Por: Rosa María y Giorgio Middione (Alleanza di famiglie)
En el texto del evangelio de este domingo, los fariseos hacen una pregunta a Jesús, con la esperanza de inducirlo a cometer un crimen contra las leyes imperiales de Roma y condenarlo a muerte, pero Cristo no cae en el engaño. Jesús responde: «Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios»; una frase que es muy utilizada en la jerga común y profana y citada cuando se habla de la relación entre el cristianismo, las instituciones y el poder político.
Si Jesús hubiera respondido que no se pagara (al César), se habría comportado como un rebelde contra el poder constituido; si hubiera dicho que se pagara, al contrario, habría sido considerado un traidor para su propio pueblo. Jesús, en cambio, invita a sus interlocutores a tomar la moneda del tributo, diciendo que había que pagar al César, porque la imagen de la moneda era suya; pero el hombre, cada hombre, porta en sí otra imagen, la de Dios y, por tanto, es a Él y sólo a Él a quien todos deben su propia existencia.
Por lo tanto, es correcto sentirse a título pleno —con derechos y deberes— ciudadanos del estado. Pero pensemos en la otra imagen que está impresa en cada hombre: la imagen de Dios, que es Señor de todo, y nosotros, que fuimos creados «a su imagen», somos hijos de Dios. Por eso preguntémonos hoy, antes que cualquier cosa, ¿a quién pertenecemos? En efecto, el punto central de este evangelio es que, además de las responsabilidades hacia las cosas del mundo, están las cosas de Dios, y todo ser humano es una «cosa» de Dios. Ciertamente, formamos parte del estado nacional, de nuestra familia; estamos insertos en una ciudad, en una comunidad parroquial; desempeñamos un trabajo y pertenecemos a todos estos contextos en los que vivimos; pero antes que nada pertenecemos a Dios. Él es quien nos ha dado todo lo que somos y tenemos hoy, y es fundamental reconocer esta pertenencia y agradecer a Dios por todo esto. El Señor obra en el mundo y nos exhorta a tener sobre este una mirada libre como la de Jesús, que nos lleva a vivir con desprendimiento cada lógica de poder pero, al mismo tiempo, nos permite amar el mundo, involucrándonos en las realidades terrenas, como regalo de Dios.
Como discípulos de Jesús y cristianos, cada esposo y esposa está llamado a trabajar para que en cada ser humano brille ese ícono (imagen) de Dios que tiene impreso en el corazón. El cuidado de los demás es una parte esencial de la fe y del matrimonio cristiano; cuidando, a través de gestos concretos, dando apoyo emocional, estímulo espiritual y recursos físicos.
Pensemos, por ejemplo, en la Sagrada Familia. José tiene una misión que es el centro de la vocación cristiana: Dios le confía ser custodio de María, su esposa, y de Jesús.
Por esto, todo hombre y toda mujer deben ser respetados y queridos, porque son imagen de Dios. Yo, como cónyuge, soy responsable del don que el otro representa para mí y que he recibido de Dios, soy responsable de su felicidad/tristeza, de su serenidad/inquietud, de su salvación espiritual, de su conversión y un día seré llamado a responder ante Dios por todo esto.
Guiados por la luz del Espíritu Santo y de la Virgen María, orientemos nuestra voluntad para entregarlo todo a Dios, fuente de todo bien y rey de todo, permaneciendo libres de cualquier lógica de poder, sin ceder a la tentación de someternos a compromisos y sin dejarnos encantar por lo que es parte del mundo y nos aleja de Dios. Invoquemos la ayuda de Dios para que nos haga fuertes, alegres, acogedores y valientes para volvernos cercanos, capaces de reconocer a Cristo en el rostro del otro que es su imagen.
Amén.
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
Mt 22, 15-21
𝘋𝘦𝘯 𝘢𝘭 𝘊é𝘴𝘢𝘳 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘴 𝘥𝘦𝘭 𝘊é𝘴𝘢𝘳 𝘺 𝘢 𝘋𝘪𝘰𝘴 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘋𝘪𝘰𝘴.
✠ Del santo Evangelio según san Mateo
En aquel tiempo, se reunieron los fariseos para ver la manera de hacer caer a Jesús, con preguntas insidiosas, en algo de que pudieran acusarlo.
Le enviaron, pues, a algunos de sus secuaces, junto con algunos del partido de Herodes, para que le dijeran: «Maestro, sabemos que eres sincero y enseñas con verdad el camino de Dios, y que nada te arredra, porque no buscas el favor de nadie. Dinos, pues, qué piensas: ¿Es lícito o no pagar el tributo al César?».
Conociendo Jesús la malicia de sus intenciones, les contestó: «Hipócritas, ¿por qué tratan de sorprenderme? Enséñenme la moneda del tributo». Ellos le presentaron una moneda. Jesús les preguntó: «¿De quién es esta imagen y esta inscripción?». Le respondieron: «Del César». Y Jesús concluyó: «Den, pues, al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios».
Palabra del Señor.