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Todos somos «herederos» de un pedazo de cielo

Todos somos «herederos» de un pedazo de cielo

Por: Soraya y Michele Solaro (Alleanza di famiglie)

Una vez más, por tercer domingo consecutivo, el evangelio hace referencia a la imagen de la viña. ¿Por qué esta insistencia por parte de Jesús? Y luego, ¿qué debe representar la viña para nosotros?
Evidentemente, la viña es un «lugar», el terreno que nos ha sido dado a nosotros, «esposos fieles», en el cual el Señor nos llama a trabajar, y representa en cierto sentido nuestra vida de pareja. ¿Podemos decir con certeza que Jesús, el heredero, el que nos dio acceso al Reino de los cielos, es siempre bienvenido en nuestra casa? ¿Es suficiente creer en él, desear estar con él, ser consciente de que él en persona «habita» nuestra relación, si luego todo esto no se traduce en vida encarnada?

Las soluciones a las crisis familiares, o de las relaciones de pareja, hay que buscarlas precisamente en el terreno que nos ha sido confiado. Con demasiada frecuencia, nos sentimos desanimados ante las pruebas que encontramos a lo largo de nuestra vida, o bien, inadecuados ante las exigencias que requiere el amor incondicional. Sin embargo, no nos damos cuenta de que todos somos «herederos» de un pedazo de cielo, y que caminamos, con los pies sucios de tierra, por el camino de la santidad.

Dejemos entonces que el Señor entre y visite su viña, que nos recuerde a qué estamos llamados, cuál es nuestra herencia y la responsabilidad que conlleva, para que las familias que a partir de hoy nos encontraremos puedan ver, a través de nuestra pobre humanidad , que con Jesús todo es posible, que todo tiene solución, pero que sin él verdademente nada podemos hacer.
Soraya y Michele.
(Traducido del original en italiano).

𝘋𝘦 𝘚𝘢𝘯 𝘑𝘶𝘢𝘯 𝘗𝘢𝘣𝘭𝘰 𝘐𝘐:
𝘗𝘦𝘳𝘰 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦 𝘵𝘰𝘥𝘰 𝘩𝘢𝘺 𝘲𝘶𝘦 𝘳𝘦𝘤𝘰𝘯𝘰𝘤𝘦𝘳 𝘦𝘭 𝘱𝘶𝘦𝘴𝘵𝘰 𝘴𝘪𝘯𝘨𝘶𝘭𝘢𝘳 𝘲𝘶𝘦, 𝘦𝘯 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘤𝘢𝘮𝘱𝘰, 𝘤𝘰𝘳𝘳𝘦𝘴𝘱𝘰𝘯𝘥𝘦 𝘢 𝘭𝘰 𝘦𝘴𝘱𝘰𝘴𝘰𝘴 𝘺 𝘢 𝘭𝘢𝘴 𝘧𝘢𝘮𝘪𝘭𝘪𝘢𝘴 𝘤𝘳𝘪𝘴𝘵𝘪𝘢𝘯𝘢𝘴, 𝘦𝘯 𝘷𝘪𝘳𝘵𝘶𝘥 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘨𝘳𝘢𝘤𝘪𝘢 𝘳𝘦𝘤𝘪𝘣𝘪𝘥𝘢 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘴𝘢𝘤𝘳𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘰. 𝘚𝘶 𝘮𝘪𝘴𝘪ó𝘯 𝘥𝘦𝘣𝘦 𝘱𝘰𝘯𝘦𝘳𝘴𝘦 𝘢𝘭 𝘴𝘦𝘳𝘷𝘪𝘤𝘪𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘦𝘥𝘪𝘧𝘪𝘤𝘢𝘤𝘪ó𝘯 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘐𝘨𝘭𝘦𝘴𝘪𝘢 𝘺 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘤𝘰𝘯𝘴𝘵𝘳𝘶𝘤𝘤𝘪ó𝘯 𝘥𝘦𝘭 𝘙𝘦𝘪𝘯𝘰 𝘥𝘦 𝘋𝘪𝘰𝘴 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘩𝘪𝘴𝘵𝘰𝘳𝘪𝘢. 𝘌𝘴𝘵𝘰 𝘦𝘴 𝘶𝘯𝘢 𝘦𝘹𝘪𝘨𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢 𝘥𝘦 𝘰𝘣𝘦𝘥𝘪𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢 𝘥ó𝘤𝘪𝘭 𝘢 𝘊𝘳𝘪𝘴𝘵𝘰 𝘚𝘦ñ𝘰𝘳. É𝘭, 𝘦𝘯 𝘦𝘧𝘦𝘤𝘵𝘰, 𝘦𝘯 𝘷𝘪𝘳𝘵𝘶𝘥 𝘥𝘦𝘭 𝘮𝘢𝘵𝘳𝘪𝘮𝘰𝘯𝘪𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘣𝘢𝘶𝘵𝘪𝘻𝘢𝘥𝘰𝘴 𝘦𝘭𝘦𝘷𝘢𝘥𝘰 𝘢 𝘴𝘢𝘤𝘳𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘰 𝘤𝘰𝘯𝘧𝘪𝘦𝘳𝘦 𝘢 𝘭𝘰𝘴 𝘦𝘴𝘱𝘰𝘴𝘰𝘴 𝘤𝘳𝘪𝘴𝘵𝘪𝘢𝘯𝘰𝘴 𝘶𝘯𝘢 𝘱𝘦𝘤𝘶𝘭𝘪𝘢𝘳 𝘮𝘪𝘴𝘪ó𝘯 𝘥𝘦 𝘢𝘱ó𝘴𝘵𝘰𝘭𝘦𝘴, 𝘦𝘯𝘷𝘪á𝘯𝘥𝘰𝘭𝘰𝘴 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘰𝘣𝘳𝘦𝘳𝘰𝘴 𝘢 𝘴𝘶 𝘷𝘪ñ𝘢, 𝘺, 𝘥𝘦 𝘮𝘢𝘯𝘦𝘳𝘢 𝘦𝘴𝘱𝘦𝘤𝘪𝘢𝘭, 𝘢 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘤𝘢𝘮𝘱𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘧𝘢𝘮𝘪𝘭𝘪𝘢. (𝘍𝘢𝘮𝘪𝘭𝘪𝘢𝘳𝘪𝘴 𝘊𝘰𝘯𝘴𝘰𝘳𝘵𝘪𝘰, 71).

