Por: Pbro. Carlos Eduardo Bañuelos
En el artículo La familia en el Proyecto Global de Pastoral, nos introducíamos al documento de los obispos de México, poniendo especial atención a la temática familiar que, por su singular importancia, no podía quedar al margen en dicho documento. Ahí, nuestros obispos, nos exhortan a «refrendar el compromiso de seguir construyendo una “casita sagrada”» (PGP, n. 154).
Es que no podemos celebrar los dos mil años del acontecimiento de la redención y los quinientos años del acontecimiento guadalupano sin atender al deseo de nuestra Madre, la Virgen de Guadalupe: «Mucho quiero, mucho deseo, que aquí me levanten mi casita sagrada» (Nican Mopohua).
«El hecho Guadalupano encuentra su más elocuente síntesis mesiánico-cristológica en el mandato de construir una “casita”, donde se manifieste el consuelo materno de Dios (cfr. Is 49,15). El mandato Guadalupano de “hacer una casita”, evoca el oráculo mesiánico de la promesa divina, hecha a David, de “hacer para él una casa”, es decir, una descendencia de reyes, un linaje mesiánico (cfr. 2 Sam 7,11ss; 1 Pe 2,9-10). La descendencia mesiánica es una “familia de reyes”, coherentes con su cometido de establecer la paz y la justicia; un pueblo profético y sacerdotal fiel a su misión de interceder por las necesidades ajenas. Pero además de este aspecto bíblico, para los pueblos mesoamericanos el templo era un signo elocuente de una nación, por tanto, la invitación a construir un templo evocaba la construcción de una nueva nación» (PGP, n. 9).
Cuando vemos nuestra patria herida por la violencia, la inseguridad, disfunciones económicas, ideologías de muerte, etcétera, percibimos más necesario aún construir la casita sagrada. Hemos de replantear nuestra vida y nuestras relacionesentre nosotros y con el mundo creado, sabiendo que, como nos decía el Papa Francisco: «en la construcción de ese otro santuario, el de la vida, el de nuestras comunidades, sociedades y culturas, nadie puede quedar afuera. Todos somos necesarios, especialmente aquellos que normalmente no cuentan por no estar a la “altura de las circunstancia” o por no “aportar el capital necesario” para la construcción de las mismas» (Homilía en la Basílica de Guadalupe, 13 de febrero de 2016).
Tampoco ninguna familia, por muy herida que esté, o por muy pequeña que se sienta, puede quedar fuera en la construcción, pues construir la casita sagrada, esta nueva nación, implica propiciar un espíritu de familiaridad, para ser «un lugar donde nadie se siente extraño; un lugar de encuentro, convivencia y cercanía con los seres queridos; un lugar donde se comparten las experiencias de la vida» (PGP, n. 154).
A pesar de la diversidad de etnias, sociedades y culturas, experimentamos la necesidad de formar una comunidad compuesta de hermanos. Es que de la conciencia de ser hijo en una familia común surge la conciencia fraternidad. Construir casa, «crear hogar en definitiva es crear familia; es aprender a sentirse unidos a los otros más allá de los vínculos utilitarios o funcionales» (Christus Vivit, n. 217). Efectivamente, es en la familia donde se aprende a entrar en esta relación de fraternidad con los otros, con el mundo, con la sociedad, con la familia de la Iglesia.
Construyamos juntos como familia la casita sagrada que nos pide la Virgen de Guadalupe. «Hoy nuevamente nos vuelve a enviar, como a Juanito; hoy nuevamente nos vuelve a decir, sé mi embajador, sé mi enviado a construir tantos y nuevos santuarios, acompañar tantas vidas, consolar tantas lágrimas. Tan sólo camina por los caminos de tu vecindario, de tu comunidad, de tu parroquia como mi embajador, mi embajadora; levanta santuarios compartiendo la alegría de saber que no estamos solos, que ella va con nosotros. Sé mi embajador, nos dice, dando de comer al hambriento, de beber al sediento, da lugar al necesitado, viste al desnudo y visita al enfermo. Socorre al que está preso, no lo dejes solo, perdona al que te lastimó, consuela al que está triste, ten paciencia con los demás y, especialmente, pide y ruega a nuestro Dios. Y, en silencio, le decimos lo que nos venga al corazón» (Francisco, Homilía en la Basílica de Guadalupe, 13 de febrero de 2016).