Por: Ermelinda y Franco Cidonelli (Alleanza di famiglie).
Este evangelio es una buena noticia para toda familia que es duramente probada en la vida, porque anuncia que siempre podemos contar con Jesús.
Incluso cuando la prueba que estamos viviendo parece no tener salida o solución, si, como Jairo, tenemos el coraje de buscar a Jesús, Él no sólo nos escucha, sino que se involucra en nuestra situación y viene a nuestra casa para ayudarnos. Sólo nos pide que tengamos fe, que no nos dejemos frenar ni desviar por lo que piensan y dicen los que nos rodean, porque nada es imposible para Jesús, fuente de vida para todo hombre.
Incluso aquellos que lo buscan sólo porque han oído hablar de él, impulsados, tal vez, por la desesperación de no haber encontrado en otra parte la respuesta o la curación para su vida, como la hemorroisa, podrán experimentar el poder de la curación, del amor y de vida nueva que surge del encuentro personal con Jesús.
Como los apóstoles, sólo nos queda orar: Nosotros creemos, Señor, pero aumenta nuestra fe, para poder buscarte con plena confianza en cada momento, agradecidos por el amor que siempre nos socorre, para poder aprender de ti a involucarrnos en cada sufrimiento que encontremos en nuestro camino.
Papa Francisco: «Igualmente, los momentos difíciles y duros de la vida familiar pueden ser muy educativos. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando llega una enfermedad, porque «ante la enfermedad, incluso en la familia surgen dificultades, a causa de la debilidad humana. Pero, en general, el tiempo de la enfermedad hace crecer la fuerza de los vínculos familiares […] Una educación que deja de lado la sensibilidad por la enfermedad humana, aridece el corazón; y hace que los jóvenes estén ‘anestesiados’ respecto al sufrimiento de los demás, incapaces de confrontarse con el sufrimiento y vivir la experiencia del límite»» (Amoris laetitia, 277).
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
¡Óyeme, niña, levántate!
✠ Del santo Evangelio según san Marcos 5, 21-43
En aquel tiempo, cuando Jesús regresó en la barca al otro lado del lago, se quedó en la orilla y ahí se le reunió mucha gente. Entonces se acercó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y le suplicaba con insistencia: «Mi hija está agonizando. Ven a imponerle las manos para que se cure y viva». Jesús se fue con él y mucha gente lo seguía [y lo apretujaba. Entre la gente había una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y había gastado en eso toda su fortuna, pero en vez de mejorar, había empeorado. Oyó hablar de Jesús, vino y se le acercó por detrás entre la gente y le tocó el manto, pensando que, con sólo tocarle el vestido, se curaría. Inmediatamente se le secó la fuente de su hemorragia y sintió en su cuerpo que estaba curada. Jesús notó al instante que una fuerza curativa había salido de él, se volvió hacia la gente y les preguntó: «¿Quién ha tocado mi manto?» Sus discípulos le contestaron: «Estás viendo cómo te empuja la gente y todavía preguntas: ‘¿Quién me ha tocado?’»Pero él seguía mirando alrededor, para descubrir quién había sido. Entonces se acercó la mujer, asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado; se postró a sus pies y le confesó la verdad. Jesús la tranquilizó, diciendo: «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad». Todavía estaba hablando Jesús, cuando] unos criados llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle a éste: «Ya se murió tu hija. ¿Para qué sigues molestando al Maestro?» Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: «No temas. Basta que tengas fe». No permitió que lo acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga, vio Jesús el alboroto de la gente y oyó los llantos y los alaridos que daban. Entró y les dijo: «¿Qué significa tanto llanto y alboroto? La niña no está muerta, está dormida». Y se reían de él. Entonces Jesús echó fuera a la gente, y con los padres de la niña y sus acompañantes, entró a donde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo: «¡Talitá, kum!», que significa: «¡Óyeme, niña, levántate!» La niña, que tenía doce años, se levantó inmediatamente y se puso a caminar. Todos se quedaron asombrados. Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie y les mandó que le dieran de comer a la niña.
Palabra del Señor.