibios o los insectos, o con las plantas, o inclusive con bacterias, sin que la existencia del organismo más nuevo y complejo conlleve la extinción de los demás, ni le dé más oportunidades de sobrevivir ante un cambio inesperado en el entorno. Esto puede ocurrir también con las sociedades, con las cosmovisiones, con las ideas, con los métodos, con los conceptos y con las palabras. Es claro que existen algunas formas que se extinguen, pero, en general, el sistema crece en complejidad, con un mayor número de formas diversas que conviven entre sí (ver figura 2).
Fig. 2. Diferencias entre concepciones de la evolución como una línea simple y como un árbol.
Más aún, la adaptación a las nuevas situaciones resulta a veces en criaturas más complejas en sí. Sin embargo, la adaptación tampoco significa necesariamente la aceptación de esa mayor complejidad, sino más bien significa la sobrevivencia. Esta sobrevivencia puede, en unas ocasiones, incluir el aceptar las nuevas condiciones, pero en otros casos puede significar incluso una resistencia a ellas. Por ello, es posible sobrevivir por medio de una estrategia de resistencia. Tanto la resistencia como la aceptación pueden ser formas de adaptarse a una nueva realidad. Y la selección natural, puede beneficiar tanto a las criaturas que aceptan un cambio como a las que lo resisten, mientras que ambas puedan hacer los ajustes necesarios para sobrevivir en el entorno nuevo.
Por lo anterior, ante una realidad nueva, una forma o una criatura «más evolucionada», o más compleja, no necesariamente asegura su éxito sobre una «menos evolucionada», que también está adaptada o sobrevive a las situaciones actuales, aunque de diferente manera. Una criatura «menos evolucionada» podría incluso adaptarse mejor a condiciones nuevas en comparación con una criatura «más evolucionada». Por ejemplo, es posible que una cucaracha o un cocodrilo, aunque sean especies con millones de años de existencia más que los seres humanos, y en apariencia sean «menos evolucionadas», puedan tener más posibilidades de sobrevivir que nosotros ante ciertos cambios del ambiente. Esto se debe, en parte, a que tienen más experiencia en sobrevivir a modificaciones del entorno. Una vez más, esto puede suceder también con las sociedades, las cosmovisiones, las ideas, los métodos, los conceptos y las palabras.
Al verlo de esta manera, el progreso o evolución del sistema lo marca no solo lo más nuevo, sino el escenario de una mayor complejidad del conjunto, dada por la coexistencia de formas nuevas y antiguas. Y esta evolución indica una forma de selección y de adaptación o sobrevivencia, ya sea por aceptación o por resistencia, ante condiciones más complejas y diversas. De forma análoga, las sociedades, las cosmovisiones, las ideas, los métodos, los conceptos y las palabras cambian y evolucionan con el tiempo, pero esto no implica necesariamente que las formas más antiguas se deban extinguir, ni que las nuevas tengan su futuro asegurado. No tenemos que reemplazar lo antiguo solo porque se opone a lo nuevo, ni tenemos que aceptar todo lo novedoso solo por serlo. Más bien, la tendencia natural de la evolución parece ser el crecimiento por medio de una mayor y creciente coexistencia de lo antiguo con lo nuevo en un ambiente de mayor complejidad. Por ello, es importante conocer o reconocer esos conceptos que han logrado sobrevivir a lo largo del tiempo y de diferentes culturas y cosmovisiones. Entre estos conceptos están cielo, eternidad y perfección. Si han sobrevivido a tantos cambios en el entorno, posiblemente sea porque siguen siendo valiosos y porque lo seguirán siendo para nuestros descendientes.
Este escrito es parte del libro Cielo, eternidad y perfección: reflexiones de un padre de familia en aprietos sobre elementos de la cosmología en los orígenes del cristianismo, de Carlos Altamirano-Morales (2023).
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