Por: Ermelinda y Franco Cidonelli (Alleanza di famiglie).
El evangelio de este domingo pareciera ser un evangelio para vivir como familia y no «en la familia», porque habla de comportamientos a tener con quienes nos odian, nos maldicen, nos maltratan, nos golpean, nos arrancan lo que tenemos (el manto), que son nuestros enemigos.
Ciertamente, es algo para vivir como familia respecto a los demás, pero tal vez también sea un recordatorio para vivir «en la familia» nuestra vocación de ser reflejo del amor eterno, gratuito e infinito de Dios, que no ama solo a quien corresponde, sino que ama incluso cuando no es correspondido; un amor que invierte a fondo perdido, esto es, sin esperar nada, que sabe dar lo que desearía para sí mismo aunque no lo reciba. Y así, nos indica concretamente el camino de la misericordia que renuncia a juzgar al cónyuge o a los hijos y ama; que no condena al otro que ve equivocarse, sino que sabe disculparlo; que sabe perdonar porque se sabe perdonado; que sabe dar aunque no reciba, con la certeza de que hay Alguien que nos dará la medida sobreabundante, para poder seguir amando y dando sin medida.
Y si incluso el cónyuge o el hijo llegaran a ser quienes nos odian, nos maltratan, nos maldicen o nos desgarran la túnica o el corazón, aun entonces podemos elegir amar.
Es fácil amar cuando nos sentimos amados (incluso los pecadores lo hacen); se vuelve difícil cuando no nos sentimos comprendidos, respetados, amados. ¿Imposible? Humanamente, sí.
Pero nosotros, esposos cristianos, podemos confiar en el Espíritu Santo que nos fue dado en el sacramento del matrimonio, que nos hace capaces de amar como Cristo nos ama.
Dios confía en nosotros, y nosotros también queremos confiar en el poder de su Espíritu, que nos hace ir más allá de nuestras fragilidades y elegir, en cada situación, amar como Cristo nos ama, para ser testigos de su amor eterno y vivir en su alegría.
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso
✠ Del santo Evangelio según san Lucas 6, 27-38
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difaman. Al que te golpee en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica. Al que te pida, dale; y al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Traten a los demás como quieran que los traten a ustedes; porque si aman sólo a los que los aman, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores aman a quienes los aman. Si hacen el bien sólo a los que les hacen el bien, ¿qué tiene de extraordinario? Lo mismo hacen los pecadores. Si prestan solamente cuando esperan cobrar, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores prestan a otros pecadores, con la intención de cobrárselo después. Ustedes, en cambio, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar recompensa. Así tendrán un gran premio y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno hasta con los malos y los ingratos. Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará: recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Porque con la misma medida con que midan, serán medidos».
Palabra del Señor.