Por: Ivana y Giovanni Granatelli (Alleanza di famiglie).
Queridos hermanos y hermanas en Cristo, queridos esposos y queridas familias, amados por el Señor, este domingo estamos invitados a meditar un pasaje del Evangelio de Juan en el cual la palabra clave es la «fe». Debemos reflexionar juntos sobre nuestra fe, que es un don de Dios pero que también debe ser alimentada por nosotros, a través de la oración, los sacramentos, la escucha de la palabra y el ejercicio del amor, de la paciencia, de la esperanza, de la perseverancia y de la fidelidad.
También nosotros, como las multitudes del tiempo de Jesús, nos reconocemos pobres y hambrientos, no tanto materialmente como espiritualmente, y somos a menudo víctimas de nuestra codicia y de nuestra insaciabilidad. No estamos nunca felices ni satisfechos con lo que tenemos. Difícilmente nos contentamos. Es realizado un deseo, y de inmediato en nuestro corazón nacen nuevos, entrando así en un círculo vicioso sin fin.
Jesús como Buen Pastor, como Maestro Sabio y Conocedor, como Amigo Sincero, nos dice con extrema claridad que vayamos más allá de nuestra saciedad, que nos ocupemos no de la comida que perece sino de lo que dura para la vida eterna.
Esta exhortación es para nosotros, hombres y mujeres del 2024, esposos y familias de hoy. Hay algo que vale más que comer o que atracarse, que vestirse bien y estar a la moda, hay algo que vale más que hacer carrera a toda costa, sobre todo cuando las personas más cercanas y queridas salen perdiendo. Hay algo que vale más que buscar egoístamente la propia tranquilidad, cerrando los ojos a la necesidad del otro, ya sea el cónyuge, un hijo, un colega, un vecino, un hermano de la comunidad o un desconocido.
Cuanto más deseamos y más queremos, quedamos más insatisfechos, intranquilos e inquietos. Pero Jesús no viene detrás de nuestros deseos mayoritariamente legítimos, buenos, aunque todavía demasiado humanos; no viene detrás de nuestras modas, y de todas aquellas peticiones que son dictadas más por el «estómago» que por el corazón. Jesús nos mira con ojos de misericordia y a través de sus palabras, con las que nos corrige y nos muestra «el mejor camino de todos», nosotros reconocemos la voz del Padre que nos ha creado y el corazón del Padre que nos ama. Hay un alimento que no perece, un pan bajado del cielo, que todos podemos tener, porque está más cerca de nosotros de lo que pensamos y se deja alcanzar por cada uno, por cada pareja, por cada familia: ese pan es Jesús.
Queremos realizar un acto de fe: Démonos algo que hacer: Cada uno de nosotros, cada pareja y cada familia, con su propia y humilde barca decidámonos por el viaje, salgamos del puerto de esas certezas y seguridades al que estamos tenazmente arraigados y zarpemos para llegar a Jesús. Atravesemos el mar y la tempestad, si es necesario, para encontrar ese pan que nos sacia y quita todo antojo, toda intolerancia y toda inquietud, pero sobre todo que da nueva vida al mundo entero y paz al corazón de todo hombre.
Jesús es el pan de vida que podemos recibir gratuitamente, pero muchas veces no sabemos acogerlo ni gustarlo, más bien pensamos en quejarnos, en murmurar unos contra otros, en la vida de pareja, en la vida familiar o comunitaria. Pero este día también nosotros queremos volvernos a Jesús y decirle: «Danos siempre de ese pan» seguros y conscientes de que nuestra petición parte de lo más profundo de nuestro corazón.
Ciertamente, como las multitudes, hemos encontrado al Señor y estamos impresionados con Él, con Sus palabras y con Sus prodigios, pero tenemos necesidad de ser sanados de la ceguera que nos impide verlo verdaderamente, reconocerlo y tener fe en Él. El verdadero milagro es poder verlo incluso en las personas que nos decepcionan con su fragilidad y sus errores, en una relación matrimonial que parece no decir nada más, en una situación difícil que parece no tener solución alguna, en una vida marcada por la enfermedad, por un dolor o por un sufrimiento que parece no tener sentido alguno, en un duelo que parece ser el final de todo y la negación absoluta de la vida. En estos casos la palabra de la fe es ‘Amén’, y el trabajo necesario es creer, confiar y encomendarse a Jesús.
ORACIÓN
Abre los cielos sobre nosotros, oh Señor. Queremos más. En la oscuridad más profunda, Tú serás la luz. En medio de la tempestad, Tú nos salvarás. Tenemos hambre y sed de vida, de amor; tenemos hambre y sed de Ti, Jesús, porque eres bueno; sí, Tú eres bueno… Nuestra esperanza, nuestra confianza eres Tú, Jesús. Amén aleluya.
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed.
✠ Del santo Evangelio según san Juan 6, 24-35
En aquel tiempo, cuando la gente vio que en aquella parte del lago no estaban Jesús ni sus discípulos, se embarcaron y fueron a Cafarnaúm para buscar a Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste acá?». Jesús les contestó: «Yo les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto signos, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse. No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre; porque a éste, el Padre Dios lo ha marcado con su sello». Ellos le dijeron: «¿Qué necesitamos para llevar a cabo las obras de Dios?». Respondió Jesús: «La obra de Dios consiste en que crean en aquel a quien él ha enviado». Entonces la gente le preguntó a Jesús: «¿Qué signo vas a realizar tú, para que lo veamos y podamos creerte? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo». Jesús les respondió: «Yo les aseguro: No fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da la vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Jesús les contestó: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre y el que cree en mí nunca tendrá sed».
Palabra del Señor.