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La Iglesia es un bien para la familia, la familia es un bien para la Iglesia

La Iglesia es un bien para la familia, la familia es un bien para la Iglesia

¿Quién es Jesús para nosotros y para nuestra familia?

Por: Rosa María y Giorgio Middione (Alleanza di famiglie).

El pasaje del Evangelio de hoy se abre con una pregunta crucial para todo aquel que quiera caminar como discípulo de Cristo: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?».

Jesús nos invita a preguntarnos quién es Él para cada uno de nosotros. Esta pregunta y el diálogo que luego se entabla con Pedro son importantes para llevar a cabo una reflexión atenta sobre nuestra fe y nuestro modo de ser cristianos.

Entonces, ¿quién es Jesús para nosotros y para nuestras familias?

En el diálogo no desea incitarnos a buscar definiciones, sino a preguntarnos por el tipo de relación que tenemos con Él.

Preguntémonos entonces: ¿cómo ha cambiado nuestra vida desde que hemos escuchado hablar de Dios? ¿Lo hemos encontrado personalmente de verdad? ¿Qué lugar ocupa Jesús hoy, y qué tan importante es, en nuestras vidas? ¿Hemos abierto nuestros corazones y nuestros hogares a Dios?

Estas son las preguntas que debemos hacernos, porque Dios busca establecer con nosotros una relación única y especial y quiere saber si realmente estamos enamorados y si le hemos abierto nuestro corazón a Él, porque las preguntas nos obligan a detenernos para mirarnos dentro, y las respuestas que intentamos dar nos indican la dirección a tomar.

El pasaje de hoy nos lleva, por tanto, a confrontarnos y a verificar en qué punto se encuentra nuestra fe en Cristo; porque conocer a Cristo no significa necesariamente reconocerlo.

Podemos saber mucho de Jesús, pero ser cristiano hoy significa sobre todo reconocer en Jesús al Señor, a quien pertenece nuestra vida. Y esta afirmación debe ser fruto de una conciencia personal, que nace de haber tenido, en primera persona, experiencia de Dios, de su omnipotencia, majestad, realeza y misericordia, hasta el punto de querer dar testimonio a los demás de lo que hemos vivido y recibido.

Debemos reconocer con humildad nuestra pequeñez y limitación ante Dios que lo es todo y todo lo puede.

La Palabra del Evangelio prosigue luego haciéndonos dar un paso adelante en nuestro camino de madurez espiritual. Todo cristiano que decide seguir a Jesús para acceder su reino y a la salvación eterna debe caminar al interior de su Iglesia, institución fundada por Cristo.

El cristiano es, por tanto, quien reconoce a Dios y reconoce su Iglesia.

«Cada uno de nosotros es una pequeña piedra, pero en las manos de Jesús participa en la construcción de la Iglesia» (Comentario del Papa Francisco en el Ángelus del 27 de agosto de 2017).

Cada pequeña piedra es útil, porque en las manos de Jesús se vuelve preciosa en cuanto es transformada, con la acción del Espíritu Santo, y colocada en el lugar adecuado para construir el edificio entero.

La Iglesia es una «familia de familias», y cada familia es una pequeña Iglesia doméstica, un lugar de intimidad en el que es posible experimentar, en la relación conyugal, paterna y fraterna cotidiana, la comunión que puede hacer crecer a cada componente como un ser único y original, ayudándolo a madurar su propia vocación personal en la vida.

Pero si queremos construir sobre la roca, para no vacilar ante las adversidades de la vida, necesitamos de Dios. Si nuestro núcleo familiar vacila, toda la Iglesia vacilará.

Cada familia tiene la misión de edificarse para construir la Iglesia, que es comunidad de vida, compuesta por muchos núcleos familiares, todos diferentes, que forman un único edificio que puede convertirse en signo de fraternidad y comunión.

En virtud del sacramento del matrimonio, cada pareja y familia que vive en el seguimiento a Cristo es un bien precioso para toda la Iglesia, y está llamada a no permanecer aislada y encerrada en sí misma, sino a recurrir a Dios, con la escucha la Palabra, nutriéndose de la mesa eucarística y del sacramento de la reconciliación, para aportar su propia contribución a la comunidad cristiana.

Existe una relación de reciprocidad entre la Iglesia y la familia, consideradas dones preciosos la una para la otra. «La Iglesia es un bien para la familia, la familia es un bien para la Iglesia» (Amoris laetitia, 87).

Encomendemos a todas nuestras familias y a toda la Iglesia al cuidado de la Virgen María, madre amorosa que todo lo ve y todo lo conoce, para que nos sostenga en las pruebas y nos acompañe con su maternal intercesión, pidiendo a Dios el don de la unidad y de la comunión de amor recíproco, para que pueda reinar en primer lugar en las pequeñas «iglesias domésticas», y para poder transmitirlo luego donde no existe, y, finalmente, pidamos la gracia de tener siempre la luz para reconocerlo y, en consecuencia, la fuerza y ​​el coraje de anunciar a todos que Jesús es el Señor. Amén.

(Traducido del original en italiano).

EVANGELIO

Mt 16, 13-20.

𝘛ú 𝘦𝘳𝘦𝘴 𝘗𝘦𝘥𝘳𝘰 𝘺 𝘺𝘰 𝘵𝘦 𝘥𝘢𝘳é 𝘭𝘢𝘴 𝘭𝘭𝘢𝘷𝘦𝘴 𝘥𝘦𝘭 𝘙𝘦𝘪𝘯𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰𝘴.

