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La unión de dos personas es más perfecta si ambos comparten un amor que los trasciende y no hay nada más trascendente que Dios

Ven Señor y haz resplandecer tu luz en nuestros corazones y en nuestras familias

(Traducido del original en italiano).

Pidamos a Dios la gracia de renovar también nuestro «sí»

Por: Rosa Maria y Giorgio Middione (Alleanza di famiglie)

Que el Señor nos conceda ser una voz que grite a contracorriente en el desierto del mundo moderno

Intentemos enderezar los caminos tortuosos de nuestra vida cotidiana redescubriendo el amor por el otro

Intentemos enderezar los caminos tortuosos de nuestra vida cotidiana redescubriendo el amor por el otro

Por: Lina y Dino Cristodoro (Alleanza di famiglie)

Jesús no es alguien que llega por casualidad sino que, según la promesa hecha por los profetas, Él es el esperado por el pueblo. Su venida es precedida por un mensajero, Juan Bautista, quien le prepara un camino, invitando a la conversión, a retomar una vida sobria y a acoger al Señor. Juan es el hombre del desierto, el lugar de encuentro, de las cosas esenciales. Él no pronuncia el nombre de Jesús, pero lo indica como «viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo». Muchos acogen el mensaje de Juan y, queriendo cambiar de vida, van con él para ser bautizados en las aguas del río Jordán.

Esta llamada también nos concierne hoy. ¿Queremos escuchar la bella y buena noticia? Intentemos enderezar los caminos tortuosos de nuestra vida cotidiana redescubriendo el amor por el otro: nuestro cónyuge, nuestros hijos. Rebajemos las montañas de nuestro orgullo y rellenemos los valles del silencio y de la indiferencia. Redescubramos la alegría de ser familias cristianas viviendo plenamente nuestra humanidad. Es necesario cambiar, tener este coraje y esta fuerza para colocarse en una novedad de vida, en modo de poder encontrarse con Aquel que viene, el Señor Jesús, a quien Dios Padre ha enviado al mundo, en medio de la humanidad.

En nuestros hogares se respira la fiesta, la alegría de reencontrarnos con nuestros familiares, y hay un aire de preparativos y de regalos. Las luces en las calles y en las casas, el árbol y el nacimiento: es un ambiente que recuerda a la fiesta. Sin embargo, ¡no nos dejemos absorber por lo que no es la Navidad, olvidándonos de detenernos con la familia frente al nacimiento para pensar cada día en Jesús que viene! También nosotros, las familias cristianas, queremos ser como Juan, aquellos que preparan el camino, con signos de solidaridad hacia los que tienen más necesidad, sin olvidar a los últimos y a los pobres, como nos recuerda a menudo el Papa Francisco. Acojamos la invitación a la sobriedad del Bautista. ¡El tiempo de Adviento es un tiempo de esperanza, es la aventura cristiana que siempre comienza de nuevo! Hermanos y hermanas, ¡es hora de comenzar de nuevo!

(Traducido del original en italiano).

EVANGELIO
Mc 1, 1-8
𝘌𝘯𝘥𝘦𝘳𝘦𝘤𝘦𝘯 𝘭𝘰𝘴 𝘴𝘦𝘯𝘥𝘦𝘳𝘰𝘴 𝘥𝘦𝘭 𝘚𝘦ñ𝘰𝘳.

✠ Del santo Evangelio según san Marcos.

Este es el principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. En el libro del profeta Isaías está escrito: He aquí que yo envío a mi mensajero delante de ti, a preparar tu camino. Voz del que clama en el desierto: «Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos».
En cumplimiento de esto, apareció en el desierto Juan el Bautista predicando un bautismo de arrepentimiento, para el perdón de los pecados. A él acudían de toda la comarca de Judea y muchos habitantes de Jerusalén; reconocían sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.
Juan usaba un vestido de pelo de camello, ceñido con un cinturón de cuero y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Proclamaba: «Ya viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo».
Palabra del Señor.

