Por: Alessandra y Luca Monsecato (Alleanza di famiglie).
La página del evangelio de este domingo nos lleva de nuevo al lago de Tiberíades donde se encuentran Pedro y otros discípulos, vueltos a las fatigas de su antiguo trabajo. Tristes y desolados por no haber pescado nada, parecen estar a merced del fracaso y la incertidumbre que están viviendo.
Pero, he aquí que Jesús va a ese lugar, un lugar de fatiga y de amargura, transformando radicalmente la situación como sólo Él sabe y puede hacer. Las emociones de estos discípulos son las mismas que nos embargan a todos nosotros, cónyuges, padres e hijos, cuando tenemos la sensación de no lograr «pescar» nada, cuando vivimos el miedo al fracaso en las actividades y en las relaciones cotidianas, cuando los objetivos que nos ponemos son difíciles de alcanzar y de llevar a término.
¿Quién de nosotros no se ha sentido jamás un fracaso como cónyuge, o como padre, o como hijo? Basta poquísimo, una mala nota, una pelea, un problema en el trabajo o un malentendido, para cuestionar nuestras identidades familiares y de pareja.
La invitación que Jesús dirige a sus discípulos a «echar las redes» es una invitación directa a todos nosotros: «Confía en mí» parece decirnos. La verdad es que Jesús nunca nos deja solos e interviene en los lugares de nuestra vida: se vale de personas, situaciones, palabras y gestos para venir en nuestro socorro y reavivar la esperanza y la alegría de un nuevo inicio.
Cuando en familia llegamos a tocar la noche oscura, la tristeza y la desilusión, es precisamente cuando Jesús interviene y nos hace vivir la alegría de la Pascua. Los testimonios de tantísimas familias cristianas que han participado en el Vía Crucis con el Papa, nos han recordado cómo, en los momentos dolorosos, la luz de Cristo puede convertirse en luz de esperanza.
¡Solo cuando nuestros corazones se regocijan y se desbordan de la alegría de la Resurrección, podemos decir que somos verdaderamente familias «pascuales»! Seremos de este modo capaces de responder con un: «¡Sí, te amamos Señor Jesús!» a la pregunta que Jesús nos hace: «Familia, ¿me amas?».
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
Jesús tomó el pan y el pescado y se los dio a los discípulos.
✠ Del santo Evangelio según san Juan 21, 1-19
En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar». Ellos le respondieron: «También nosotros vamos contigo». Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada. Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿han pescado algo?». Ellos contestaron: «No». Entonces él les dijo: «Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces». Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados. Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: «Es el Señor». Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros. Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: «Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar». Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: «Vengan a almorzar». Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres?’, porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos. Después de almorzar le preguntó Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?» él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis corderos». Por segunda vez le preguntó: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» Él le respondió: «Sí, Señor; tú sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Pastorea mis ovejas». Por tercera vez le preguntó: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» Pedro se entristeció de que Jesús le hubiera preguntado por tercera vez si lo quería, y le contestó: «Señor, tú lo sabes todo; tú bien sabes que te quiero». Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas. Yo te aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías la ropa e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás los brazos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras». Esto se lo dijo para indicarle con que género de muerte habría de glorificar a Dios. Después le dijo: «Sígueme».
Palabra del Señor.