Por: Filippa y Gino Passarello (Alleanza di famiglie).
«¡Alegría mía, Cristo ha resucitado!» Este grito que ha rasgado el silencio de la muerte, es el grito del estupor y del júbilo del miserable, del prisionero y del descorazonado ante el misterio de la luz que estalla en las tinieblas, de la esperanza que aniquila el miedo, de la vida que vence a la muerte y rompe todas las cadenas. Es un grito que resuena hoy también para las familias de nuestro tiempo. ¡Cristo ha resucitado!
Cuántos matrimonios siguen presos en la sepúlcro de la fría piedra de la costumbre, de la desilusión, de la incomprensión y del egoísmo que ha sepultado toda expectativa de felicidad. Pero Jesús ha resucitado, ha quitado la piedra, el amor ha vencido, ahora, con Él, «nada está perdido», aún podemos esperar. En su victoria, toda familia puede resurgir, volver a empezar, ver florecer el desierto y el límite de un amor frágil colmado por el amor infinito de Dios. El Resucitado es el Esposo que camina con nosotros, para renovar cada día el vino nuevo de la caridad y multiplicar el pan de la alegría.
Si se lo permitimos, Jesús está listo para remover la piedra de nuestras desilusiones, de nuestros miedos, de nuestras apariencias estériles y abrirnos a la plenitud de su amor que nos hace vivir el sueño de Dios de formar una familia con los hombres. Jesús nos enseña que amar es darse todo a nosotros mismos, cuando hemos dado todo entonces experimentamos la Pascua, la experiencia de un amor más grande.
La Pascua nos exhorta, queridas familias, a tener valentía, la valentía de no desistir ante la prueba, la valentía de amar más cuando el amor es rechazado y herido, la valentía de creer que de las heridas de la pasión que inevitablemente toca a nuestras familias, puede brotar un río de consuelo, de sanación y de vida nueva. Jesús, el resucitado, nos entrega la palma de la victoria con la invitación a ser luz para quienes viven en la oscuridad de la desesperación y la desilusión, nos invita a ser levadura, fermento, signo de eternidad en un tiempo que ha dejado de mirar al cielo y ha perdido el horizonte de la eternidad.
Acojamos la invitación de san Juan Pablo II: «Queridas familias: ustedes deben ser también valientes y estar dispuestas siempre a dar testimonio de la esperanza que tienen (cf. 1 P 3, 15) (cf. 1 P 3, 15), […]. Deben estar dispuestas a seguir a Cristo hacia los pastos que dan la vida y que él mismo ha preparado con el misterio pascual de su muerte y resurrección» (Carta a las Familias, n. 18). «Caminemos familias, sigamos caminando. Lo que se nos promete es siempre más. No desesperemos por nuestros límites, pero tampoco renunciemos a buscar la plenitud de amor y de comunión que se nos ha prometido» (Amoris laetitia, 325).
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
Él debía resucitar de entre los muertos.
✠ Del santo Evangelio según san Juan 20, 1-9
El primer día después del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro, e inclinándose, miró los lienzos puestos en el suelo, pero no entró. En eso llegó también Simón Pedro, que lo venía siguiendo, y entró en el sepulcro. Contempló los lienzos puestos en el suelo y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, puesto no con los lienzos en el suelo, sino doblado en sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó, porque hasta entonces no habían entendido las Escrituras, según las cuales Jesús debía resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.