✠ Del santo Evangelio según san Mateo.

En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas».

Luego les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».

Jesús le dijo entonces: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo».

Y les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.

Palabra del Señor.

Pidamos al Espíritu Santo la gracia de una fe cada vez más grande, más verdadera y más viva

Pidamos al Espíritu Santo la gracia de una fe cada vez más grande, más verdadera y más viva

Por: Ivana y Giovanni Granatelli (Alleanza di famiglie)

Queridos hermanos y hermanas, queridos esposos y queridas familias amadas por el Señor:
En este domingo estamos invitados a detenernos en una página del evangelio que conmueve el corazón: una mamá desesperada por la situación lamentable en la que se encuentra su pequeña hija implora a Jesús que le haga un milagro, para liberar, curar y sanar a su hija de lo maligno que la atormenta y que la priva tanto de la alegría como de la paz. Al principio Jesús parece vacilar, pero luego, impresionado por las sentidas palabras de la mujer, cede frente a su gran fe. Su amor incontenible transborda hasta el punto que como un río en crecida alcanza a la niña, liberándola y curándola completamente. Esta madre que no asistía a la sinagoga, que probablemente no era una mujer de oración, más bien adoraba ídolos y divinidades paganas. Sin embargo, tiene la certeza de que el Señor ama a todos sin distinción y que sus entrañas se estremecen de compasión, de ternura y de amor por todos sus criaturas y por cada uno de sus hijos. Jesús nos ama con el mismo amor del Padre.

El amor de Jesús por todos, por cada matrimonio y por cada familia, es un amor visceral, fuerte, misericordioso, que entra en los pliegues y heridas de nuestra vida personal y familiar para sanarnos, liberarnos, curarnos y hacer nuevas todas las cosas.

Hoy también nosotros, los matrimonios y las familias cristianas, estamos llamados a imitar la fe de esta mujer. Pidamos al Espíritu Santo la gracia de una fe cada vez más grande, más verdadera y más viva. Acerquémonos también nosotros hoy a Jesús y entreguémosle nuestra difícil situación, esa situación que aflige a nuestro matrimonio, que angustia y divide a nuestra familia, esa espina clavada en nuestro costado que no nos da paz, que sangrándonos, consume nuestras fuerzas y nos quita la serenidad y la vida. Supliquemos a Jesús con fe, insistamos, persistamos y perseveremos abandonándonos a Él, seguros de ser escuchados. Somos conscientes que a veces no somos dignos de ser escuchados y sabemos que estamos llenos de pecados y que vivimos alejados de la gracia, pero debemos estar seguros de una cosa, que solo Jesús puede cambiar nuestro destino.

Señor, te presentamos nuestro dolor, las penalidades, los sufrimientos, las cadenas, las tinieblas, el desánimo, la desesperación, las humillaciones y la soledad de tantas de nuestras familias, y como la mujer del evangelio queremos gritar: «Ten compasión». Queremos reconocerte como Señor, seguirte y postrarnos a tus pies para decirte con todo el corazón y con toda la fuerza: «¡Señor, ayúdanos!».
Creemos que aún mayor que nuestra miseria es tu misericordia, que tu compasión y tu amor son infinitos y son para todos, y que el bien vence siempre al mal. ¡Obra para nosotros el mismo prodigio! ¡Deseamos aún muchas migajas de curación, de liberación, de consolación, de conversión, de milagro! ¡Señor, no tardes!

…Aquí Tú nos preparas una mesa, «un festín de manjares suculentos, un banquete de manjares deliciosos»…
¡Maravilloso eres Jesús! Amén. Aleluya.

(Traducido del original en italiano).

EVANGELIO
Mt 15, 21-28.
𝘔𝘶𝘫𝘦𝘳, ¡𝘲𝘶é 𝘨𝘳𝘢𝘯𝘥𝘦 𝘦𝘴 𝘵𝘶 𝘧𝘦!
✠ Del santo Evangelio según san Mateo.
En aquel tiempo, Jesús se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: «Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio». Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se acercaron y le rogaban: «Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros». Él les contestó: «Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel».
Ella se acercó entonces a Jesús, y postrada ante él, le dijo: «¡Señor, ayúdame!» Él le respondió: «No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos». Pero ella replicó: «Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos». Entonces Jesús le respondió: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas». Y en aquel mismo instante quedó curada su hija..
Palabra del Señor.

Jesús está siempre con nosotros, aunque no lo veamos, y vela por nosotros

Por: Filippa y Gino Passarello (Alleanza di famiglie)

Después de la multiplicación de los panes, Jesús manda a los discípulos subir a la barca y adelantárse a la otra orilla, mientras él se retira a orar. Sin embargo, durante toda la noche, la barca es agitada por las aguas y ellos tienen miedo porque Jesús no está con ellos.