Los cónyuges tenemos una perspectiva, una dirección, una meta y no podemos dejarla escapar

Los cónyuges tenemos una perspectiva, una dirección, una meta y no podemos dejarla escapar

Por: Daniela y Giuseppe Gulino (Allenza di famiglie)

Primer domingo de Adviento: entramos en el tiempo de espera, en el tiempo de la esperanza, en el tiempo de la gracia. En el evangelio, el patrón se va y deja todo en manos de sirvientes. ¿Cómo podemos custodiar los grandes dones de Dios en nuestras pobres manos? El texto propone dos actitudes: velar y estar preparados al poner atención.

Velar porque no está todo aquí, sino que llega la plenitud. Velar porque los cónyuges tenemos una perspectiva, una dirección, una meta y no podemos dejarla escapar, no podemos rendirnos ante nuestras luchas diarias, no debemos permitir que la noche se apodere silenciosamente de nuestro corazón, porque tenemos una esperanza que no decepciona, una esperanza que es certeza.

El Señor nace, nace en nuestro matrimonio y lo renueva, lo fortalece; nace y anula toda distancia. Pero es necesario vivir a plenitud este tiempo presente de importante y ansiosa espera.

El segundo verbo es poner atención, poner atención a las palabras, a los gestos y a las actitudes. Todo requiere atención, mi cónyuge, mis hijos, mi familia. Es necesario que yo ponga atención, atención a los silencios, a las lágrimas, a la profecía, a las preguntas mudas y a la riqueza de aquellos que Dios me ha dado. Poner atención es custodiar y cuidar, proteger.

«Cuiden a sus familias y manténganlas alejadas de las maquinaciones del maligno mediante la presencia de Dios en ellas. Protéjanlas y cuídenlas a través de la oración y del diálogo, de la comprensión mutua y del perdón, de la honestidad y de la fidelidad y, sobre todo, de la escucha. Escúchense con los oídos, con los ojos, con el corazón, con la boca y con las palmas de las manos, y mantengan alejado de su hogar el rugido del ruido del mundo, porque es como una tormenta furiosa y una ola violenta que, una vez que entra en la casa, barrerá todo y dispersará a todos. Preserven el calor de la familia, porque el del mundo entero no puede compensarlo» (San Charbel).

EVANGELIO
Mc 13, 33-37
𝘝𝘦𝘭𝘦𝘯, 𝘱𝘶𝘦𝘴 𝘯𝘰 𝘴𝘢𝘣𝘦𝘯 𝘢 𝘲𝘶é 𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘷𝘢 𝘢 𝘳𝘦𝘨𝘳𝘦𝘴𝘢𝘳 𝘦𝘭 𝘥𝘶𝘦ñ𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘤𝘢𝘴𝘢.

✠ Del santo Evangelio según san Marcos.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Velen y estén preparados, porque no saben cuándo llegará el momento. Así como un hombre que se va de viaje, deja su casa y encomienda a cada quien lo que debe hacer y encarga al portero que esté velando, así también velen ustedes, pues no saben a qué hora va a regresar el dueño de la casa: si al anochecer, a la medianoche, al canto del gallo o a la madrugada. No vaya a suceder que llegue de repente y los halle durmiendo. Lo que les digo a ustedes, lo digo para todos: permanezcan alerta».
Palabra del Señor.

La Iglesia es un bien para la familia, la familia es un bien para la Iglesia

La Iglesia es un bien para la familia, la familia es un bien para la Iglesia

¿Quién es Jesús para nosotros y para nuestra familia?

Por: Rosa María y Giorgio Middione (Alleanza di famiglie).

El pasaje del Evangelio de hoy se abre con una pregunta crucial para todo aquel que quiera caminar como discípulo de Cristo: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?».

Jesús nos invita a preguntarnos quién es Él para cada uno de nosotros. Esta pregunta y el diálogo que luego se entabla con Pedro son importantes para llevar a cabo una reflexión atenta sobre nuestra fe y nuestro modo de ser cristianos.

