Por: Filippa y Gino Passarello (Alleanza di famiglie)
El evangelio de este domingo nos habla de la llamada de los primeros discípulos y pone el acento sobre tres elementos: una pregunta, una invitación y una mirada. A los dos discípulos de Juan que quieren seguirlo, Jesús les pregunta: «¿Qué buscan?». Es una pregunta que hoy se dirige también a nosotros y que nos impone una toma de conciencia: ¿Qué buscamos realmente como cónyuges? ¿Cuál es el anhelo más profundo y verdadero? ¿Cuál es la meta hacia la que corremos o el tesoro por el que estamos dispuestos a perderlo todo? Jesús sabe que, sin una búsqueda, sin la conciencia de que necesitamos un horizonte más elevado y un amor más grande, el corazón no está preparado para escuchar su invitación. La llamada, en el fondo, no es otra cosa que la respuesta a nuestro deseo de felicidad.
Nuestro corazón está hecho para Dios y la sed de amor es sed de Él. Por muy grande que sea el amor que experimentemos en nuestra relación de esposos, este nunca podrá saciar la búsqueda del absoluto. Por esto, Jesús, a la pregunta de los dos discípulos «¿dónde vives?», él responde: «Vengan a ver».
Es del encuentro personal con el Señor que surge el seguimiento. Por eso, nos invita a ponernos en camino, a seguirlo para habitar con Él, ahí donde habita, en el corazón de la Trinidad, para que podamos sumergirnos en este océano de amor y dejarnos transfigurar para irradiarlo a nuestro alrededor. Esta es nuestra vocación de esposos: vivir la plenitud del amor en Él y, como Juan, mostrar, con nuestra vida, al Esposo que viene, para que otros esposos y otras familias se pongan a buscar y se dejen encontrar por su mirada, que nunca deja indiferentes.
El evangelista Juan relata el momento de aquel primer encuentro de los dos discípulos con Jesús porque, a partir de ese momento, la vida de aquellos hombres cambió, al igual que la de Pedro, en quien Jesús fijó su mirada y a quien le dio un nombre nuevo y una vocación nueva. También nuestra vida matrimonial surgió de un encuentro, de un momento que ciertamente todavía está vivo en nuestra memoria, lleno de alegría y emoción. En ese encuentro que dio un giro decisivo a nuestras vidas, aunque no éramos conscientes de ello, Jesús estuvo también con nosotros dos, fijó su mirada en nosotros y nos llamó a una nueva vida y a una misión nueva. Él es el Esposo que nuestro corazón nunca puede dejar de buscar, para señalarlo a tantos buscadores de Dios y para mostrarles que Él vive en cada hogar, en cada familia, en el amor de los esposos, en su comunión, en su perdón, en cada gesto de acogida y de servicio y que arde en el deseo de encontrarles.
(Traducido del original en italiano)
EVANGELIO
Jn 1, 35-42
𝘝𝘪𝘦𝘳𝘰𝘯 𝘥ó𝘯𝘥𝘦 𝘷𝘪𝘷í𝘢 𝘺 𝘴𝘦 𝘲𝘶𝘦𝘥𝘢𝘳𝘰𝘯 𝘤𝘰𝘯 é𝘭.
✠ Del santo Evangelio según san Juan.En aquel tiempo, estaba Juan el Bautista con dos de sus discípulos, y fijando los ojos en Jesús, que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús. Él se volvió hacia ellos, y viendo que lo seguían, les preguntó: «¿Qué buscan?» Ellos le contestaron: «¿Dónde vives, Rabí?» (Rabí significa «maestro»). Él les dijo: «Vengan a ver».
Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Eran como las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron lo que Juan el Bautista decía y siguieron a Jesús. El primero a quien encontró Andrés, fue a su hermano Simón, y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías» (que quiere decir «el Ungido»). Lo llevó a donde estaba Jesús y éste fijando en él la mirada, le dijo: «Tú eres Simón, hijo de Juan. Tú te llamarás Kefás» (que significa Pedro, es decir «roca»).
Palabra del Señor.
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