EVANGELIO
Mt 21, 33-43
𝘈𝘳𝘳𝘦𝘯𝘥𝘢𝘳á 𝘦𝘭 𝘷𝘪ñ𝘦𝘥𝘰 𝘢 𝘰𝘵𝘳𝘰𝘴 𝘷𝘪ñ𝘢𝘥𝘰𝘳𝘦𝘴.
✠ Del santo Evangelio según san Mateo
En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo esta parábola: «Había una vez un propietario que plantó un viñedo, lo rodeó con una cerca, cavó un lagar en él, construyó una torre para el vigilante y luego lo alquiló a unos viñadores y se fue de viaje.
Llegado el tiempo de la vendimia, envió a sus criados para pedir su parte de los frutos a los viñadores; pero éstos se apoderaron de los criados, golpearon a uno, mataron a otro y a otro más lo apedrearon. Envió de nuevo a otros criados, en mayor número que los primeros, y los trataron del mismo modo.
Por último, les mandó a su propio hijo, pensando: ‘A mi hijo lo respetarán’. Pero cuando los viñadores lo vieron, se dijeron unos a otros: ‘Este es el heredero. Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia’. Le echaron mano, lo sacaron del viñedo y lo mataron. Ahora, díganme: cuando vuelva el dueño del viñedo, ¿qué hará con esos viñadores?» Ellos le respondieron: «Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo».
Entonces Jesús les dijo: «¿No han leído nunca en la Escritura: La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra del Señor y es un prodigio admirable? Por esta razón les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos».
Palabra del Señor.

Debemos esforzarnos por amar, pero no con un amor cualquiera, sino por amar con el mismo amor de Jesús

Debemos esforzarnos por amar, pero no con un amor cualquiera, sino por amar con el mismo amor de Jesús

Por: Daniela y Giuseppe Gulino (Alleanza di famiglie)

En el evangelio de hoy encontramos, una vez más, una viña como escenario de una historia de vida familiar. Un padre y sus hijos, hijos contradictorios, son los protagonistas de la historia. El padre les pide a ambos que trabajen en su viña: el primero responde inmediatamente que sí, pero luego no va, mientras el segundo no quiere ir, pero luego se arrepiente y va.

Inevitablemente, estos hijos traen a la mente a otro Hijo, un Hijo «obediente hasta muerte y muerte de Cruz», espejo y modelo del perfecto «sí» al Padre, ejemplo supremo de obediencia que todos nosotros, «hijos en el Hijo» , estamos llamados a imitar.

Dos invitaciones en particular quisimos plasmar y subrayar en esta historia para nosotros, los esposos.

La primera invitación es a la coherencia. Los dos hermanos dicen una cosa y luego hacen otra. ¿Cuántas veces somos incoherentes con nuestro cónyuge? Nos esforzamos en parecer diferentes de lo que somos, ostentamos una perfección, una sabiduría, capacidades y ganas de querer hacer algo que en realidad no tenemos. Nuestro cónyuge nos fue entregado para ayudarnos a ser nosotros mismos, a ser libres de esas máscaras que no duran y que nos asfixian, libres para mostrar nuestros defectos, nuestros límites, pero también nuestras cualidades junto con la belleza que allí habita.

La segunda invitación es a no juzgar. Los dos hermanos parecen ser de una manera y luego son de otra. ¿Cuántas veces decimos acoger y amar a nuestro cónyuge tal como es y en lugar de eso luchamos cada día en el intento de cambiarlo más a nuestro gusto?

De quien esta cerca, no vemos más que los aspectos externos. Sólo Dios escudriña los corazones y las mentes y conoce las dificultades, los sufrimientos, las fatigas y las heridas de cada uno; sólo Él puede juzgar y evaluar los corazones. Toda persona dispone de recursos insospechados y, por la gracia de Dios, todos pueden cambiar para mejor. Jesús lo creyó y lo demostró con Zaqueo, con la adúltera, con el ladrón arrepentido y con cada uno de nosotros.

Debemos esforzarnos por amar, pero no con un amor cualquiera, sino por amar con el mismo amor de Jesús: este no es un sentimiento que surge espontáneamente, sino una elección que hay que hacer y repetir cada día.

Cada día, el Padre nos dirige su invitación: a trabajar en su viña, que en primer lugar es nuestra familia, a ser coherentes y obedientes según el ejemplo de Jesús, a decir nuestro sí, pero con la actitud de quien sabe que no merece nada más que la culpa y la condenación, como la de los publicanos; y no con la actitud de los ancianos del pueblo, que son buenas personas y piensan que ya han hecho suficiente para merecer el cielo y la estima del Padre.

El Evangelio es siempre una novedad, el publicano escucha la invitación del Padre y se asombra y comprende que el Padre le está proponiendo hacer algo nuevo junto con Él, a pesar de su pecado, de su debilidad, y de su fragilidad. Por eso las prostitutas nos precederán, porque han comprendido que es con el mismo amor verdadero, profundo y sanador que han recibido, con el que deben amar a los demás. ¡Que cada uno de nosotros pueda escuchar cada día la invitación siempre nueva del Padre!

