Por: Lina y Dino Cristadoro (Alleanza di famiglie).
El anhelo de siempre, inherente a todo hombre: ¡la vida eterna! Conscientes o no, cada uno tiene en su ADN una necesidad de infinito.
El joven rico que está en nosotros grita a Jesús la pregunta de aquel que está en la búsqueda del sentido de su propia existencia: «¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?». Despojarse de sí mismo para entrar en el pensamiento de Dios, pero ¿cómo puede el hombre solo? Jesús nos tranquiliza porque él mismo nos salva. Lo que llama la atención en este episodio es la gran atención de Jesús. Él se detiene ante la llamada del joven, lo mira y «lo ama». En esa mirada está la misericordia infinita del Señor. Él sabe, conoce el corazón del hombre y lo difícil que es abandonarse a Él.
Cuántas veces en nuestras casas nos hemos vuelto a Jesús, corriendo a su encuentro, arrodillándonos ante él, porque nos vemos perdidos en el camino que hemos emprendido como pareja y como familias. El «sí» que nos prometimos el día de la boda se ha debilitado, a veces sofocado por nuestro ego. «¿Qué debo hacer Maestro?». Acoger al otro, don de Dios para nuestra vida, diferente a nosotros, con sus dones y talentos, con su personalidad.
Sin embargo, despojarse de la riqueza y de las convicciones no significa renunciar a la propia personalidad, sino hacer espacio al otro para acogerlo, para valorizarlo, para caminar juntos y ser «una sola carne».
El joven se va triste porque tiene mucho «suyo» a lo que no quiere renunciar. ¡Qué difícil es dejar ir nuestros pequeños o grandes «tesoros», lo que hemos elegido a propósito para nuestra vida! Es difícil aceptar la invitación del Señor: «Ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme».
Tomar la cruz nos asusta, nos devuelve a situaciones dolorosas. Tomar la cruz a imitación del Maestro significa dar nuestro tiempo, servir al otro con amor y con todo cuidado. Luego, cada gesto, cada atención se convierte en ofrenda y liturgia de amor. Esto sólo es posible si se apoya la propia existencia, la propia seguridad en el Señor.
Jesús quiere ser «más» que la mayor alegría que podamos experimentar, quiere llevarnos, a los esposos y a nuestras familias, de regreso a la pobreza evangélica; es decir, a lo esencial, a lo más importante de nuestra vida diaria; a no conformarnos con la mentalidad de este mundo orientado hacia la riqueza y el consumismo, con el «úsalo y tíralo» de los sentimientos y con el despilfarro de los dones de Dios. Hoy nos pide estar cerca de las familias en dificultad, compartir también los bienes materiales para que todos tengan lo necesario.
Las familias están llamadas a ser levadura en la Iglesia y en la sociedad. Es importante ser aún más protagonistas en los escenarios institucionales para que se promuevan leyes equitativas que favorezcan el bien justo para cada ser humano.
Nuestra vocación al matrimonio es una elección radical que involucra mente, corazón, voluntad y acción, responsabilidad. Elijamos un estilo familiar sobrio, esencial, sencillo donde reine la alegría de estar juntos, de compartir, con la certeza de que el Señor vuelve su mirada hacia nuestras realidades y «nos ama» siempre y en toda circunstancia.
Papa Francisco, 3 de junio de 2015: «Nosotros cristianos deberíamos estar cada vez más cerca de las familias que la pobreza pone a prueba […]. La miseria social golpea a la familia y en algunas ocasiones la destruye […]. A estos factores materiales se suma el daño causado a la familia por pseudo-modelos, difundidos por los medios de comunicación social basados en el consumismo y el culto de la apariencia, que influencian a las clases sociales más pobres e incrementan la disgregación de los vínculos familiares. Cuidar a las familias, cuidar el afecto, cuando la miseria pone a prueba a la familia. »La Iglesia es madre, y no debe olvidar este drama de sus hijos… Oremos intensamente al Señor, que nos sacuda, para hacer de nuestras familias cristianas protagonistas de esta revolución de la projimidad familiar, que ahora es tan necesaria».
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
Ve y vende lo que tienes y sígueme.
✠ Del santo Evangelio según san Marcos 10, 17-30
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó corriendo un hombre, se arrodilló ante él y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?» Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no cometerás fraudes, honrarás a tu padre y a tu madre». Entonces él le contestó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde muy joven». Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo una cosa te falta: Ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme». Pero al oír estas palabras, el hombre se entristeció y se fue apesadumbrado, porque tenía muchos bienes. Jesús, mirando a su alrededor, dijo entonces a sus discípulos: «¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!» Los discípulos quedaron sorprendidos ante estas palabras; pero Jesús insistió: «Hijitos, ¡qué difícil es para los que confían en las riquezas, entrar en el Reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios». Ellos se asombraron todavía más y comentaban entre sí: «Entonces, ¿quién puede salvarse?» Jesús, mirándolos fijamente, les dijo: «Es imposible para los hombres, mas no para Dios. Para Dios todo es posible». Entonces Pedro le dijo a Jesús: «Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte». Jesús le respondió: «Yo les aseguro: Nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, dejará de recibir, en esta vida, el ciento por uno en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el otro mundo, la vida eterna».
Palabra del Señor.