Por: Ivana y Giovanni Granatelli (Alleanza di famiglie).
Queridos hermanos y hermanas, queridos esposos y queridas familias amadas por el Señor, en este vigesimosegundo domingo del tiempo ordinario, pidamos una vez más al EspĂritu Santo que nos dĂ© oĂdos atentos para una escucha fructĂfera de la Palabra de Dios y un corazĂłn capaz de acoger la mensaje evangĂ©lico para ponerlo en práctica en nuestra vida diaria.
Jesús nos advierte de la tentación y del riesgo de ser hipócritas y falsos como los escribas y fariseos, cuando nos preocupamos más por cuidar la apariencia y la exterioridad de nuestra vida, obedeciendo leyes y preceptos hechos por hombres y, en cambio, descuidamos la cosa más importante, nuestro corazón, depositario de los tesoros espirituales y de los mandamientos de amor que el buen Dios nos da.
En nuestro tiempo, caracterizado por un verdadero culto al cuerpo, y en cambio olvidadizo del alma, en esta sociedad nuestra, exasperada por la cultura del aparecer más que del ser, nosotros, como esposos cristianos, estamos llamados a distinguirnos de esta mentalidad que, cada vez más, desgasta silenciosa pero vorazmente a toda la humanidad. A la luz del Evangelio, el EspĂritu Santo nos exhorta a tener una experiencia de fe que no se base simplemente en un ritual, sino en la existencia; nos invita a no preocuparnos solo de tener una fachada bonita, sino de construir bien nuestra casa sobre la roca, de poner los cimientos con arte, de utilizar materiales de buena calidad que sean resistentes, a prueba de terremotos y, sobre todo, que el edificio entero se sostenga firmemente en la piedra angular que es Cristo.
Todo esto lo podemos lograr sĂłlo en la fuerza y ​​el poder del EspĂritu Santo y sĂłlo por su gracia. No podemos pensar que podemos amar a nuestro cĂłnyuge, a nuestros hijos, a Dios mismo, sĂłlo con palabras, debemos amar concretamente con todo nuestro corazĂłn, nuestra mente y nuestras fuerzas. Recordemos que, aunque vivamos en este mundo, no somos de este mundo y que nuestro llamado, como familias cristianas, es a ser hijos de la luz y no de las tinieblas. Vivamos, por tanto, segĂşn las obras del EspĂritu Santo y no segĂşn las obras de la carne. ¡Cuánta malicia, falsedad, inmundicia, cuánta vulgaridad, traiciones e infidelidades; cuántos engaños y cuánto odio asfixian a nuestra querida tierra!
Es en estos momentos difĂciles cuando el Señor nos deja libres para elegir si nos vamos y nos alejamos, o permanecemos en Él y con Él. Nos pide un acto de fe. Pero quien decida seguirlo debe aceptar a JesĂşs y su misterio, confiando en cada palabra suya. De hecho, JesĂşs nos ha dado un alimento eucarĂstico que dura por la eternidad y nosotros debemos buscarlo para recibir este inmenso regalo.
Pero la buena noticia es que Cristo ha vencido todo mal y que la Ăşltima palabra, a pesar de las terribles apariencias, pertenece a Dios. SĂłlo Él puede cambiar el destino de cada hombre, del pecado a la salvaciĂłn, de la muerte a la vida. Busquemos lo que agrada a Dios y comportĂ©monos segĂşn los frutos de la luz, que son: bondad, justicia, verdad, amor y misericordia. Cada dĂa, hagamos este mundo un poco más hermoso, con nuestro amor de esposos y de familias en Cristo, y no temamos los terrores de la noche, ni las flechas que vuelan durante el dĂa. No nos dejemos desanimar por las apariencias, para que no se turbe nuestro corazĂłn por ningĂşn motivo, porque Cristo es nuestra esperanza. AmĂ©n, aleluya.
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
Dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres.
âś Del santo Evangelio segĂşn san Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23
En aquel tiempo, se acercaron a JesĂşs los fariseos y algunos escribas venidos de JerusalĂ©n. Viendo que algunos de los discĂpulos de JesĂşs comĂan con las manos impuras, es decir, sin habĂ©rselas lavado, los fariseos y los escribas le preguntaron: «¿Por quĂ© tus discĂpulos comen con manos impuras y no siguen la tradiciĂłn de nuestros mayores?». JesĂşs les contestĂł: «¡QuĂ© bien profetizĂł IsaĂas sobre ustedes, hipĂłcritas, cuando escribiĂł: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazĂłn está lejos de mĂ. Es inĂştil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos! Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres». DespuĂ©s, JesĂşs llamĂł a la gente y les dijo: «EscĂşchenme todos y entiĂ©ndanme. Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que sĂ lo mancha es lo que sale de dentro; porque del corazĂłn del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamaciĂłn, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre».
Palabra del Señor.