Entonces, ¿quién es Jesús para nosotros y para nuestras familias?

En el diálogo no desea incitarnos a buscar definiciones, sino a preguntarnos por el tipo de relación que tenemos con Él.

Preguntémonos entonces: ¿cómo ha cambiado nuestra vida desde que hemos escuchado hablar de Dios? ¿Lo hemos encontrado personalmente de verdad? ¿Qué lugar ocupa Jesús hoy, y qué tan importante es, en nuestras vidas? ¿Hemos abierto nuestros corazones y nuestros hogares a Dios?

Estas son las preguntas que debemos hacernos, porque Dios busca establecer con nosotros una relación única y especial y quiere saber si realmente estamos enamorados y si le hemos abierto nuestro corazón a Él, porque las preguntas nos obligan a detenernos para mirarnos dentro, y las respuestas que intentamos dar nos indican la dirección a tomar.

El pasaje de hoy nos lleva, por tanto, a confrontarnos y a verificar en qué punto se encuentra nuestra fe en Cristo; porque conocer a Cristo no significa necesariamente reconocerlo.

Podemos saber mucho de Jesús, pero ser cristiano hoy significa sobre todo reconocer en Jesús al Señor, a quien pertenece nuestra vida. Y esta afirmación debe ser fruto de una conciencia personal, que nace de haber tenido, en primera persona, experiencia de Dios, de su omnipotencia, majestad, realeza y misericordia, hasta el punto de querer dar testimonio a los demás de lo que hemos vivido y recibido.

Debemos reconocer con humildad nuestra pequeñez y limitación ante Dios que lo es todo y todo lo puede.

La Palabra del Evangelio prosigue luego haciéndonos dar un paso adelante en nuestro camino de madurez espiritual. Todo cristiano que decide seguir a Jesús para acceder su reino y a la salvación eterna debe caminar al interior de su Iglesia, institución fundada por Cristo.

El cristiano es, por tanto, quien reconoce a Dios y reconoce su Iglesia.

«Cada uno de nosotros es una pequeña piedra, pero en las manos de Jesús participa en la construcción de la Iglesia» (Comentario del Papa Francisco en el Ángelus del 27 de agosto de 2017).

Cada pequeña piedra es útil, porque en las manos de Jesús se vuelve preciosa en cuanto es transformada, con la acción del Espíritu Santo, y colocada en el lugar adecuado para construir el edificio entero.

La Iglesia es una «familia de familias», y cada familia es una pequeña Iglesia doméstica, un lugar de intimidad en el que es posible experimentar, en la relación conyugal, paterna y fraterna cotidiana, la comunión que puede hacer crecer a cada componente como un ser único y original, ayudándolo a madurar su propia vocación personal en la vida.

Pero si queremos construir sobre la roca, para no vacilar ante las adversidades de la vida, necesitamos de Dios. Si nuestro núcleo familiar vacila, toda la Iglesia vacilará.

Cada familia tiene la misión de edificarse para construir la Iglesia, que es comunidad de vida, compuesta por muchos núcleos familiares, todos diferentes, que forman un único edificio que puede convertirse en signo de fraternidad y comunión.

En virtud del sacramento del matrimonio, cada pareja y familia que vive en el seguimiento a Cristo es un bien precioso para toda la Iglesia, y está llamada a no permanecer aislada y encerrada en sí misma, sino a recurrir a Dios, con la escucha la Palabra, nutriéndose de la mesa eucarística y del sacramento de la reconciliación, para aportar su propia contribución a la comunidad cristiana.

Existe una relación de reciprocidad entre la Iglesia y la familia, consideradas dones preciosos la una para la otra. «La Iglesia es un bien para la familia, la familia es un bien para la Iglesia» (Amoris laetitia, 87).

