Por: Soraya y Michele Solaro (Alleanza di famiglie).
Con la fiesta de la Epifanía, la Iglesia recuerda la manifestación de Jesús como Dios entre los hombres, los cuales, como subraya San Pablo en la segunda lectura (Ef 3, 2-3a. 5-6), son todos los «partícipes de la misma promesa» por el evangelio.
La familia también está llamada a responder y resplandecer, participando de esta promesa, acogiendo al Salvador y a la riqueza que porta consigo, para ser esa misma Epifanía. En efecto, ¿cuál sería el sentido de la acción de Dios en el mundo sino precisamente el de ser reconocido y testimoniado para que «todos los hombres se salven» (1Tm 2,4)?
Aun cuando veamos que la luz se apaga y no podamos ver con claridad, dejémonos llevar por nuestra vocación de esposos, dejemos que el tesoro que se nos entregó el día de nuestra boda nos haga explorar nuevos horizontes en nuestra vida. Ahí está Jesús, quien se ha entregado a nosotros a través del sacramento nupcial, dándonos su Espíritu, presencia viva y activa, luz que ilumina, calienta y consuela.
A lo largo del camino, los magos no se desanimaron, continuaron su viaje, aún sin saber el lugar preciso adonde la estrella los habría de conducir. No se inquietaron por la perfidia de Herodes, mantuvieron su misión, creyeron aun sin haber visto y fueron testigos del mayor de los prodigios: el Dios que se hace hombre.
Cuántos «Herodes» tratan hoy de perturbar y subvertir el plan de Dios para la humanidad, un plan que el Creador sigue confiando a los pequeños, a los humildes, a los puros de corazón; a esto, por tanto, estamos llamados responsablemente dentro y fuera de nuestras casas: a mantener nuestra misión, a ir adelante juntos como esposos, a anunciar, en la fe, el prodigio de Dios, que sigue haciéndose hombre, para que sea reconocido como Rey y Señor de toda familia.
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
Hemos visto su estrella en el oriente y hemos venido a adorar al Señor.
✠ Del santo Evangelio según san Mateo 2, 1-12
Jesús nació en Belén de Judá, en tiempos del rey Herodes. Unos magos de Oriente llegaron entonces a Jerusalén y preguntaron: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo». Al enterarse de esto, el rey Herodes se sobresaltó y toda Jerusalén con él. Convocó entonces a los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: «En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres en manera alguna la menor entre las ciudades ilustres de Judá, pues de ti saldrá un jefe, que será el pastor de mi pueblo, Israel». Entonces Herodes llamó en secreto a los magos, para que le precisaran el tiempo en que se les había aparecido la estrella y los mandó a Belén, diciéndoles: «Vayan a averiguar cuidadosamente qué hay de ese niño, y cuando lo encuentren, avísenme para que yo también vaya a adorarlo». Después de oír al rey, los magos se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto surgir, comenzó a guiarlos, hasta que se detuvo encima de donde estaba el niño. Al ver de nuevo la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa y vieron al niño con María, su madre, y postrándose, lo adoraron. Después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Advertidos durante el sueño de que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino.
Palabra del Señor.