Por: Alessandra y Luca Monsecato (Alleanza di famiglie).
En el evangelio de este domingo, Jesús cura al ciego Bartimeo, confinado en los márgenes de la sociedad y aislado a causa de su discapacidad. El relato de Marcos sobre este milagro nos lleva a meditar sobre la condición de ceguera que afecta a cada uno de nosotros y que no perdona a nuestras familias y matrimonios.
Reconocer y admitir que estamos ciegos es, sin duda, una condición necesaria para pedir ser curados. Sólo Jesús puede iluminar nuestra mirada y permitirnos ver a las personas que cotidianamente están a nuestro lado bajo una luz diferente.
Bartimeo clama, grita insistentemente y le pide a Jesús que lo cure. Las familias deberíamos aprender a clamar con más frecuencia: a gritar a Jesús que queremos ser curados y que sólo Él, el Señor de nuestras vidas, puede hacer esto. Jesús siempre escucha nuestro grito de sufrimiento y siempre obra en nuestras vidas: tiene el poder de darnos una mirada nueva, una mirada de misericordia que nos permite liberarnos de las divisiones, de la dureza del corazón, haciéndonos capaces de reconocer que la familia y sus componentes son canales de gracia, a través de los cuales se cumple nuestra historia de salvación.
Bartimeo responde inmediatamente a la llamada de Jesús y arroja al suelo su manto, abandonando todo lo que le impide dejar entrar a Jesús en su vida. Preguntémonos, pues, cuáles son los lastres que nos impiden a los esposos y a las familias de las cuales somos parte en el encuentro con Cristo, impidiéndonos renovar diariamente el pacto de alianza que Jesús ha hecho con nosotros en virtud del sacramento del matrimonio.
Desgraciadamente, la oscuridad, dictada por nuestro egoísmo y por nuestras miserias, nos lleva a menudo a percibir a nuestro cónyuge y a nuestros hijos como un obstáculo para la realización personal, terminando por buscar la felicidad en otras direcciones.
Otras veces, sin embargo, tenemos la pretensión de controlar a nuestros familiares y pensamos que, sin nosotros, no son capaces de gestionar su propia vida, como si quisiéramos sustituir a Dios en su operación.
¡Pidamos, pues, al Espíritu Santo que ilumine nuestra vista, para poder mirar cada día con ojos nuevos al esposo y a la esposa que Él ha querido al lado de nosotros, y así redescubrir la belleza de una vida familiar que resplandece con la luz de Dios!
Señor Jesús, da a nuestras familias miradas nuevas, que, a través del filtro de tu amor, sepan leer el mundo con los colores de Dios Padre.
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
Maestro, que pueda ver.
✠ Del santo Evangelio según san Marcos 10, 46-52
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó en compañía de sus discípulos y de mucha gente, un ciego, llamado Bartimeo, se hallaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que el que pasaba era Jesús Nazareno, comenzó a gritar: «¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!». Muchos lo reprendían para que se callara, pero él seguía gritando todavía más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se detuvo entonces y dijo: «Llámenlo». Y llamaron al ciego, diciéndole: «¡Ánimo! Levántate, porque él te llama». El ciego tiró su manto; de un salto se puso en pie y se acercó a Jesús. Entonces le dijo Jesús: «¿Qué quieres que haga por ti?». El ciego le contestó: «Maestro, que pueda ver». Jesús le dijo: «Vete; tu fe te ha salvado». Al momento recobró la vista y comenzó a seguirlo por el camino.
Palabra del Señor.