Encomendemos a todas nuestras familias y a toda la Iglesia al cuidado de la Virgen María, madre amorosa que todo lo ve y todo lo conoce, para que nos sostenga en las pruebas y nos acompañe con su maternal intercesión, pidiendo a Dios el don de la unidad y de la comunión de amor recíproco, para que pueda reinar en primer lugar en las pequeñas «iglesias domésticas», y para poder transmitirlo luego donde no existe, y, finalmente, pidamos la gracia de tener siempre la luz para reconocerlo y, en consecuencia, la fuerza y ​​el coraje de anunciar a todos que Jesús es el Señor. Amén.

(Traducido del original en italiano).

EVANGELIO

Mt 16, 13-20.

𝘛ú 𝘦𝘳𝘦𝘴 𝘗𝘦𝘥𝘳𝘰 𝘺 𝘺𝘰 𝘵𝘦 𝘥𝘢𝘳é 𝘭𝘢𝘴 𝘭𝘭𝘢𝘷𝘦𝘴 𝘥𝘦𝘭 𝘙𝘦𝘪𝘯𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰𝘴.

✠ Del santo Evangelio según san Mateo.

En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Ellos le respondieron: «Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas».

Luego les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».

Jesús le dijo entonces: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo».

Y les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.

Palabra del Señor.

COMUNICADO: Vivir la educación al interior de la familia

Pidamos al Espíritu Santo la gracia de una fe cada vez más grande, más verdadera y más viva

Pidamos al Espíritu Santo la gracia de una fe cada vez más grande, más verdadera y más viva

Por: Ivana y Giovanni Granatelli (Alleanza di famiglie)

Queridos hermanos y hermanas, queridos esposos y queridas familias amadas por el Señor:
En este domingo estamos invitados a detenernos en una página del evangelio que conmueve el corazón: una mamá desesperada por la situación lamentable en la que se encuentra su pequeña hija implora a Jesús que le haga un milagro, para liberar, curar y sanar a su hija de lo maligno que la atormenta y que la priva tanto de la alegría como de la paz. Al principio Jesús parece vacilar, pero luego, impresionado por las sentidas palabras de la mujer, cede frente a su gran fe. Su amor incontenible transborda hasta el punto que como un río en crecida alcanza a la niña, liberándola y curándola completamente. Esta madre que no asistía a la sinagoga, que probablemente no era una mujer de oración, más bien adoraba ídolos y divinidades paganas. Sin embargo, tiene la certeza de que el Señor ama a todos sin distinción y que sus entrañas se estremecen de compasión, de ternura y de amor por todos sus criaturas y por cada uno de sus hijos. Jesús nos ama con el mismo amor del Padre.

El amor de Jesús por todos, por cada matrimonio y por cada familia, es un amor visceral, fuerte, misericordioso, que entra en los pliegues y heridas de nuestra vida personal y familiar para sanarnos, liberarnos, curarnos y hacer nuevas todas las cosas.

Hoy también nosotros, los matrimonios y las familias cristianas, estamos llamados a imitar la fe de esta mujer. Pidamos al Espíritu Santo la gracia de una fe cada vez más grande, más verdadera y más viva. Acerquémonos también nosotros hoy a Jesús y entreguémosle nuestra difícil situación, esa situación que aflige a nuestro matrimonio, que angustia y divide a nuestra familia, esa espina clavada en nuestro costado que no nos da paz, que sangrándonos, consume nuestras fuerzas y nos quita la serenidad y la vida. Supliquemos a Jesús con fe, insistamos, persistamos y perseveremos abandonándonos a Él, seguros de ser escuchados. Somos conscientes que a veces no somos dignos de ser escuchados y sabemos que estamos llenos de pecados y que vivimos alejados de la gracia, pero debemos estar seguros de una cosa, que solo Jesús puede cambiar nuestro destino.