(Traducido del original en italiano).

EVANGELIO
Mt 21, 28-32
𝘌𝘭 𝘴𝘦𝘨𝘶𝘯𝘥𝘰 𝘩𝘪𝘫𝘰 𝘴𝘦 𝘢𝘳𝘳𝘦𝘱𝘪𝘯𝘵𝘪ó 𝘺 𝘧𝘶𝘦. – 𝘓𝘰𝘴 𝘱𝘶𝘣𝘭𝘪𝘤𝘢𝘯𝘰𝘴 𝘺 𝘭𝘢𝘴 𝘱𝘳𝘰𝘴𝘵𝘪𝘵𝘶𝘵𝘢𝘴 𝘴𝘦 𝘭𝘦𝘴 𝘩𝘢𝘯 𝘢𝘥𝘦𝘭𝘢𝘯𝘵𝘢𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘙𝘦𝘪𝘯𝘰 𝘥𝘦 𝘋𝘪𝘰𝘴.

✠ Del santo Evangelio según san Mateo
En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué opinan de esto? Un hombre que tenía dos hijos fue a ver al primero y le ordenó: ‘Hijo, ve a trabajar hoy en la viña’. Él le contestó: ‘Ya voy, señor’, pero no fue. El padre se dirigió al segundo y le dijo lo mismo. Éste le respondió: ‘No quiero ir’, pero se arrepintió y fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» Ellos le respondieron: «El segundo».

Entonces Jesús les dijo: «Yo les aseguro que los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios. Porque vino a ustedes Juan, predicó el camino de la justicia y no le creyeron; en cambio, los publicanos y las prostitutas, sí le creyeron; ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él».
Palabra del Señor.

La envidia surge cada vez que hacemos comparaciones, sin valorar lo que tenemos y somos

La envidia surge cada vez que hacemos comparaciones, sin valorar lo que tenemos y somos

Por: María y Sebastiano Fascetta (Alleanza di famiglie)

El Evangelio de hoy se centra en la generosidad, gratuidad y libertad de Dios hacia nosotros. De hecho, todos estamos llamados a «trabajar en la viña», es decir, a hacernos humanos mediante el trabajo interior y el cuidado de las relaciones, en cualquier momento y estación de nuestra existencia.

Incluso los llamados en el último momento reciben el mismo amor que aquellos que han trabajado toda su vida. Dios no actúa hacia nosotros según criterios meritocráticos, su amor es siempre sobreabundante y excedente. Nosotros también estamos llamados a ser del mismo modo, en particular, en la vida familiar, donde no faltan ocasiones para encerrarnos en nuestro propio egoísmo y buscar exclusivamente nuestro propio beneficio.

Amar es siempre un acto desinteresado, gratuito, libre de cualquier cálculo, interés propio o beneficio individual. Amar es no buscarse a uno mismo en los demás, de lo contrario, el amor conyugal y paterno se convierte en una forma sutil de chantaje con vistas a un resultado inmediato.

También la envidia encuentra espacio dentro de la vida de pareja. Esto sucede siempre que no nos alegramos de la diversidad entre el hombre y la mujer o de los dones diversos que posee cada miembro de la familia. La envidia surge cada vez que hacemos comparaciones, queremos ser como el otro y queremos las cosas del otro, sin valorar en cambio lo que tenemos y somos. El envidioso es ciego, porque no ve al otro y no se ve a sí mismo. La envidia genera violencia y el deseo de posesión.

El Evangelio nos invita a redescubrir lo esencial para vivir relaciones fecundas: la gentileza y la generosidad, el cuidado y la atención y aprender a alegrarnos del don del cónyuge, de los hijos… y de uno mismo. No hay amor por los demás si no hay amor por uno mismo. Sólo en la medida en que nosotros mismos estemos en paz podremos superar la envidia de quienes quieren ser «primeros» respecto a los demás.
(Traducido del original en italiano).

EVANGELIO
Mt 20, 1-16a
¿𝘝𝘢𝘴 𝘢 𝘵𝘦𝘯𝘦𝘳𝘮𝘦 𝘳𝘦𝘯𝘤𝘰𝘳 𝘱𝘰𝘳𝘲𝘶𝘦 𝘺𝘰 𝘴𝘰𝘺 𝘣𝘶𝘦𝘯𝘰?
✠ Del santo Evangelio según san Mateo
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los cielos es semejante a un propietario que, al amanecer, salió a contratar trabajadores para su viña. Después de quedar con ellos en pagarles un denario por día, los mandó a su viña. Salió otra vez a media mañana, vio a unos que estaban ociosos en la plaza y les dijo: «Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo que sea justo». Salió de nuevo a medio día y a media tarde e hizo lo mismo.
Por último, salió también al caer la tarde y encontró todavía otros que estaban en la plaza y les dijo: «¿Por qué han estado aquí todo el día sin trabajar?» Ellos le respondieron: «Porque nadie nos ha contratado». Él les dijo: «Vayan también ustedes a mi viña».
Al atardecer, el dueño de la viña le dijo a su administrador: «Llama a los trabajadores y págales su jornal, comenzando por los últimos hasta que llegues a los primeros». Se acercaron, pues, los que habían llegado al caer la tarde y recibieron un denario cada uno.
Cuando les llegó su turno a los primeros, creyeron que recibirían más; pero también ellos recibieron un denario cada uno. Al recibirlo, comenzaron a reclamarle al propietario, diciéndole: «Esos que llegaron al último sólo trabajaron una hora, y sin embargo, les pagas lo mismo que a nosotros, que soportamos el peso del día y del calor».
Pero él respondió a uno de ellos: «Amigo, yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no quedamos en que te pagaría un denario? Toma, pues, lo tuyo y vete. Yo quiero darle al que llegó al último lo mismo que a ti. ¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?»
De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos».
Palabra del Señor.

