Todo sufrimiento, experimentado en el amor que sabe morir, que sabe perder, no sólo da buenos frutos para nosotros
Por: Ermelinda y Franco Cidonelli (Alleanza di famiglie).
Del evangelio de este domingo, nos sentimos inmediatamente atraídos por el deseo expresado por los griegos: «quisiéramos ver a Jesús». Un deseo que nos une a muchos, especialmente en este tiempo de dificultad.
¡Cuántas veces nosotros, que lo hemos conocido y visto actuar en nuestra historia, en momentos de prolongada dificultad que cierran los ojos y el corazón, hemos expresado este deseo en la oración: queremos ver a Jesús! ¡Abre mis ojos, Señor, para que yo pueda verte!
La respuesta de Jesús suena bastante extraña: «si el grano de trigo no muere… queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde»: morir para dar fruto, aborrecerse a sí mismo para tener vida eterna.
En un mundo que pone en el centro al «yo», mi bien, al que todo debe estar sujeto, Jesús indica un camino diferente. Jesús no quiere alabar la muerte, sino producir mucho fruto que de ella se derive, para la vida nueva que puede surgir. La putrefacción y la muerte del grano de trigo nos indica el camino de la entrega de sí mismo hasta el extremo, por amor.
Sólo si aprendemos a morir al egoísmo, a apartar la mirada de nuestras razones y decepciones, de nuestras necesidades o deseos, a ver en el otro (cónyuge, hijos, hermanos) una persona a quien amar y a quien acoger a pesar de todo, no sólo veremos a Jesús, que nos pide ejercitar la «capacidad de amar siempre y en todo caso en la fuerza del Espíritu Santo», sino que dejaremos que otros vislumbren a Jesús ¡que está en nosotros! Y más aún en el momento del sufrimiento, de la cruz; el tiempo en el que Dios es glorificado, no sólo en la vida de Jesús, sino también en la nuestra.
Por eso, «resuena» para nosotros la voz del Padre «lo he glorificado y volveré a glorificarlo», como para recordarnos que, precisamente en la hora de la cruz (del sufrimiento más duro), tenemos la posibilidad de dar gloria a Jesús y de hacer visible al Jesús que muchos aún buscan y quieren ver.
¿Tal vez nos ha sucedido también a nosotros el ver a Jesús glorificado cuando hemos visto o experimentado un sufrimiento, incluso grande, acogido con serenidad, como una oportunidad para amar como Dios y sentirnos amados por Dios, aunque sea de forma extraña?
El evangelio nos revela entonces que todo sufrimiento, incluso el más grande, experimentado en el amor que sabe morir, que sabe perder, no sólo da buenos frutos para nosotros y para quienes viven a nuestro lado; no sólo glorifica a Jesús, sino que «atraerá a todos»
La cruz (y no sólo la de Jesús) atrae, porque muestra la belleza y la grandeza del amor que es capaz de entregarse hasta el extremo.
Más que nuestras bellas palabras y grandes gestos, los pequeños y grandes sufrimientos vividos en el amor serán pequeñas luciérnagas que, en las tinieblas, atraerán a los que andan a tientas en la oscuridad hacia Jesús, la luz verdadera, que vence todas las tinieblas y hace atravesar todo valle oscuro; que hace pasar de la muerte a la vida. Hagamos nuestra la oración : «Oh Padre…, concédenos que, en las pruebas de la vida, participemos de su Pasión, la fecundidad de la semilla que muere, para que un día seamos acogidos como buena cosecha en tu casa». Amén.
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
𝘚𝘪 𝘦𝘭 𝘨𝘳𝘢𝘯𝘰 𝘥𝘦 𝘵𝘳𝘪𝘨𝘰, 𝘴𝘦𝘮𝘣𝘳𝘢𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘵𝘪𝘦𝘳𝘳𝘢, 𝘮𝘶𝘦𝘳𝘦, 𝘱𝘳𝘰𝘥𝘶𝘤𝘪𝘳á 𝘮𝘶𝘤𝘩𝘰 𝘧𝘳𝘶𝘵𝘰.
✠ Del santo Evangelio según san Juan 12, 20-33
Entre los que habían llegado a Jerusalén para adorar a Dios en la fiesta de Pascua, había algunos griegos, los cuales se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le pidieron: «Señor, quisiéramos ver a Jesús». Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús y él les respondió: «Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. Yo les aseguro que si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre. Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora’? No, pues precisamente para esta hora he venido. Padre, dale gloria a tu nombre». Se oyó entonces una voz que decía: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo». De entre los que estaban ahí presentes y oyeron aquella voz, unos decían que había sido un trueno; otros, que le había hablado un ángel. Pero Jesús les dijo: «Esa voz no ha venido por mí, sino por ustedes. Está llegando el juicio de este mundo; ya va a ser arrojado el príncipe de este mundo. Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí». Dijo esto, indicando de qué manera habría de morir.
Palabra del Señor.