Las familias, como los apóstoles, navegamos muchas veces en la noche, en medio de la tempestad. El viento contrario de una cultura hedonista e individualista socava continuamente nuestra vida, pero también está la fatiga de caminar juntos y acogernos cada día, de las expectativas defraudadas, del cuidado de los hijos, de la enfermedad que a veces llama a la puerta, del trabajo precario o faltante. Es una fatiga que pone una dura prueba en nuestro camino. No raramente, tememos estar solos y nos dejamos vencer por el miedo y el desánimo. Pero Jesús no está lejos y, antes de que acabe la noche, sale a nuestro encuentro y nos repite: «Tranquilícense y no teman. Soy yo». Y nos invita, como hizo con Pedro, a caminar sobre las aguas de la fe. Él está siempre con nosotros, aunque no lo veamos, y vela por nosotros. Conoce todas nuestras penas y, si no nos alivia de la fatiga del viaje, nos anima a no temer nunca, pase lo que pase, porque «si Dios está con nosotros», como dice Pablo, «¿quién estará contra nosotros?».

Pedro camina sobre el agua hasta que deja espacio al miedo, solo entonces comienza a hundirse y experimenta su fragilidad. Jesús le tiende la mano, lo salva y, con dulzura, le reprocha: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» Si apartamos la mirada de Jesús, el miedo se apodera de nosotros y también corremos el riesgo de hundirnos. Por eso, tenemos necesidad de cultivar la oración juntos y de encontrar cada día un tiempo de silencio para estar con Él, como Él lo hacía con el Padre, para que pueda convertirse cada gesto en oración, y nuestra casa, cada vez más, en lugar de la presencia de Dios.
(Traducido del original en italiano).

EVANGELIO
Mt 14, 22-33.
𝘔á𝘯𝘥𝘢𝘮𝘦 𝘪𝘳 𝘢 𝘵𝘪 𝘤𝘢𝘮𝘪𝘯𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦 𝘦𝘭 𝘢𝘨𝘶𝘢.
✠ Del santo Evangelio según san Mateo.
En aquel tiempo, inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba él solo allí.
Entretanto, la barca iba ya muy lejos de la costa y las olas la sacudían, porque el viento era contrario. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron y decían: «¡Es un fantasma!» Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: «Tranquilícense y no teman. Soy yo».
Entonces le dijo Pedro: «Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua». Jesús le contestó: «Ven». Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: «¡Sálvame, Señor!» Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en la barca se postraron ante Jesús, diciendo: «Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios».
Palabra del Señor.

El de la familia es un camino de continua transfiguración por obra del Espíritu Santo

Por: Filippa y Gino Passarello (Alleanza di famiglie)

La de este domingo es una de las páginas más bellas de todo el evangelio: Jesús, después de haber hablado a los suyos de la pasión que deberá afrontar, para ayudarlos a comprender lo que está por suceder y abrirlos a la esperanza, conduce consigo a Pedro, Santiago y Juan y se revela a sí mismo en toda su gloria.

Él conoce la debilidad de sus discípulos y comprende sus dudas y temores. Por eso, los conduce aparte, para que puedan contemplar su verdadero rostro, saborear la dicha y la intimidad de esa visión, confirmarse en la fe y escuchar la voz del Padre que los exhorta a seguir. Esta página interpela de manera muy particular a la familia. Es, en efecto, el rostro humilde de ese misterio de amor que ha impulsado a Dios a convertirse en esposo de la humanidad.

En el sacramento, el amor de los esposos se transfigura en el amor mismo de Jesús por su esposa, refleja la luz y anuncia la fidelidad. Y, dado que el sacramento es permanente, también el amor de los esposos, a pesar de su pobreza y fragilidad, manifiesta en modo permanente el rostro del Esposo e irradia su amor. Con la familia, Dios continúa revelándose a los hombres y llevando su mensaje de amor y esperanza: Dios está con nosotros y por nosotros, y nada podrá separarnos de su amor, como nos recuerda Pablo.

El evangelio de hoy nos ayuda a ver, más allá de las apariencias, la victoria del amor sobre los fracasos, de la luz sobre las tinieblas y los miedos, y nos ayuda a dar sentido al dolor y a las derrotas, porque nos hace entrar en la lógica de Dios y en su historia de amor.

El de la familia es un camino de continua transfiguración por obra del Espíritu Santo, que hace de cada gesto de amor el signo visible de la ternura infinita de Dios. Lo que llama la atención, en el episodio de la transfiguración, es que ocurre mientras Jesús está en oración. También para nosotros, los esposos, es necesario cada día subir al monte con Jesús, aparte, distanciarnos del mundo, de sus ruidos para estar con Él, escuchar su palabra, contemplar su rostro, y dejarnos iluminar por su luz.

El amor hace resplandecer los rostros de los enamorados. Así, estar con el Esposo, hace radiante y luminoso nuestro rostro de esposos y lo hace reflejo de su luz. Con Jesús, en la montaña, aprendemos a mirar nuestra historia desde una perspectiva nueva, descubrimos que nuestra fragilidad es, en realidad, nuestra fuerza, que la pobreza es condición para acoger la verdadera riqueza, y que morir a nosotros mismos se revela como fuente de vida nueva y de eternidad. Sólo si estamos con Él podemos convertirnos en signo de esperanza y caminar en el mundo con el cielo en la mirada y en el corazón.
(Traducido del original en italiano).