Nuestras familias son imperfectas; en camino hacia la santidad, pero siempre están necesitadas de experimentar la salvación, la sanación y la liberación

Nuestras familias son imperfectas; están en camino hacia la santidad, pero siempre están necesitadas de experimentar la salvación, la sanación y la liberación

Por: Soraya y Michele Solaro (Alleanza di famiglie).

El hilo conductor de las lecturas de este domingo es el perdón. Si alcanzamos a detenernos unos instantes, meditando la Palabra de Dios, podremos ver cuánta necesidad de ser perdonados y de perdonar hay en cada uno de nosotros y cómo esta carencia determina significativamente nuestro modo de relacionarnos con los demás, empezando por nuestro cónyuge, nuestros hijos y nuestros parientes más cercanos.

Sin embargo, la acción de perdonar no es un hecho. El primer obstáculo está inserto en nuestra propia humanidad, esa naturaleza caída heredada con el pecado original. Por este motivo, el perdón implica desapego, renuncia y esfuerzo, que toman forma con la decisión de amar al otro. El perdón presupone subir a la cruz junto con Jesús. Es allí donde el Señor perfeccionó el mandamiento del amor. De modo específico, nosotros, los cónyuges, recibimos sacramentalmente esta capacidad, y nuestra manera de amarnos no depende de nuestras aptitudes humanas, sino que se injerta y vive en el mismo e idéntico amor de Jesús, que nos habilita para entregarnos, amarnos y perdonarnos como Él lo hace con la Iglesia y con toda la humanidad.

Nuestras familias son imperfectas; están en camino hacia la santidad, pero siempre están necesitadas de experimentar la salvación, la sanación y la liberación. El primer paso hacia la «vida nueva», capaz de hacernos experimentar los frutos espirituales de la gracia, depende de nosotros. Decidámonos por el perdón y dejemos que Jesús entre en nuestra vida y en nuestras relaciones, haciendo nuestras las palabras del Salmo: «El Señor perdona tus pecados y cura tus enfermedades».

Feliz domingo.

(Traducido del original en italiano).

EVANGELIO
Mt 18, 21-35
𝘠𝘰 𝘵𝘦 𝘥𝘪𝘨𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘦𝘳𝘥𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘯𝘰 𝘴ó𝘭𝘰 𝘴𝘪𝘦𝘵𝘦 𝘷𝘦𝘤𝘦𝘴, 𝘴𝘪𝘯𝘰 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘴𝘦𝘵𝘦𝘯𝘵𝘢 𝘷𝘦𝘤𝘦𝘴 𝘴𝘪𝘦𝘵𝘦.

✠ Del santo Evangelio según san Mateo
En aquel tiempo, Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contestó: «No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete».
Entonces Jesús les dijo: «El Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores. El primero que le presentaron le debía muchos millones. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer, a sus hijos y todas sus posesiones, para saldar la deuda. El servidor, arrojándose a sus pies, le suplicaba, diciendo: «Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo». El rey tuvo lástima de aquel servidor, lo soltó y hasta le perdonó la deuda.
Pero, apenas había salido aquel servidor, se encontró con uno de sus compañeros, que le debía poco dinero. Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangulaba, mientras le decía: «Págame lo que me debes». El compañero se le arrodilló y le rogaba: «Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo». Pero el otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda.
Al ver lo ocurrido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contar al rey lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: «Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?» Y el señor, encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía.
Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».
Palabra del Señor.

«Amar es buscar que el otro desarrolle su capacidad de amar»

«Amar es buscar que el otro desarrolle su capacidad de amar»

Por: Magdalena y Carlos AltamiranoMorales (DIFAM Zacatecas – Alleanza di famiglie)

Las lecturas de este domingo nos muestran una dimensión más amplia del amor, por el cual buscamos voluntariamente el bien de la otra persona. Esta es una gran lección para todas las familias, pues en la familia es donde los seres humanos aprendemos a amar.

En la segunda lectura, San Pablo nos recuerda que amar es evitar hacer daño al prójimo. Sin embargo, antes, en la primera lectura, Ezequiel nos hace ver que no vivimos aislados y que todos somos parte de una comunidad, en la que somos responsables los unos de los otros. Por lo tanto, amar no es sólo evitar hacer el mal, sino hacer el bien. Por eso, amar es también buscar que el otro desarrolle su capacidad de amar, y esto implica que no dañe a los demás y que no se dañe a sí mismo. El no comprender esto nos lleva a confundir la tolerancia con la indiferencia, la cual es contraria al amor.

Amar no es simplemente ser una persona agradable, y caerle bien a todos, sino que implica hablar y decir la verdad, aunque en ocasiones incomode; aunque nos lleve a amonestar a nuestros seres amados. Claro, siempre y cuando la amonestación sea por su bien y no para defender nuestro honor o nuestro prestigio. Hacer esto suele ser difícil. Por eso, en el evangelio, Jesús nos muestra la manera correcta de poner en práctica la «corrección fraterna». Escuchamos que Jesús nos indica que la corrección primero debe realizarse de manera directa y en privado, buscando mantener la cercanía y la reputación del otro. Si el amonestado no nos hace caso, se busca, de manera progresiva repetir la amonestación, primero acompañados de una o dos personas cercanas, y luego de la comunidad. Si aun así, la otra persona no hace caso, Jesús nos pide tratarlo como a un pagano o a un publicano, pero al modo de Jesús. Recordemos la manera en que Jesús trataba a los publicanos y a los paganos: Él nunca se daba por vencido. Por eso, la última parte del evangelio es muy esperanzadora. Él nos recuerda que, si dos de nosotros nos ponemos de acuerdo para pedir algo, lo que sea, nuestro Padre nos lo concederá. Esto es, nos invita a vivir en su presencia y a orar por quien no ha querido escucharnos.

