Por: Filippa y Gino Passarello (Alleanza di famiglie).
Jesús ha multiplicado los panes para alimentar a la multitud que lo seguía, pero, a pesar de este milagro extraordinario, cuando afirma ser Él el verdadero pan que bajó del cielo, los judíos comienzan a murmurar porque presumen de conocer su origen.
Este es el gran problema: creer más allá de las apariencias, creer que Jesús es el hijo de Dios, confiar en su Palabra y seguirlo por el camino menos fácil de la cruz. El tema de la fe nos interpela también a nosotros, familias cristianas, y nos impone la pregunta: ¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Es la respuesta a nuestras necesidades o más bien el Dios hecho hombre que se hace pan por nosotros para que nosotros también le sigamos por el mismo camino? No hay duda de que es más fácil acogerlo cuando obra milagros que cuando nos pide que demos el salto de la fe, que amemos sin reservas, que muramos a nosotros mismos para construir el nosotros de la pareja y de la familia y llegar a ser, a su vez, pan para nuestro cónyuge, para nuestros hijos, pan para los hombres de nuestro tiempo.
Después del entusiasmo y los sueños, en cada relación de pareja se produce la fatiga acompañada no rara vez de amarguras y desilusiones, pero Jesús, como lo hizo con los discípulos de Emaús, se convierte en compañero de viaje, para recordarnos que no estamos solos, que hay un Pan capaz de renovar nuestro corazón y revigorizar nuestras fuerzas. Él es el Pan partido para nosotros, Él es quien nos abre a la lógica de la entrega y la gratuidad, y nos enseña que no hay otro camino para amar que convertirse en pan partido.
El evangelio de hoy también nos invita a mirar a nuestro cónyuge sin prejuicios. Frases como «te conozco demasiado bien» o «tú eres el/la que…» impiden que el otro saque lo mejor de sí mismo y minan poco a poco la relación entre pareja y entre padres e hijos. Amar a su cónyuge y a sus hijos incluso cuando nos defraudan es creer que son un misterio que no podemos conocer hasta el fondo y que siempre pueden sorprendernos, porque el Espíritu Santo es fuente inagotable de novedad y de bien en cada uno de nosotros.
El sacramento del matrimonio nos hace signo del misterio eucarístico en medio de los hombres, pero, para vivir esta llamada, necesitamos nutrirnos cada día de Jesús, de su Palabra y de su Cuerpo, para así convertirnos también nosotros en pan el uno para el otro y llevar el anuncio de un amor que no se cansa nunca de entregarse para dar vida y alegría.
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo.
✠ Del santo Evangelio según san Juan 6, 41-51
En aquel tiempo, los judíos murmuraban contra Jesús, porque había dicho: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo», y decían: «¿No es éste, Jesús, el hijo de José? ¿Acaso no conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo nos dice ahora que ha bajado del cielo?» Jesús les respondió: «No murmuren. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y a ése yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán discípulos de Dios. Todo aquel que escucha al Padre y aprende de él, se acerca a mí. No es que alguien haya visto al Padre, fuera de aquel que procede de Dios. Ese sí ha visto al Padre. Yo les aseguro: el que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo, murieron. Este es el pan que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida».
Palabra del Señor.