EVANGELIO
Mt 17,1-9.
𝘚𝘶 𝘳𝘰𝘴𝘵𝘳𝘰 𝘴𝘦 𝘱𝘶𝘴𝘰 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘭𝘢𝘯𝘥𝘦𝘤𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘭 𝘴𝘰𝘭.
✠ Del santo Evangelio según san Mateo.
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de éste, y los hizo subir a solas con él a un monte elevado. Ahí se transfiguró en su presencia: su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve. De pronto aparecieron ante ellos Moisés y Elías, conversando con Jesús.
Entonces Pedro le dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bueno sería quedarnos aquí! Si quieres, haremos aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
Cuando aún estaba hablando, una nube luminosa los cubrió y de ella salió una voz que decía: «Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo». Al oír esto, los discípulos cayeron rostro en tierra, llenos de un gran temor. Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo: «Levántense y no teman». Alzando entonces los ojos, ya no vieron a nadie más que a Jesús. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No le cuenten a nadie lo que han visto, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos».
Palabra del Señor.

La «perla valiosa», capaz de cambiar nuestra vida, es Él y nadie más

Por: Soraya y Michele Solaro (Alleanza di famiglie).

Por tercer domingo consecutivo, la liturgia de la palabra nos ofrece la lectura del capítulo trece del evangelio de Mateo, en cuyo contexto Jesús nos habla, con insistencia, del «Reino de los Cielos», de la necesidad de «buscarlo», «reconocerlo», «encontrarlo», «acogerlo» y «custodiarlo».

Nuestra experiencia de vida familiar está, en cierto sentido, marcada por estas fases. La casa es, en efecto, el lugar de la acogida, del compartir y del aliento, en la medida en que cada miembro de la familia contribuye a la búsqueda del bien.

Sin embargo, sentirse bien en familia, aunque requiere del empeño y del sacrificio de todos, no depende exclusivamente de nuestras limitadas capacidades. A veces, a pesar de la buena voluntad, intercambiamos el verdadero bien por sustitutos como la felicidad, la serenidad, las buenas relaciones familiares y la estabilidad económica, pero sin llegar a la esencia de la que todo depende y brota.

En la primera lectura, Salomón pide el don de la sabiduría, o más bien «un corazón dócil» para poder «distinguir entre el bien del mal»; el salmista le hace eco: «Para mí valen más tus enseñanzas que miles de monedas de oro y plata» (Sal 118).

A la luz de la palabra de Dios, la familia tiene la oportunidad de comprender que Jesús mismo es la puerta del reino. Es más, Él mismo es el reino, es la sabiduría encarnada, la fuente de todo bien, el tesoro escondido que todos los hombres desean. Sólo creciendo en la amistad con «su persona», podemos, desde aquí en la tierra, ser partícipes del Reino de los Cielos, del Reino de Dios. Sólo involucrando a Jesús en cada acontecimiento de nuestra vida familiar, e invocando a su espíritu, participamos también nosotros de su realeza.

Hay, sin embargo, un pasaje más que el Señor nos pide: para acoger plenamente el Reino de Dios debemos presentarnos como pobres, debemos estar dispuestos a dejarlo todo. Ostentar seguridad por lo que tenemos, por lo que sabemos, y por lo que tenemos puede impedir el camino al bien, porque el bien, para ser tal, debe ser también justo, y sólo la sabiduría divina es justa.

Dejemos, pues, que el horizonte de la eternidad entre en nuestra casa. Dejémonos conducir por Jesús Esposo hacia las nuevas e inexploradas alturas del Reino. Dejemos que la «vida mística», a la que está llamado todo matrimonio, compuesta de confianza, de amistad y de intimidad con Él, nos alivie de nuestras fatigas, y así nada podrá perturbarnos más; pues habremos comprendido entonces que la «perla valiosa», capaz de cambiar nuestra vida, es Él y nadie más.

(Traducido del original en italiano).

EVANGELIO
Mt 13, 44-52.
Vende cuanto tiene y compra aquel campo.

✠ Del santo Evangelio según san Mateo.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo.
El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra.
También se parece el Reino de los cielos a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación.
¿Han entendido todo esto?» Ellos le contestaron: «Sí». Entonces él les dijo: «Por eso, todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas».
Palabra del Señor.

Vigilemos nuestro corazón para que la «hierba mala» no eche raíces

Por: Soraya y Michele Solaro (Alleanza di famiglie).

Nuestro Creador se complace en mirar al hombre y a la mujer, se complace en contemplar la obra de sus manos. Él nos envía al mundo, como signo de la «nueva alianza», para que su bondad, su amor, su misericordia se manifiesten a la humanidad entera.

La obra maestra de Dios es haber creado al género humano, imprimiendo su imagen, dándole su esencia divina que es «relación»: haciéndose visible -como «capacidad primordial» del hombre y de la mujer de estar en comunión- para que podamos comprender el misterio de Dios presente en cada criatura y que, para nosotros, los esposos, se convierte en capacidad de amar al otro totalmente.

Esta es la «buena semilla» a cuidar. Esta es la verdadera misión que Dios nos ha confiado y en la que participamos todos los días como esposos y esposas, hechos «uno» en Cristo. Ciertamente no siempre es fácil. Alguien, justo cuando menos lo esperamos, podría estar allí dispuesto a «sembrar la cizaña» en nuestra vida conyugal; y por eso es necesario vigilar nuestro corazón para que la «hierba mala» no eche raíces. De hecho, cada vez que pretendemos cambiar al otro, tal vez juzgándolo con dureza, dejando en él sentimientos de rencor, de venganza, estamos abonando la mala semilla, estamos permitiendo a la cizaña crecer en el jardín de nuestra relación de pareja.

