Por: Daniela y Giuseppe Gulino (Alleanza di famiglie)
En el evangelio de hoy encontramos, una vez más, una viña como escenario de una historia de vida familiar. Un padre y sus hijos, hijos contradictorios, son los protagonistas de la historia. El padre les pide a ambos que trabajen en su viña: el primero responde inmediatamente que sí, pero luego no va, mientras el segundo no quiere ir, pero luego se arrepiente y va.
Inevitablemente, estos hijos traen a la mente a otro Hijo, un Hijo «obediente hasta muerte y muerte de Cruz», espejo y modelo del perfecto «sí» al Padre, ejemplo supremo de obediencia que todos nosotros, «hijos en el Hijo» , estamos llamados a imitar.
Dos invitaciones en particular quisimos plasmar y subrayar en esta historia para nosotros, los esposos.
La primera invitación es a la coherencia. Los dos hermanos dicen una cosa y luego hacen otra. ¿Cuántas veces somos incoherentes con nuestro cónyuge? Nos esforzamos en parecer diferentes de lo que somos, ostentamos una perfección, una sabiduría, capacidades y ganas de querer hacer algo que en realidad no tenemos. Nuestro cónyuge nos fue entregado para ayudarnos a ser nosotros mismos, a ser libres de esas máscaras que no duran y que nos asfixian, libres para mostrar nuestros defectos, nuestros límites, pero también nuestras cualidades junto con la belleza que allí habita.
La segunda invitación es a no juzgar. Los dos hermanos parecen ser de una manera y luego son de otra. ¿Cuántas veces decimos acoger y amar a nuestro cónyuge tal como es y en lugar de eso luchamos cada día en el intento de cambiarlo más a nuestro gusto?
De quien esta cerca, no vemos más que los aspectos externos. Sólo Dios escudriña los corazones y las mentes y conoce las dificultades, los sufrimientos, las fatigas y las heridas de cada uno; sólo Él puede juzgar y evaluar los corazones. Toda persona dispone de recursos insospechados y, por la gracia de Dios, todos pueden cambiar para mejor. Jesús lo creyó y lo demostró con Zaqueo, con la adúltera, con el ladrón arrepentido y con cada uno de nosotros.
Debemos esforzarnos por amar, pero no con un amor cualquiera, sino por amar con el mismo amor de Jesús: este no es un sentimiento que surge espontáneamente, sino una elección que hay que hacer y repetir cada día.
Cada día, el Padre nos dirige su invitación: a trabajar en su viña, que en primer lugar es nuestra familia, a ser coherentes y obedientes según el ejemplo de Jesús, a decir nuestro sí, pero con la actitud de quien sabe que no merece nada más que la culpa y la condenación, como la de los publicanos; y no con la actitud de los ancianos del pueblo, que son buenas personas y piensan que ya han hecho suficiente para merecer el cielo y la estima del Padre.
El Evangelio es siempre una novedad, el publicano escucha la invitación del Padre y se asombra y comprende que el Padre le está proponiendo hacer algo nuevo junto con Él, a pesar de su pecado, de su debilidad, y de su fragilidad. Por eso las prostitutas nos precederán, porque han comprendido que es con el mismo amor verdadero, profundo y sanador que han recibido, con el que deben amar a los demás. ¡Que cada uno de nosotros pueda escuchar cada día la invitación siempre nueva del Padre!
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
Mt 21, 28-32
𝘌𝘭 𝘴𝘦𝘨𝘶𝘯𝘥𝘰 𝘩𝘪𝘫𝘰 𝘴𝘦 𝘢𝘳𝘳𝘦𝘱𝘪𝘯𝘵𝘪ó 𝘺 𝘧𝘶𝘦. – 𝘓𝘰𝘴 𝘱𝘶𝘣𝘭𝘪𝘤𝘢𝘯𝘰𝘴 𝘺 𝘭𝘢𝘴 𝘱𝘳𝘰𝘴𝘵𝘪𝘵𝘶𝘵𝘢𝘴 𝘴𝘦 𝘭𝘦𝘴 𝘩𝘢𝘯 𝘢𝘥𝘦𝘭𝘢𝘯𝘵𝘢𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘙𝘦𝘪𝘯𝘰 𝘥𝘦 𝘋𝘪𝘰𝘴.✠ Del santo Evangelio según san Mateo
En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué opinan de esto? Un hombre que tenía dos hijos fue a ver al primero y le ordenó: ‘Hijo, ve a trabajar hoy en la viña’. Él le contestó: ‘Ya voy, señor’, pero no fue. El padre se dirigió al segundo y le dijo lo mismo. Éste le respondió: ‘No quiero ir’, pero se arrepintió y fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» Ellos le respondieron: «El segundo».Entonces Jesús les dijo: «Yo les aseguro que los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios. Porque vino a ustedes Juan, predicó el camino de la justicia y no le creyeron; en cambio, los publicanos y las prostitutas, sí le creyeron; ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él».
Palabra del Señor.