Por: Magdalena y Carlos Altamirano-Morales (DIFAM Zacatecas – Alleanza di famiglie).
El evangelio de este domingo nos muestra la primera señal milagrosa de Jesús, su primer milagro, signo de su identidad y de su misión. En este primer signo de la comunión de la divinidad y la humanidad, Jesús provee el vino en una boda local, asumiendo así el papel del novio, al cual le correspondía suministrar el vino. Él, el Dios de Israel hecho carne, es el novio que viene a casarse con su pueblo, con su Iglesia, como lo dijo el profeta Isaías en la primera lectura: «el Señor se ha complacido en ti y se ha desposado con tu tierra».
Que Dios quiera casarse con nosotros significa que quiere compartir su vida con nosotros de la manera más íntima posible, y por ello el vino es importante, pues es un símbolo de la exuberancia de la vida divina. Así que cuando María indica que el vino se acabó, se refiere también al agotamiento de la vida divina en los miembros de la comunidad, y a la consiguiente falta de alegría y gozo. Jesús ordena llenar las tinajas de agua, un líquido ordinario, y la convierte en vino abundante y de la mejor calidad. ¡Así es su amor y su generosidad al hacernos partícipes de su naturaleza divina!
Asimismo, la Iglesia nos recuerda que la presencia y la acción de Jesús en las bodas de Caná confirma «la bondad del matrimonio y el anuncio de que en adelante el matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo» (CIC 1613). Y por esto, la Iglesia considera que Jesús elevó el matrimonio a sacramento. Este es el significado del banquete de bodas de Caná, y es lo que debemos ver en un matrimonio: Un signo o sacramento de ese amor.
Por ello, nosotros los cónyuges no solo recibimos un sacramento, sino que nosotros mismos nos convertimos en un sacramento, en un signo visible del amor de Dios. Pero para que eso suceda y se cumpla esa misión, debemos aceptar y reconocer la necesidad de ese «vino nuevo», de esa exuberante vida divina que Jesús nos ofrece, que transforma lo ordinario de nuestros matrimonios en algo extraordinario, que convierte nuestros actos cotidianos, miradas, gestos y expresiones, nuestras alegrías, preocupaciones y penas, en algo divino, en signos del amor de Dios. Y como María, también nosotros debemos estar atentos al agotamiento y falta de ese vino en otros matrimonios y familias.
Presentemos a Jesús las tinajas con el agua de la vida cotidiana de nuestros matrimonios para que Él la transforme en «vino nuevo» y podamos decir como el salmista: «Cantemos la grandeza del Señor».
EVANGELIO
La primera señal milagrosa de Jesús, en Cana de Galilea.
✠ Del santo Evangelio según san Juan 2, 1-11
En aquel tiempo, hubo una boda en Cana de Galilea, a la cual asistió la madre de Jesús. Este y sus discípulos también fueron invitados. Como llegara a faltar el vino, María le dijo a Jesús: «Ya no tienen vino». Jesús le contestó: «Mujer, ¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no llega mi hora». Pero ella dijo a los que servían: «Hagan lo que él les diga». Había allí seis tinajas de piedra, de unos cien litros cada una, que servían para las purificaciones de los judíos. Jesús dijo a los que servían: «Llenen de agua esas tinajas». Y las llenaron hasta el borde. Entonces les dijo: «Saquen ahora un poco y llévenselo al mayordomo». Así lo hicieron, y en cuanto el mayordomo probó el agua convertida en vino, sin saber su procedencia, porque sólo los sirvientes la sabían, llamó al novio y le dijo: «Todo el mundo sirve primero el vino mejor, y cuando los invitados ya han bebido bastante, se sirve el corriente. Tú, en cambio, has guardado el vino mejor hasta ahora». Esto que Jesús hizo en Cana de Galilea fue la primera de sus señales milagrosas. Así mostró su gloria y sus discípulos creyeron en él.
Palabra del Señor.