Desgraciadamente sucede que, no pocas veces, para erradicar lo que no nos gusta, nos improvisamos «segadores», comprometiendo toda la cosecha, nuestra vida en común. Por eso el Señor nos da tiempo, este tiempo, y espera a quitar la cizaña pues “no sea que al arrancar la cizaña”, se arranque «también el trigo».

Cuidémonos el uno al otro, orando juntos en nuestro tiempo de pareja, custodiando nuestro hermoso jardín, aprovechando, por qué no, justo este tiempo de vacaciones.

(Traducido del original en italiano).

EVANGELIO
Mt 13, 24-43.
𝘋𝘦𝘫𝘦𝘯 𝘲𝘶𝘦 𝘤𝘳𝘦𝘻𝘤𝘢𝘯 𝘫𝘶𝘯𝘵𝘰𝘴 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘦𝘭 𝘵𝘪𝘦𝘮𝘱𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘤𝘰𝘴𝘦𝘤𝘩𝘢.

✠ Del santo Evangelio según san Mateo
En aquel tiempo, Jesús propuso esta parábola a la muchedumbre: «El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras los trabajadores dormían, llegó un enemigo del dueño, sembró cizaña entre el trigo y se marchó. Cuando crecieron las plantas y se empezaba a formar la espiga, apareció también la cizaña. Entonces los trabajadores fueron a decirle al amo: «Señor, ¿qué no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, salió esta cizaña?» El amo les respondió: «De seguro lo hizo un enemigo mío». Ellos le dijeron: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?» Pero él les contestó: «No. No sea que al arrancar la cizaña, arranquen también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha y, cuando llegue la cosecha, diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en gavillas para quemarla; y luego almacenen el trigo en mi granero»».
Luego les propuso esta otra parábola: «El Reino de los cielos es semejante a la semilla de mostaza que un hombre siembra en un huerto. Ciertamente es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece, llega a ser más grande que las hortalizas y se convierte en un arbusto, de manera que los pájaros vienen y hacen su nido en las ramas».
Les dijo también otra parábola: «El Reino de los cielos se parece a un poco de levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres medidas de harina, y toda la masa acabó por fermentar».
Jesús decía a la muchedumbre todas estas cosas con parábolas, y sin parábolas nada les decía, para que se cumpliera lo que dijo el profeta: Abriré mi boca y les hablaré con parábolas; anunciaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo. Luego despidió a la multitud y se fue a su casa. Entonces se le acercaron sus discípulos y le dijeron: «Explícanos la parábola de la cizaña sembrada en el campo».
Jesús les contestó: «El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre, el campo es el mundo, la buena semilla son los ciudadanos del Reino, la cizaña son los partidarios del maligno, el enemigo que la siembra es el diablo, el tiempo de la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles.
Y así como recogen la cizaña y la queman en el fuego, así sucederá al fin del mundo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles para que arranquen de su Reino a todos los que inducen a otros al pecado y a todos los malvados, y los arrojen en el horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».
Palabra del Señor.

Dios da generosamente su amor y su palabra a todos, con la esperanza de que genere vida en nosotros

El Evangelio en Familia

DOMINGO 16 DE JULIO 2023

Por: Magdalena y Carlos AltamiranoMorales (DIFAM ZacatecasAlleanza di famiglie).

El evangelio de este domingo nos muestra a Jesús mientras transmite su palabra en la parábola del sembrador y explica su significado a sus discípulos, a nuestras familias.

La primera imagen es la de un sembrador poco convencional, un sembrador pródigo, que arroja semillas por todas partes, sin discriminar y sin exigir rendimiento igual por su trabajo, pero con el anhelo de que toda semilla pueda germinar y generar una planta viva, incluso en el sitio más improbable. Es la imagen de Dios, que da generosamente su amor y su palabra a todos, con la esperanza de que genere vida en nosotros.

De inicio, esto nos lleva a cuestionarnos si, a su imagen, nosotros damos nuestro amor a todos del mismo modo, como Dios lo hace; o si, por el contrario, actuamos por interés, somos calculadores, y dirigimos nuestra atención y nuestros esfuerzos sólo hacia aquellas personas que consideramos que nos devolverán más a cambio, incluso dentro de nuestras familias.

Lo segundo a notar en la parábola es la diversidad de terrenos sobre los cuales cayeron las semillas, que corresponden con los diversos grados en que escuchamos y acogemos la palabra de Dios, palabra capaz de generar la vida divina en nosotros. Advertimos que podemos oír la palabra, pero no entenderla y por ello perder lo sembrado en nosotros; o que podemos oír y entender la palabra, pero no acogerla ni enraizarla y por ello perder la vida que surge de ella al primer problema; o que podemos oírla, entenderla y acogerla de inicio, pero no dejarla crecer por las múltiples preocupaciones y distracciones de la vida; o finalmente, que podemos también oírla, entenderla, acogerla y permitirle dar el fruto de una vida plena, que a su vez contribuye a generar y esparcir nuevas semillas.

