La Iglesia es un bien para la familia, la familia es un bien para la Iglesia
¿Quién es Jesús para nosotros y para nuestra familia?
Por: Rosa María y Giorgio Middione (Alleanza di famiglie).
El pasaje del Evangelio de hoy se abre con una pregunta crucial para todo aquel que quiera caminar como discípulo de Cristo: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?».
Jesús nos invita a preguntarnos quién es Él para cada uno de nosotros. Esta pregunta y el diálogo que luego se entabla con Pedro son importantes para llevar a cabo una reflexión atenta sobre nuestra fe y nuestro modo de ser cristianos.
Entonces, ¿quién es Jesús para nosotros y para nuestras familias?
En el diálogo no desea incitarnos a buscar definiciones, sino a preguntarnos por el tipo de relación que tenemos con Él.
Preguntémonos entonces: ¿cómo ha cambiado nuestra vida desde que hemos escuchado hablar de Dios? ¿Lo hemos encontrado personalmente de verdad? ¿Qué lugar ocupa Jesús hoy, y qué tan importante es, en nuestras vidas? ¿Hemos abierto nuestros corazones y nuestros hogares a Dios?
Estas son las preguntas que debemos hacernos, porque Dios busca establecer con nosotros una relación única y especial y quiere saber si realmente estamos enamorados y si le hemos abierto nuestro corazón a Él, porque las preguntas nos obligan a detenernos para mirarnos dentro, y las respuestas que intentamos dar nos indican la dirección a tomar.
El pasaje de hoy nos lleva, por tanto, a confrontarnos y a verificar en qué punto se encuentra nuestra fe en Cristo; porque conocer a Cristo no significa necesariamente reconocerlo.
Podemos saber mucho de Jesús, pero ser cristiano hoy significa sobre todo reconocer en Jesús al Señor, a quien pertenece nuestra vida. Y esta afirmación debe ser fruto de una conciencia personal, que nace de haber tenido, en primera persona, experiencia de Dios, de su omnipotencia, majestad, realeza y misericordia, hasta el punto de querer dar testimonio a los demás de lo que hemos vivido y recibido.
Debemos reconocer con humildad nuestra pequeñez y limitación ante Dios que lo es todo y todo lo puede.
La Palabra del Evangelio prosigue luego haciéndonos dar un paso adelante en nuestro camino de madurez espiritual. Todo cristiano que decide seguir a Jesús para acceder su reino y a la salvación eterna debe caminar al interior de su Iglesia, institución fundada por Cristo.
El cristiano es, por tanto, quien reconoce a Dios y reconoce su Iglesia.
«Cada uno de nosotros es una pequeña piedra, pero en las manos de Jesús participa en la construcción de la Iglesia» (Comentario del Papa Francisco en el Ángelus del 27 de agosto de 2017).
Cada pequeña piedra es útil, porque en las manos de Jesús se vuelve preciosa en cuanto es transformada, con la acción del Espíritu Santo, y colocada en el lugar adecuado para construir el edificio entero.
La Iglesia es una «familia de familias», y cada familia es una pequeña Iglesia doméstica, un lugar de intimidad en el que es posible experimentar, en la relación conyugal, paterna y fraterna cotidiana, la comunión que puede hacer crecer a cada componente como un ser único y original, ayudándolo a madurar su propia vocación personal en la vida.
Pero si queremos construir sobre la roca, para no vacilar ante las adversidades de la vida, necesitamos de Dios. Si nuestro núcleo familiar vacila, toda la Iglesia vacilará.
Cada familia tiene la misión de edificarse para construir la Iglesia, que es comunidad de vida, compuesta por muchos núcleos familiares, todos diferentes, que forman un único edificio que puede convertirse en signo de fraternidad y comunión.
En virtud del sacramento del matrimonio, cada pareja y familia que vive en el seguimiento a Cristo es un bien precioso para toda la Iglesia, y está llamada a no permanecer aislada y encerrada en sí misma, sino a recurrir a Dios, con la escucha la Palabra, nutriéndose de la mesa eucarística y del sacramento de la reconciliación, para aportar su propia contribución a la comunidad cristiana.
Existe una relación de reciprocidad entre la Iglesia y la familia, consideradas dones preciosos la una para la otra. «La Iglesia es un bien para la familia, la familia es un bien para la Iglesia» (Amoris laetitia, 87).
Encomendemos a todas nuestras familias y a toda la Iglesia al cuidado de la Virgen María, madre amorosa que todo lo ve y todo lo conoce, para que nos sostenga en las pruebas y nos acompañe con su maternal intercesión, pidiendo a Dios el don de la unidad y de la comunión de amor recíproco, para que pueda reinar en primer lugar en las pequeñas «iglesias domésticas», y para poder transmitirlo luego donde no existe, y, finalmente, pidamos la gracia de tener siempre la luz para reconocerlo y, en consecuencia, la fuerza y el coraje de anunciar a todos que Jesús es el Señor. Amén.
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
Mt 16, 13-20.
𝘛ú 𝘦𝘳𝘦𝘴 𝘗𝘦𝘥𝘳𝘰 𝘺 𝘺𝘰 𝘵𝘦 𝘥𝘢𝘳é 𝘭𝘢𝘴 𝘭𝘭𝘢𝘷𝘦𝘴 𝘥𝘦𝘭 𝘙𝘦𝘪𝘯𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰𝘴.
✠ Del santo Evangelio según san Mateo.
En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas».
Luego les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Jesús le dijo entonces: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo».
Y les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
Palabra del Señor.