Recordemos que para Dios nada es imposible, y que la familia es donde aprendemos que el amor no tolera la indiferencia, que debemos cuidar la manera de amonestar al otro, teniendo en cuenta su reputación, y que, con nuestras palabras, acciones y oraciones, siempre podemos hacer algo por quien ha perdido el camino. El salmista nos recuerda: «Señor, que no seamos sordos a tu voz».

EVANGELIO
Mt 18, 15-20
𝘚𝘪 𝘵𝘶 𝘩𝘦𝘳𝘮𝘢𝘯𝘰 𝘵𝘦 𝘦𝘴𝘤𝘶𝘤𝘩𝘢, 𝘭𝘰 𝘩𝘢𝘣𝘳á𝘴 𝘴𝘢𝘭𝘷𝘢𝘥𝘰.

✠ Del santo Evangelio según san Mateo
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo a solas. Si te escucha, habrás salvado a tu hermano. Si no te hace caso, hazte acompañar de una o dos personas, para que todo lo que se diga conste por boca de dos o tres testigos. Pero si ni así te hace caso, díselo a la comunidad; y si ni a la comunidad le hace caso, apártate de él como de un pagano o de un publicano. Yo les aseguro que todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo.
Yo les aseguro también que si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo, sea lo que fuere, mi Padre celestial se lo concederá; pues donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos».
Palabra del Señor.

Jesús ha adquirido para nosotros, la vida verdadera que sabe alegrarse no de lo que tiene sino de lo que es, no de lo que recibe sino de lo que da

Jesús ha adquirido para nosotros, la vida verdadera que sabe alegrarse no de lo que tiene sino de lo que es, no de lo que recibe sino de lo que da

Por: Ermelinda y Franco Cidonelli (Alleanza di famiglie).

El evangelio de esta semana comienza con una reprimenda a Pedro, «tu modo de pensar no es el de Dios…», que Jesús nos haría muchas veces a las familias cristianas, cuando, como Pedro, vivimos la tentación de rechazar el sufrimiento y queremos resolver cada cosa sin pasar por el crisol del dolor. Cuando, frente a desilusiones y malentendidos, elegimos la cerrazón y no el diálogo, cuando en la traición, en la falta de amor, elegimos no perdonar o la venganza, cuando en lugar de tender la mano a los que están en dificultad, elegimos el juicio, cuando frente a las dificultades conyugales elegimos la separación y no el esfuerzo de empezar de nuevo, cuando no tenemos fe ni esperanza en nuestro futuro y nos angustiamos perdiendo de vista lo que importa, Jesús nos repite: «Su modo de pensar no es el de Dios… ».

Sólo si aprendemos a pensar del modo de Dios podremos aceptar la invitación exigente de Jesús, que de otro modo sería bastante absurda.

A Pedro, y a cada uno de nosotros, Jesús nos propone (no impone): «Si quieres seguirme…».

𝗥𝗲𝗻𝘂𝗻𝗰𝗶𝗮 𝗮 𝘁𝗶 𝗺𝗶𝘀𝗺𝗼: No te hagas esclavo del otro, sino libérate de tus egoísmos, de tus proyectos, de tus pensamientos que condicionan tus relaciones en la familia y más allá, para aprender a acoger y a amar a tu cónyuge, a tus hijos, a cada hermano en su diversidad, después de haber «renunciado a encuadrarlos en tus esquemas».

𝗧𝗼𝗺𝗮 𝘁𝘂 𝗰𝗿𝘂𝘇: No sufriendo el dolor ni dejándote aplastar por la prueba, sino a la manera de Jesús, que hace de la cruz la manifestación del amor más grande. Toma y acoge las dificultades que la vida te presenta, incluso las más grandes, como oportunidades para aprender a amar a la manera divina, para descubrirte capaz, en la potencia del Espíritu que nos habita, de amar como Jesús, y entonces también tu cruz será «gloriosa».

𝗤𝘂𝗶𝗲𝗻 𝗾𝘂𝗶𝗲𝗿𝗮 𝘀𝗮𝗹𝘃𝗮𝗿 𝘀𝘂 𝘃𝗶𝗱𝗮: ¿Qué daño hay, diríamos, en querer salvar la vida? ¿Pero, de qué tipo de vida estamos hablando? Ciertamente, no de la vida hecha de apariencias, de realizaciones a toda costa y de alegrías efímeras. Esta es la vida que debemos estar dispuestos a perder para ganar la vida plena que Jesús ha adquirido para nosotros, la vida verdadera que sabe alegrarse no de lo que tiene sino de lo que es, no de lo que recibe sino de lo que da. Sólo así podremos seguir a Jesús: CAMINO, VERDAD y VIDA.

Señor, concédenos, como Jeremías, poder decirte como familia «me sedujiste, Señor, y me dejé seducir», para seguirte también por los caminos del amor, a veces tortuosos y difíciles, y para experimentar y dar testimonio de la belleza, la grandeza y la profundidad del amor que has derramado en nuestros corazones y en nuestras familias. Amén, aleluya.

(Traducido del original en italiano).

EVANGELIO
Mt 16, 21-27.
𝘌𝘭 𝘲𝘶𝘦 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘢 𝘷𝘦𝘯𝘪𝘳 𝘤𝘰𝘯𝘮𝘪𝘨𝘰, 𝘲𝘶𝘦 𝘳𝘦𝘯𝘶𝘯𝘤𝘪𝘦 𝘢 𝘴í 𝘮𝘪𝘴𝘮𝘰.