Esto nos invita a preguntarnos si estamos realmente dispuestos a acoger la gracia que Dios nos da con su palabra y sus sacramentos, incluido el matrimonio, pero también a cuestionarnos si somos capaces de dirigir nuestra atención y nuestra escucha hacia nuestro cónyuge, hijos y otros miembros de nuestra familia. ¿Escuchamos atentamente a nuestro cónyuge y a nuestros hijos? ¿Entendemos lo que nos comunican? ¿Es importante para nosotros y lo acogemos? ¿Le damos el tiempo suficiente a nuestras relaciones, y tratamos de eliminar las preocupaciones y distracciones que las pueden sofocar, para permitirles dar fruto?

Pidámosle entonces al Señor que no se canse de sembrar y que nos dé siempre de su agua.

EVANGELIO
Mt 13, 1-23
𝘜𝘯𝘢 𝘷𝘦𝘻 𝘴𝘢𝘭𝘪ó 𝘶𝘯 𝘴𝘦𝘮𝘣𝘳𝘢𝘥𝘰𝘳 𝘢 𝘴𝘦𝘮𝘣𝘳𝘢𝘳.
✠ Del santo Evangelio según san Mateo
Un día salió Jesús de la casa donde se hospedaba y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno suyo tanta gente, que él se vio obligado a subir a una barca, donde se sentó, mientras la gente permanecía en la orilla. Entonces Jesús les habló de muchas cosas en parábolas y les dijo:
«Una vez salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la semilla, unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra; ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron. Otros cayeron entre espinos, y cuando los espinos crecieron, sofocaron las plantitas. Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta. El que tenga oídos, que oiga».
Después se le acercaron sus discípulos y le preguntaron: «¿Por qué les hablas en parábolas?«
Él les respondió: «A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los cielos, pero a ellos no. Al que tiene, se le dará más y nadará en la abundancia; pero al que tiene poco, aun eso poco se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden.
En ellos se cumple aquella profecía de Isaías que dice: Oirán una y otra vez y no entenderán; mirarán y volverán a mirar, pero no verán; porque este pueblo ha endurecido su corazón, ha cerrado sus ojos y tapado sus oídos, con el fin de no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni comprender con el corazón. Porque no quieren convertirse ni que yo los salve.
Pero dichosos, ustedes, porque sus ojos ven y sus oídos oyen. Yo les aseguro que muchos profetas y muchos justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron. Escuchen, pues, ustedes, lo que significa la parábola del sembrador.
A todo hombre que oye la palabra del Reino y no la entiende, le llega el diablo y le arrebata lo sembrado en su corazón. Esto es lo que significan los granos que cayeron a lo largo del camino. Lo sembrado sobre terreno pedregoso significa al que oye la palabra y la acepta inmediatamente con alegría; pero, como es inconstante, no la deja echar raíces, y apenas le viene una tribulación o una persecución por causa de la palabra, sucumbe. Lo sembrado entre los espinos representa a aquel que oye la palabra, pero las preocupaciones de la vida y la seducción de las riquezas la sofocan y queda sin fruto.
En cambio, lo sembrado en tierra buena representa a quienes oyen la palabra, la entienden y dan fruto: unos, el ciento por uno; otros, el sesenta; y otros, el treinta».
Palabra del Señor.

Lugares, cosas y personas no nos dan verdadero alivio, si no hemos estado con Él y en Él

El Evangelio en Familia

DOMINGO 9 DE JULIO 2023

Por: Ermelinda y Franco Cidonelli (Alleanza di Famiglie)

La palabra del evangelio de este domingo nos sorprende y nos inquieta de modo particular.
En el tiempo específico que estamos viviendo (el verano), tiempo en el cual todos sentimos la «necesidad» de alejarnos de la cotidianidad que nos cansa y oprime con sus problemas, de ir a la playa, de vacaciones o, si no podemos permitírnoslo, a un lugar de «alivio» [descanso], la palabra nos toma por sorpresa y nos sorprende con su invitación:
«Vengan a mí… yo los aliviaré» y añade:
«Tomen mi yugo».
«Aprendan de mí».

Aunque sea «inusual» y a contracorriente, queremos evaluar esta invitación de Jesús, que ve nuestro cansancio y quiere guiarnos para encontrar alivio.

Lo primero, «vengan a mí…» parece que nos dice: antes que los lugares, que las cosas que harán, antes que las personas con las que puedan estar, «yo los aliviaré». Y si reflexionamos, tal vez podamos decir con honestidad que, después de la alegría del momento, lugares, cosas y personas no nos dan verdadero alivio, si no hemos estado con él y en él.

Luego nos muestra el camino: «Tomen mi yugo…»
El yugo para nosotros muchas veces es el peso que nos aplasta o la situación que no logramos aceptar, pero ¿cuál es el yugo de Jesús? Jesús viene para salvar al hombre, y se hace cargo (por amor) del pecado y del sufrimiento del hombre (el buen samaritano). Por eso, nos pide que nos hagamos cargo de las debilidades y sufrimientos del otro, comenzando por los que nos han sido confiados (marido, mujer, hijos), pero también de todo hombre en dificultad. Y nos pide hacerlo con amor y por amor junto con él, para así poder experimentar que el yugo no sólo no aplasta, sino que se vuelve suave y ligero, y aliviador.

