Por: María y Sebastiano Fascetta (Alleanza di famiglie).
Jesús manifiesta su amor por nosotros en el tiempo de nuestro desamor, simbólicamente representado por la traición de Judas. Al amor traicionado, Dios responde con un mayor amor, entregándose a sí mismo. El pecado no es otra cosa que la falta de amor: Rechazo a la entrega de Dios Esto puede ocurrir también al interior de la relación hombre-mujer. El amor se convierte en un acto egoísta cada vez que se instrumentaliza y se usa al otro para satisfacer las necesidades propias; todas las veces que nos encerramos en el caparazón de nuestras razones.
Pero, ¿qué es amar? ¿Es suficiente casarse, haber recibido el sacramento del matrimonio, para ser ser, ipso facto, capaces de amar? Nosotros creemos que no. De hecho, el amor no es un sentimiento, no nace espontáneamente; no es una emoción ni un impulso sexual. Es un trabajo, un camino, un arte para cultivar, refinar, alimentar, ejercitar, día tras día. Amar es entregarse sin poseer; abrirse sin sofocar o encerrar a la otra persona dentro de los confines estrechos del propio egoísmo. Amar es liberar, hacer florecer lo bueno y lo bello que hay en la persona amada. Amar es morir a uno mismo para renacer en el «NOSOTROS» conyugal. Decir al propio cónyuge «te amo» significa decir «tú no morirás». El amor es un deseo de eternidad. Es un camino de dos, marido y mujer, que supera el tiempo y el espacio. En todo amor humano hay una chispa de eternidad. La fidelidad es la naturaleza misma del verdadero amor.
A pesar de ello, todos los días, en la vida de pareja, somos portadores de «traiciones» o pequeñas y cotidianas «contaminaciones» que ralentizan y obstaculizan la capacidad de entrega. Pequeños rencores, palabras dichas sin ser pesadas ni pensadas, gestos de distracción, actos de nerviosismo o de celos… son microheridas que, si se dejan abiertas, pueden, con el tiempo, causar «enfermedades» mortales.
Para asumir todo esto, hay que vivir el amor conscientes de ser habitados por el Amor, es decir, por el Espíritu Santo. El amor de Dios está en nuestros corazones: desde la unción bautismal hasta el sacramento del matrimonio. El Espíritu Santo es una fuente de agua viva, en la vida de pareja, a la que podemos acudir cada momento, a través de la escucha de la Palabra, la oración, el perdón recíproco, la atención mutua, la dulzura y la gentileza de los gestos cotidianos. El fluir del amor de la gracia atraviesa cada uno de nuestros acontecimientos cotidianos y nos empuja a amar «a lo divino».
En particular, Cristo Esposo nos educa a amarnos con todo de nosotros mismos, asimilando su estilo. No hay posibilidad de que una pareja crezca en el amor humano si no existe el cuidado de la dimensión espiritual, si no hay deseo del Espíritu de Dios, acogida de su soplo ligero y transformador. El Espíritu de Dios humaniza el amor conyugal, lo hace real, humano, concreto, verdadero, bello, luminoso. En virtud del sacramento del matrimonio, los cónyuges quedan inmersos en el Espíritu. Se trata de reconocerlo y dejarlo operar en cada gesto, mirada, palabra y comportamiento humano.
El Espíritu es el verdadero pedagogo del amor conyugal. Invoquémoslo con confianza, sobretodo en el tiempo en el que nos cansamos de vivir el amor recíproco y nos dejamos distraer por impulsos egoístas.
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
Un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros.
✠ Del santo Evangelio según san Juan 13, 31-33a. 34-35
Cuando Judas salió del cenáculo, Jesús dijo: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará. Hijitos, todavía estaré un poco con ustedes. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado; y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos».
Palabra del Señor.