✠ Del santo Evangelio según san Mateo.
En aquel tiempo, comenzó Jesús a anunciar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para padecer allí mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que tenía que ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y trató de disuadirlo, diciéndole: «No lo permita Dios, Señor. Eso no te puede suceder a ti». Pero Jesús se volvió a Pedro y le dijo: «¡Apártate de mí, Satanás, y no intentes hacerme tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres!» Luego Jesús dijo a sus discípulos: «El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla? Porque el Hijo del hombre ha de venir rodeado de la gloria de su Padre, en compañía de sus ángeles, y entonces le dará a cada uno lo que merecen sus obras».
Palabra del Señor.

La Iglesia es un bien para la familia, la familia es un bien para la Iglesia

La Iglesia es un bien para la familia, la familia es un bien para la Iglesia

¿Quién es Jesús para nosotros y para nuestra familia?

Por: Rosa María y Giorgio Middione (Alleanza di famiglie).

El pasaje del Evangelio de hoy se abre con una pregunta crucial para todo aquel que quiera caminar como discípulo de Cristo: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?».

Jesús nos invita a preguntarnos quién es Él para cada uno de nosotros. Esta pregunta y el diálogo que luego se entabla con Pedro son importantes para llevar a cabo una reflexión atenta sobre nuestra fe y nuestro modo de ser cristianos.

Entonces, ¿quién es Jesús para nosotros y para nuestras familias?

En el diálogo no desea incitarnos a buscar definiciones, sino a preguntarnos por el tipo de relación que tenemos con Él.

Preguntémonos entonces: ¿cómo ha cambiado nuestra vida desde que hemos escuchado hablar de Dios? ¿Lo hemos encontrado personalmente de verdad? ¿Qué lugar ocupa Jesús hoy, y qué tan importante es, en nuestras vidas? ¿Hemos abierto nuestros corazones y nuestros hogares a Dios?

Estas son las preguntas que debemos hacernos, porque Dios busca establecer con nosotros una relación única y especial y quiere saber si realmente estamos enamorados y si le hemos abierto nuestro corazón a Él, porque las preguntas nos obligan a detenernos para mirarnos dentro, y las respuestas que intentamos dar nos indican la dirección a tomar.

El pasaje de hoy nos lleva, por tanto, a confrontarnos y a verificar en qué punto se encuentra nuestra fe en Cristo; porque conocer a Cristo no significa necesariamente reconocerlo.

Podemos saber mucho de Jesús, pero ser cristiano hoy significa sobre todo reconocer en Jesús al Señor, a quien pertenece nuestra vida. Y esta afirmación debe ser fruto de una conciencia personal, que nace de haber tenido, en primera persona, experiencia de Dios, de su omnipotencia, majestad, realeza y misericordia, hasta el punto de querer dar testimonio a los demás de lo que hemos vivido y recibido.

Debemos reconocer con humildad nuestra pequeñez y limitación ante Dios que lo es todo y todo lo puede.

La Palabra del Evangelio prosigue luego haciéndonos dar un paso adelante en nuestro camino de madurez espiritual. Todo cristiano que decide seguir a Jesús para acceder su reino y a la salvación eterna debe caminar al interior de su Iglesia, institución fundada por Cristo.

El cristiano es, por tanto, quien reconoce a Dios y reconoce su Iglesia.

«Cada uno de nosotros es una pequeña piedra, pero en las manos de Jesús participa en la construcción de la Iglesia» (Comentario del Papa Francisco en el Ángelus del 27 de agosto de 2017).

Cada pequeña piedra es útil, porque en las manos de Jesús se vuelve preciosa en cuanto es transformada, con la acción del Espíritu Santo, y colocada en el lugar adecuado para construir el edificio entero.

La Iglesia es una «familia de familias», y cada familia es una pequeña Iglesia doméstica, un lugar de intimidad en el que es posible experimentar, en la relación conyugal, paterna y fraterna cotidiana, la comunión que puede hacer crecer a cada componente como un ser único y original, ayudándolo a madurar su propia vocación personal en la vida.

Pero si queremos construir sobre la roca, para no vacilar ante las adversidades de la vida, necesitamos de Dios. Si nuestro núcleo familiar vacila, toda la Iglesia vacilará.

Cada familia tiene la misión de edificarse para construir la Iglesia, que es comunidad de vida, compuesta por muchos núcleos familiares, todos diferentes, que forman un único edificio que puede convertirse en signo de fraternidad y comunión.

En virtud del sacramento del matrimonio, cada pareja y familia que vive en el seguimiento a Cristo es un bien precioso para toda la Iglesia, y está llamada a no permanecer aislada y encerrada en sí misma, sino a recurrir a Dios, con la escucha la Palabra, nutriéndose de la mesa eucarística y del sacramento de la reconciliación, para aportar su propia contribución a la comunidad cristiana.

Existe una relación de reciprocidad entre la Iglesia y la familia, consideradas dones preciosos la una para la otra. «La Iglesia es un bien para la familia, la familia es un bien para la Iglesia» (Amoris laetitia, 87).

Encomendemos a todas nuestras familias y a toda la Iglesia al cuidado de la Virgen María, madre amorosa que todo lo ve y todo lo conoce, para que nos sostenga en las pruebas y nos acompañe con su maternal intercesión, pidiendo a Dios el don de la unidad y de la comunión de amor recíproco, para que pueda reinar en primer lugar en las pequeñas «iglesias domésticas», y para poder transmitirlo luego donde no existe, y, finalmente, pidamos la gracia de tener siempre la luz para reconocerlo y, en consecuencia, la fuerza y ​​el coraje de anunciar a todos que Jesús es el Señor. Amén.

(Traducido del original en italiano).

EVANGELIO

Mt 16, 13-20.