Y finalmente sugiere: «Aprendan de mí…»
Familias amadas por el Señor: Es tiempo de dejar de aprender de modelos que nos enseñan a buscar nuestra satisfacción personal y nos inducen al juicio y a la rebelión ante la incomprensión y la debilidad del otro, para ponernos valientemente en la escuela de Jesús, manso y humilde de corazón, que vence todo mal haciendo triunfar al amor.
Esto es posible si no nos guiamos por nuestro razonamiento y por la justicia humana, y, por el contrario, nos hacemos «pequeños» para comprender «los misterios del Reino» para vivirlos en nuestra vida cotidiana.
Sólo así encontraremos el «verdadero alivio» [descanso] y nos uniremos a Jesús en la alabanza al Padre, que nos revela los misterios ocultos a los sabios y nos muestra el camino de la vida y de la alegría.

¡Buen descanso con Jesús!

(Traducido del original en italiano).

EVANGELIO
Mt 11, 25-30
𝘚𝘰𝘺 𝘮𝘢𝘯𝘴𝘰 𝘺 𝘩𝘶𝘮𝘪𝘭𝘥𝘦 𝘥𝘦 𝘤𝘰𝘳𝘢𝘻ó𝘯.
✠ Del santo Evangelio según san Mateo
En aquel tiempo, Jesús exclamó: «¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien. El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera».
Palabra del Señor.

El amor que Dios nos pide dar, se ha de realizar con signos concretos

Por: Rosa María y Giorgio Middione (Alleanza di famiglie)

El Evangelio en Familia

DOMINGO 2 DE JULIO 2023

El pasaje evangélico de esta semana nos ofrece varias ideas para la reflexión mientras el Señor da instrucciones a los discípulos para la misión a la que están llamados a construir su reino y anunciar el Evangelio. En su enseñanza de hoy, Jesús nos invita una vez más a amar, pero esta vez a amarlo más que a todos, más que a nuestros propios seres queridos.

Esta página bíblica nos insta a reflexionar sobre cómo vivimos nuestras relaciones afectivas que son importantes pero, no lo olvidemos, que también son un don de Dios: no nos pertenecen y no somos dueños de ellas.

De hecho, los lazos humanos pueden ser lugares de estorbo y de esclavitud para el «florecimiento» de la persona que Dios pone a nuestro lado; pueden, de hecho, volverse asfixiantes, excluyentes, idólatras para nosotros y podemos llegar a atribuir a nuestros seres queridos (padres, cónyuges, hijos) un papel de divinidad a adorar, llevándonos con el tiempo a estructurar relaciones de dependencia, basadas en el poder en el que se alimentan las expectativas por miedo a defraudar o ser defraudado por el otro y, en consecuencia, arrebatarle la libertad al corazón.

Todo esto no está en consonancia con la actitud acogedora y caritativa con la que Dios nos pide que vivamos nuestras relaciones personales.

Jesús, hoy nos invita a ponerlo en primer lugar y a considerarlo como modelo, para que pueda ser un ejemplo para nosotros para amar como él.

Quien acoge en su vida al prójimo más cercano, ya sea un cónyuge, un hijo, un familiar, un amigo o un colega, habrá acogido al mismo Cristo; el discípulo debe vivirlo todo a partir de Cristo, porque el vínculo que creamos con Dios anticipa y pone los cimientos sobre los que edificar todos los demás vínculos.

Las relaciones significativas con nuestros seres queridos, incluso con nuestro cónyuge, deben estar subordinadas a nuestra relación con Jesús, no porque sean menos importantes sino, simplemente, porque solo en Cristo, solo en Él, todas nuestras relaciones afectivas encuentran el justo valor y sentido.

Cuando Jesús en este pasaje nos pide que lo amemos por encima de cualquier otra persona, no quiere quitarnos o disminuir nuestros afectos, sino que quiere recordarnos que el amor que alimentamos hacia Cristo es la base y la certeza para poder amar al prójimo segunda verdad.

Sólo si somos capaces de amar a Dios con todo nuestro corazón, entonces podremos amar con la misma medida a todas las personas que Él pondrá a nuestro lado en el camino de nuestra vida. Por tanto, cuanto más amemos a Jesús, más amaremos a nuestro cónyuge, a nuestro hijo ya las personas queridas.

Elegir dar prioridad a Jesús significa reconocer que Él nos da un Amor único que nadie más puede darnos y que todos los demás amores nacen de este Amor divino.

El Evangelio prosigue luego enunciando lo que todo discípulo está llamado a hacer para seguir a Jesús.

Después de haber dado el justo peso y orden a los propios afectos, cada uno de nosotros está llamado a tomar la propia cruz, aceptándola para volver a recorrer con Cristo lo que Él mismo sufrió.

Estamos llamados a abrazar nuestras dificultades, nuestras pruebas con Fe, aferrándonos a Cristo y sólo así la cruz, sea cual sea, ya no será fuente de desesperación, sino que podrá convertirse, para cada uno de nosotros, en oportunidad de conversión. y crecimiento espiritual.

Estos son los fundamentos sobre los que orientar nuestra vida de cristianos que elegimos, en el día a día, poner en práctica el mandamiento del amor: ¡Darse al prójimo! Un acto que implica hacerse a un lado, descentralizar, dar espacio al otro.

Seguir los pasos de Cristo dando la vida por amor, en su nombre; cuando, de hecho, en el pasaje que nos dice «Perder la vida», se refiere precisamente a esto… darse al prójimo y a Dios… y en el acto de perder la vida por el otro y para Dios, se encuentra la vida… la verdadera.

