Pidamos al Espíritu Santo la gracia de una fe cada vez más grande, más verdadera y más viva

Por: Ivana y Giovanni Granatelli (Alleanza di famiglie)

Queridos hermanos y hermanas, queridos esposos y queridas familias amadas por el Señor:
En este domingo estamos invitados a detenernos en una página del evangelio que conmueve el corazón: una mamá desesperada por la situación lamentable en la que se encuentra su pequeña hija implora a Jesús que le haga un milagro, para liberar, curar y sanar a su hija de lo maligno que la atormenta y que la priva tanto de la alegría como de la paz. Al principio Jesús parece vacilar, pero luego, impresionado por las sentidas palabras de la mujer, cede frente a su gran fe. Su amor incontenible transborda hasta el punto que como un río en crecida alcanza a la niña, liberándola y curándola completamente. Esta madre que no asistía a la sinagoga, que probablemente no era una mujer de oración, más bien adoraba ídolos y divinidades paganas. Sin embargo, tiene la certeza de que el Señor ama a todos sin distinción y que sus entrañas se estremecen de compasión, de ternura y de amor por todos sus criaturas y por cada uno de sus hijos. Jesús nos ama con el mismo amor del Padre.

El amor de Jesús por todos, por cada matrimonio y por cada familia, es un amor visceral, fuerte, misericordioso, que entra en los pliegues y heridas de nuestra vida personal y familiar para sanarnos, liberarnos, curarnos y hacer nuevas todas las cosas.

Hoy también nosotros, los matrimonios y las familias cristianas, estamos llamados a imitar la fe de esta mujer. Pidamos al Espíritu Santo la gracia de una fe cada vez más grande, más verdadera y más viva. Acerquémonos también nosotros hoy a Jesús y entreguémosle nuestra difícil situación, esa situación que aflige a nuestro matrimonio, que angustia y divide a nuestra familia, esa espina clavada en nuestro costado que no nos da paz, que sangrándonos, consume nuestras fuerzas y nos quita la serenidad y la vida. Supliquemos a Jesús con fe, insistamos, persistamos y perseveremos abandonándonos a Él, seguros de ser escuchados. Somos conscientes que a veces no somos dignos de ser escuchados y sabemos que estamos llenos de pecados y que vivimos alejados de la gracia, pero debemos estar seguros de una cosa, que solo Jesús puede cambiar nuestro destino.

Señor, te presentamos nuestro dolor, las penalidades, los sufrimientos, las cadenas, las tinieblas, el desánimo, la desesperación, las humillaciones y la soledad de tantas de nuestras familias, y como la mujer del evangelio queremos gritar: «Ten compasión». Queremos reconocerte como Señor, seguirte y postrarnos a tus pies para decirte con todo el corazón y con toda la fuerza: «¡Señor, ayúdanos!».
Creemos que aún mayor que nuestra miseria es tu misericordia, que tu compasión y tu amor son infinitos y son para todos, y que el bien vence siempre al mal. ¡Obra para nosotros el mismo prodigio! ¡Deseamos aún muchas migajas de curación, de liberación, de consolación, de conversión, de milagro! ¡Señor, no tardes!

…Aquí Tú nos preparas una mesa, «un festín de manjares suculentos, un banquete de manjares deliciosos»…
¡Maravilloso eres Jesús! Amén. Aleluya.

(Traducido del original en italiano).

EVANGELIO
Mt 15, 21-28.
𝘔𝘶𝘫𝘦𝘳, ¡𝘲𝘶é 𝘨𝘳𝘢𝘯𝘥𝘦 𝘦𝘴 𝘵𝘶 𝘧𝘦!
✠ Del santo Evangelio según san Mateo.
En aquel tiempo, Jesús se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: «Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio». Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se acercaron y le rogaban: «Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros». Él les contestó: «Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel».
Ella se acercó entonces a Jesús, y postrada ante él, le dijo: «¡Señor, ayúdame!» Él le respondió: «No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos». Pero ella replicó: «Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos». Entonces Jesús le respondió: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas». Y en aquel mismo instante quedó curada su hija..
Palabra del Señor.

Ir al contenido