Por: Lina y Dino Cristadoro (Alleanza di famiglie).
Jesús, «sentado en el monte» con sus discípulos, observa la gran multitud que había venido a él. Ciertamente, él sabe que lo están buscando porque se ha difundido el rumor de que es él el que sana, el que hace milagros, pero Jesús cuida de cada uno de ellos.
Cuántos de nosotros, padres, buscamos a Jesús porque lo «necesitamos» , porque uno de nuestros hijos padecen alguna enfermedad o disturbio del maligno, o porque nosotros mismos tenemos necesidad de curación o liberación. Y la «multitud» de hace dos mil años, ha realizado «el viaje de la esperanza»: van a Jesús. Y Jesús es su esperanza, la posibilidad de resolver un problema familiar.
Eso es lo que hacemos también nosotros, familias de hoy y de siempre, a veces oprimidas por necesidades de todo tipo. Él es nuestra esperanza, nuestro refugio seguro, el amigo fiel que camina y que «permanece con nosotros». ¡Sabemos con certeza que Jesús es el Dios vivo, que vino a salvarnos y que nos cuida siempre! Acudimos a él en la necesidad para que nos ayude y nos sostenga en nuestras pruebas diarias y en la alegría, agradecidos por cada don.
Jesús no se limita a obrar la curación física o espiritual, sino que también se ocupa de una necesidad inmediata: alimentar a toda aquella gente. Consciente de lo poco que hay a disposición (pero seguro de la misma ternura del Padre a quien se dirige), pregunta a sus discípulos Felipe y Andrés qué pueden disponer para alimentar a tanta gente. Hombres que, como nosotros, tienen poca fe y son incapaces de ver más allá: Jesús nos educa, a través de la mirada de ellos, limitada al horizonte humano, a mirarlo, a tener fe en él. Jesús multiplica lo poco que hay a disposición y alimenta a una multitud inmensa, tanto para recoger doce canastos con los pedazos sobrantes. Él nos da el ejemplo.
Es Jesús quien multiplica hoy y siempre para nosotros, las familias, el pan y transforma nuestros pocos peces en abundante alimento, nuestra pequeña vida cotidiana en una maravillosa aventura ¡y nuestro ser frágil, herido y pequeño en una obra maestra! ¡La familia es la obra maestra de Dios!
Acerquémonos a Él en la Eucaristía, pan vivo bajado del cielo, para recibir el alimento que no perece, porque Él es el pan de vida.
Pidamos al Señor que acreciente nuestra fe, una fe adulta, madura, capaz de reconocer que sin el Señor nuestra casa se derrumba porque él es nuestra roca. Dialoguemos con él, encontremos momentos de oración familiar, en la relación diaria que nos hace crecer en nuestra relación de pareja y entre todos los miembros de la familia. Probemos y vivamos la Palabra que ilumina nuestro camino y no busquemos solamente los milagros del Señor como la multitud, sino vivamos su amor, porque Él está siempre con nosotros, todos los días. Muchas familias hoy andan a tientas en la oscuridad y tienen hambre de todo tipo; mirémoslo a Él para ser alimentados por el Dios de toda bondad.
Alimentémonos de fe, esperanza y caridad. Multipliquemos el don recibido; nosotros parejas, nosotros familias, unamos nuestros «cinco panes y dos peces» para invitar a nuestra mesa a otras familias, para que aprovechen también, a través de nosotros, la alegría multiplicada del encuentro con el Señor resucitado.
ORACIÓN
Jesús, pan de vida, de Ti podemos nutrirnos para alimentar nuestra vida, Tú eres el único que no pide nada a cambio para darnos la vida. Gracias, porque continuas multiplicando el pan para nosotros y para todos. Gracias, porque tu amor es tan grande que no deja atrás a ninguno. A veces, como los apóstoles, quisiéramos alejar de nosotros los problemas, quisiéramos no cuidar a los demás; olvidamos que Tú eres el Pan de vida que nos pide que seamos don para los demás. Ayúdanos a compartir lo que tenemos, que nuestras familias sean acogedoras, generosas y serviciales. Haznos signos de Tu amor. Amén.
(Adaptación libre de la Web).
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
Jesús distribuyó el pan a los que estaban sentados, hasta que se saciaron.
✠ Del santo Evangelio según san Juan 6, 1-15
En aquel tiempo, Jesús se fue a la otra orilla del mar de Galilea o lago de Tiberíades. Lo seguía mucha gente, porque habían visto las señales milagrosas que hacía curando a los enfermos. Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, festividad de los judíos. Viendo Jesús que mucha gente lo seguía, le dijo a Felipe: «¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?» Le hizo esta pregunta para ponerlo a prueba, pues él bien sabía lo que iba a hacer. Felipe le respondió: «Ni doscientos denarios bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo de pan». Otro de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos pescados. Pero, ¿qué es eso para tanta gente?» Jesús le respondió: «Díganle a la gente que se siente». En aquel lugar había mucha hierba. Todos, pues, se sentaron ahí; y tan sólo los hombres eran unos cinco mil. Enseguida tomó Jesús los panes, y después de dar gracias a Dios, se los fue repartiendo a los que se habían sentado a comer. Igualmente les fue dando de los pescados todo lo que quisieron. Después de que todos se saciaron, dijo a sus discípulos: «Recojan los pedazos sobrantes, para que no se desperdicien». Los recogieron y con los pedazos que sobraron de los cinco panes llenaron doce canastos. Entonces la gente, al ver la señal milagrosa que Jesús había hecho, decía: «Este es, en verdad, el profeta que había de venir al mundo». Pero Jesús, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró de nuevo a la montaña, él solo.
Palabra del Señor.