Este amor que Dios nos pide que demos se puede realizar con signos concretos, gestos que expresan lo que siente nuestro corazón. Simbólicamente, el «dar un vaso de agua» mencionado en el pasaje puede tener muchos significados, como cuidar, prestar atención, acoger y sofocar el sufrimiento, la necesidad de quien tiene necesidad y quiere ser refrescado en su sed, que puede ser de diversa naturaleza.

El Señor, por tanto, hoy nos invita a mirar a nuestro prójimo más cercano, a nuestro cónyuge, a nuestros compañeros de camino, abriendo nuestro corazón para captar y acoger su necesidad y reconocer su sed para saciar su sed con el amor nuestro, como hace Cristo con nosotros.

Señor Jesús, te pedimos que pongas en práctica lo que quisiste decir hoy a nuestra vida de casados. Danos ojos para ver con tus ojos amorosos y misericordiosos, oídos para oír y conocer la sed de mi esposo, corazón para colmarlo de tu amor y de tu benevolencia y manos trabajadoras para que sirvan para saciar su fatiga, consolar su alma y saciar su necesidad de amor. Amén

(Traducido del original en italiano).


EVANGELIO
Mt 10, 37-42
El que no toma su cruz, no es digno de mí.

✠ Del santo Evangelio según san Mateo.}

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.

El que salve su vida la perderá y el que la pierda por mí, la salvará.

Quien los recibe a ustedes me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado.

El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo.

Quien diere, aunque no sea más que un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, yo les aseguro que no perderá su recompensa».

Palabra del Señor.

Jesús nos quiere plenos de vida; hombres y mujeres valientes, capaces de afrontar cualquier dificultad

El Evangelio en Familia

DOMINGO 25 DE JUNIO 2023

Por: Lina y Dino Cristadoro (Alleanza di famiglie)

Dios, padre bueno y providente, conoce a cada uno de nosotros profunda e íntimamente, y se ocupa de todas nuestras necesidades; Jesús utiliza una metáfora muy característica para darnos una imagen de este gran amor: «hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados». ¡Es maravilloso! Él sabe algo sobre nosotros que ni siquiera nosotros sabemos.

Hoy, Jesús nos advierte contra el miedo que se cuela en nuestra vida: miedo a los hombres, miedo a «los que matan el cuerpo», miedos que nos paralizan y que nos hacen enfrentar todos los días con dificultad.

En las relaciones familiares a menudo se viven problemas de todo género: desde la dificultad de unas relaciones sanas y maduras hasta la falta de alternativas por la pérdida del trabajo, situaciones de enfermedad u otras.

Dar testimonio de la fe en el Señor cuando está oscuro el horizonte, este es el imperativo de la fe; reconocer a Jesús ante los hombres, no cediendo a los compromisos ni a diluir el Evangelio ni a acomodar la Palabra. Es en esa oscuridad que el Señor de la Vida llama a las familias, abrumadas por las dificultades y los peligros, a gritar desde los tejados al mundo entero que Él en persona camina con ellas.

Jesús nos quiere plenos de vida; hombres y mujeres valientes, capaces de afrontar cualquier dificultad, porque, si dos pajarillos que se venden por una moneda, y por lo tanto son considerados de poco valor, están bajo los ojos de Dios, ¡cuánto más lo está una familia unida en el Señor!
En este período, después de haber vivido quizás uno de los momentos más inciertos de nuestra vida, el Evangelio nos abre el corazón porque sabemos que podemos confiar en Dios, que está atento y que ciertamente no nos dejará en la angustia del «mañana».

¡Unidos unos a otros, comencemos a planificar de nuevo y a reabrir nuestros corazones a la esperanza!

No tengo miedo, valgo para ti más que muchos pajarillos.
No tengo miedo, estoy en tus manos, Dios,
de tus manos cada día emprendo el vuelo,
en tus manos mi vuelo terminará.
No tendré miedo, a ti te importa
quien da un pequeño paso a la vez,
sin saber la distancia.
No tendré miedo, a ti te importa
mi sufrimiento para poder cambiar,
mi esfuerzo para poder sanar.
No tendré miedo, a ti te importa
quien es fiel a lo poco y al misterio,
quien mantiene el corazón abierto en la larga espera.
Para mí, oh Dios, sé que preparas un nido, una caricia,
un viento que sostenga mi vuelo. Amén.


EVANGELIO
Mt 10, 26-33
𝘕𝘰 𝘵𝘦𝘯𝘨𝘢𝘯 𝘮𝘪𝘦𝘥𝘰 𝘢 𝘭𝘰𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘮𝘢𝘵𝘢𝘯 𝘦𝘭 𝘤𝘶𝘦𝘳𝘱𝘰.
✠ Del santo Evangelio según san Mateo

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: «No teman a los hombres. No hay nada oculto que no llegue a descubrirse; no hay nada secreto que no llegue a saberse. Lo que les digo de noche, repítanlo en pleno día, y lo que les digo al oído, pregónenlo desde las azoteas.
No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman, más bien, a quien puede arrojar al lugar de castigo el alma y el cuerpo.
¿No es verdad que se venden dos pajarillos por una moneda? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae por tierra si no lo permite el Padre. En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están contados. Por lo tanto, no tengan miedo, porque ustedes valen mucho más que todos los pájaros del mundo. A quien me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré ante mi Padre, que está en los cielos; pero al que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre, que está en los cielos».
Palabra del Señor.

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