𝘛ú 𝘦𝘳𝘦𝘴 𝘗𝘦𝘥𝘳𝘰 𝘺 𝘺𝘰 𝘵𝘦 𝘥𝘢𝘳é 𝘭𝘢𝘴 𝘭𝘭𝘢𝘷𝘦𝘴 𝘥𝘦𝘭 𝘙𝘦𝘪𝘯𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰𝘴.

✠ Del santo Evangelio según san Mateo.

En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas».

Luego les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».

Jesús le dijo entonces: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo».

Y les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.

Palabra del Señor.

Pidamos al Espíritu Santo la gracia de una fe cada vez más grande, más verdadera y más viva

Pidamos al Espíritu Santo la gracia de una fe cada vez más grande, más verdadera y más viva

Por: Ivana y Giovanni Granatelli (Alleanza di famiglie)

Queridos hermanos y hermanas, queridos esposos y queridas familias amadas por el Señor:
En este domingo estamos invitados a detenernos en una página del evangelio que conmueve el corazón: una mamá desesperada por la situación lamentable en la que se encuentra su pequeña hija implora a Jesús que le haga un milagro, para liberar, curar y sanar a su hija de lo maligno que la atormenta y que la priva tanto de la alegría como de la paz. Al principio Jesús parece vacilar, pero luego, impresionado por las sentidas palabras de la mujer, cede frente a su gran fe. Su amor incontenible transborda hasta el punto que como un río en crecida alcanza a la niña, liberándola y curándola completamente. Esta madre que no asistía a la sinagoga, que probablemente no era una mujer de oración, más bien adoraba ídolos y divinidades paganas. Sin embargo, tiene la certeza de que el Señor ama a todos sin distinción y que sus entrañas se estremecen de compasión, de ternura y de amor por todos sus criaturas y por cada uno de sus hijos. Jesús nos ama con el mismo amor del Padre.

El amor de Jesús por todos, por cada matrimonio y por cada familia, es un amor visceral, fuerte, misericordioso, que entra en los pliegues y heridas de nuestra vida personal y familiar para sanarnos, liberarnos, curarnos y hacer nuevas todas las cosas.

Hoy también nosotros, los matrimonios y las familias cristianas, estamos llamados a imitar la fe de esta mujer. Pidamos al Espíritu Santo la gracia de una fe cada vez más grande, más verdadera y más viva. Acerquémonos también nosotros hoy a Jesús y entreguémosle nuestra difícil situación, esa situación que aflige a nuestro matrimonio, que angustia y divide a nuestra familia, esa espina clavada en nuestro costado que no nos da paz, que sangrándonos, consume nuestras fuerzas y nos quita la serenidad y la vida. Supliquemos a Jesús con fe, insistamos, persistamos y perseveremos abandonándonos a Él, seguros de ser escuchados. Somos conscientes que a veces no somos dignos de ser escuchados y sabemos que estamos llenos de pecados y que vivimos alejados de la gracia, pero debemos estar seguros de una cosa, que solo Jesús puede cambiar nuestro destino.

Señor, te presentamos nuestro dolor, las penalidades, los sufrimientos, las cadenas, las tinieblas, el desánimo, la desesperación, las humillaciones y la soledad de tantas de nuestras familias, y como la mujer del evangelio queremos gritar: «Ten compasión». Queremos reconocerte como Señor, seguirte y postrarnos a tus pies para decirte con todo el corazón y con toda la fuerza: «¡Señor, ayúdanos!».
Creemos que aún mayor que nuestra miseria es tu misericordia, que tu compasión y tu amor son infinitos y son para todos, y que el bien vence siempre al mal. ¡Obra para nosotros el mismo prodigio! ¡Deseamos aún muchas migajas de curación, de liberación, de consolación, de conversión, de milagro! ¡Señor, no tardes!

…Aquí Tú nos preparas una mesa, «un festín de manjares suculentos, un banquete de manjares deliciosos»…
¡Maravilloso eres Jesús! Amén. Aleluya.

(Traducido del original en italiano).

EVANGELIO
Mt 15, 21-28.
𝘔𝘶𝘫𝘦𝘳, ¡𝘲𝘶é 𝘨𝘳𝘢𝘯𝘥𝘦 𝘦𝘴 𝘵𝘶 𝘧𝘦!
✠ Del santo Evangelio según san Mateo.
En aquel tiempo, Jesús se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: «Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio». Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se acercaron y le rogaban: «Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros». Él les contestó: «Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel».
Ella se acercó entonces a Jesús, y postrada ante él, le dijo: «¡Señor, ayúdame!» Él le respondió: «No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos». Pero ella replicó: «Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos». Entonces Jesús le respondió: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas». Y en aquel mismo instante quedó curada su hija..
Palabra del Señor.

Jesús está siempre con nosotros, aunque no lo veamos, y vela por nosotros

Por: Filippa y Gino Passarello (Alleanza di famiglie)

Después de la multiplicación de los panes, Jesús manda a los discípulos subir a la barca y adelantárse a la otra orilla, mientras él se retira a orar. Sin embargo, durante toda la noche, la barca es agitada por las aguas y ellos tienen miedo porque Jesús no está con ellos.

Las familias, como los apóstoles, navegamos muchas veces en la noche, en medio de la tempestad. El viento contrario de una cultura hedonista e individualista socava continuamente nuestra vida, pero también está la fatiga de caminar juntos y acogernos cada día, de las expectativas defraudadas, del cuidado de los hijos, de la enfermedad que a veces llama a la puerta, del trabajo precario o faltante. Es una fatiga que pone una dura prueba en nuestro camino. No raramente, tememos estar solos y nos dejamos vencer por el miedo y el desánimo. Pero Jesús no está lejos y, antes de que acabe la noche, sale a nuestro encuentro y nos repite: «Tranquilícense y no teman. Soy yo». Y nos invita, como hizo con Pedro, a caminar sobre las aguas de la fe. Él está siempre con nosotros, aunque no lo veamos, y vela por nosotros. Conoce todas nuestras penas y, si no nos alivia de la fatiga del viaje, nos anima a no temer nunca, pase lo que pase, porque «si Dios está con nosotros», como dice Pablo, «¿quién estará contra nosotros?».

Pedro camina sobre el agua hasta que deja espacio al miedo, solo entonces comienza a hundirse y experimenta su fragilidad. Jesús le tiende la mano, lo salva y, con dulzura, le reprocha: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» Si apartamos la mirada de Jesús, el miedo se apodera de nosotros y también corremos el riesgo de hundirnos. Por eso, tenemos necesidad de cultivar la oración juntos y de encontrar cada día un tiempo de silencio para estar con Él, como Él lo hacía con el Padre, para que pueda convertirse cada gesto en oración, y nuestra casa, cada vez más, en lugar de la presencia de Dios.
(Traducido del original en italiano).

EVANGELIO
Mt 14, 22-33.
𝘔á𝘯𝘥𝘢𝘮𝘦 𝘪𝘳 𝘢 𝘵𝘪 𝘤𝘢𝘮𝘪𝘯𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦 𝘦𝘭 𝘢𝘨𝘶𝘢.
✠ Del santo Evangelio según san Mateo.
En aquel tiempo, inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba él solo allí.
Entretanto, la barca iba ya muy lejos de la costa y las olas la sacudían, porque el viento era contrario. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron y decían: «¡Es un fantasma!» Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: «Tranquilícense y no teman. Soy yo».
Entonces le dijo Pedro: «Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua». Jesús le contestó: «Ven». Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: «¡Sálvame, Señor!» Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en la barca se postraron ante Jesús, diciendo: «Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios».
Palabra del Señor.

El de la familia es un camino de continua transfiguración por obra del Espíritu Santo

Por: Filippa y Gino Passarello (Alleanza di famiglie)

La de este domingo es una de las páginas más bellas de todo el evangelio: Jesús, después de haber hablado a los suyos de la pasión que deberá afrontar, para ayudarlos a comprender lo que está por suceder y abrirlos a la esperanza, conduce consigo a Pedro, Santiago y Juan y se revela a sí mismo en toda su gloria.

Él conoce la debilidad de sus discípulos y comprende sus dudas y temores. Por eso, los conduce aparte, para que puedan contemplar su verdadero rostro, saborear la dicha y la intimidad de esa visión, confirmarse en la fe y escuchar la voz del Padre que los exhorta a seguir. Esta página interpela de manera muy particular a la familia. Es, en efecto, el rostro humilde de ese misterio de amor que ha impulsado a Dios a convertirse en esposo de la humanidad.

En el sacramento, el amor de los esposos se transfigura en el amor mismo de Jesús por su esposa, refleja la luz y anuncia la fidelidad. Y, dado que el sacramento es permanente, también el amor de los esposos, a pesar de su pobreza y fragilidad, manifiesta en modo permanente el rostro del Esposo e irradia su amor. Con la familia, Dios continúa revelándose a los hombres y llevando su mensaje de amor y esperanza: Dios está con nosotros y por nosotros, y nada podrá separarnos de su amor, como nos recuerda Pablo.

El evangelio de hoy nos ayuda a ver, más allá de las apariencias, la victoria del amor sobre los fracasos, de la luz sobre las tinieblas y los miedos, y nos ayuda a dar sentido al dolor y a las derrotas, porque nos hace entrar en la lógica de Dios y en su historia de amor.

El de la familia es un camino de continua transfiguración por obra del Espíritu Santo, que hace de cada gesto de amor el signo visible de la ternura infinita de Dios. Lo que llama la atención, en el episodio de la transfiguración, es que ocurre mientras Jesús está en oración. También para nosotros, los esposos, es necesario cada día subir al monte con Jesús, aparte, distanciarnos del mundo, de sus ruidos para estar con Él, escuchar su palabra, contemplar su rostro, y dejarnos iluminar por su luz.

El amor hace resplandecer los rostros de los enamorados. Así, estar con el Esposo, hace radiante y luminoso nuestro rostro de esposos y lo hace reflejo de su luz. Con Jesús, en la montaña, aprendemos a mirar nuestra historia desde una perspectiva nueva, descubrimos que nuestra fragilidad es, en realidad, nuestra fuerza, que la pobreza es condición para acoger la verdadera riqueza, y que morir a nosotros mismos se revela como fuente de vida nueva y de eternidad. Sólo si estamos con Él podemos convertirnos en signo de esperanza y caminar en el mundo con el cielo en la mirada y en el corazón.
(Traducido del original en italiano).

EVANGELIO
Mt 17,1-9.
𝘚𝘶 𝘳𝘰𝘴𝘵𝘳𝘰 𝘴𝘦 𝘱𝘶𝘴𝘰 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘭𝘢𝘯𝘥𝘦𝘤𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘭 𝘴𝘰𝘭.
✠ Del santo Evangelio según san Mateo.
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de éste, y los hizo subir a solas con él a un monte elevado. Ahí se transfiguró en su presencia: su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve. De pronto aparecieron ante ellos Moisés y Elías, conversando con Jesús.
Entonces Pedro le dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bueno sería quedarnos aquí! Si quieres, haremos aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
Cuando aún estaba hablando, una nube luminosa los cubrió y de ella salió una voz que decía: «Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo». Al oír esto, los discípulos cayeron rostro en tierra, llenos de un gran temor. Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo: «Levántense y no teman». Alzando entonces los ojos, ya no vieron a nadie más que a Jesús. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No le cuenten a nadie lo que han visto, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos».
Palabra del Señor.

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