Señor, te presentamos nuestro dolor, las penalidades, los sufrimientos, las cadenas, las tinieblas, el desánimo, la desesperación, las humillaciones y la soledad de tantas de nuestras familias, y como la mujer del evangelio queremos gritar: «Ten compasión». Queremos reconocerte como Señor, seguirte y postrarnos a tus pies para decirte con todo el corazón y con toda la fuerza: «¡Señor, ayúdanos!».
Creemos que aún mayor que nuestra miseria es tu misericordia, que tu compasión y tu amor son infinitos y son para todos, y que el bien vence siempre al mal. ¡Obra para nosotros el mismo prodigio! ¡Deseamos aún muchas migajas de curación, de liberación, de consolación, de conversión, de milagro! ¡Señor, no tardes!

…Aquí Tú nos preparas una mesa, «un festín de manjares suculentos, un banquete de manjares deliciosos»…
¡Maravilloso eres Jesús! Amén. Aleluya.

(Traducido del original en italiano).

EVANGELIO
Mt 15, 21-28.
𝘔𝘶𝘫𝘦𝘳, ¡𝘲𝘶é 𝘨𝘳𝘢𝘯𝘥𝘦 𝘦𝘴 𝘵𝘶 𝘧𝘦!
✠ Del santo Evangelio según san Mateo.
En aquel tiempo, Jesús se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: «Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio». Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se acercaron y le rogaban: «Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros». Él les contestó: «Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel».
Ella se acercó entonces a Jesús, y postrada ante él, le dijo: «¡Señor, ayúdame!» Él le respondió: «No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos». Pero ella replicó: «Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos». Entonces Jesús le respondió: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas». Y en aquel mismo instante quedó curada su hija..
Palabra del Señor.

Jesús está siempre con nosotros, aunque no lo veamos, y vela por nosotros

Por: Filippa y Gino Passarello (Alleanza di famiglie)

Después de la multiplicación de los panes, Jesús manda a los discípulos subir a la barca y adelantárse a la otra orilla, mientras él se retira a orar. Sin embargo, durante toda la noche, la barca es agitada por las aguas y ellos tienen miedo porque Jesús no está con ellos.

Las familias, como los apóstoles, navegamos muchas veces en la noche, en medio de la tempestad. El viento contrario de una cultura hedonista e individualista socava continuamente nuestra vida, pero también está la fatiga de caminar juntos y acogernos cada día, de las expectativas defraudadas, del cuidado de los hijos, de la enfermedad que a veces llama a la puerta, del trabajo precario o faltante. Es una fatiga que pone una dura prueba en nuestro camino. No raramente, tememos estar solos y nos dejamos vencer por el miedo y el desánimo. Pero Jesús no está lejos y, antes de que acabe la noche, sale a nuestro encuentro y nos repite: «Tranquilícense y no teman. Soy yo». Y nos invita, como hizo con Pedro, a caminar sobre las aguas de la fe. Él está siempre con nosotros, aunque no lo veamos, y vela por nosotros. Conoce todas nuestras penas y, si no nos alivia de la fatiga del viaje, nos anima a no temer nunca, pase lo que pase, porque «si Dios está con nosotros», como dice Pablo, «¿quién estará contra nosotros?».

Pedro camina sobre el agua hasta que deja espacio al miedo, solo entonces comienza a hundirse y experimenta su fragilidad. Jesús le tiende la mano, lo salva y, con dulzura, le reprocha: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» Si apartamos la mirada de Jesús, el miedo se apodera de nosotros y también corremos el riesgo de hundirnos. Por eso, tenemos necesidad de cultivar la oración juntos y de encontrar cada día un tiempo de silencio para estar con Él, como Él lo hacía con el Padre, para que pueda convertirse cada gesto en oración, y nuestra casa, cada vez más, en lugar de la presencia de Dios.
(Traducido del original en italiano).

EVANGELIO
Mt 14, 22-33.
𝘔á𝘯𝘥𝘢𝘮𝘦 𝘪𝘳 𝘢 𝘵𝘪 𝘤𝘢𝘮𝘪𝘯𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦 𝘦𝘭 𝘢𝘨𝘶𝘢.
✠ Del santo Evangelio según san Mateo.
En aquel tiempo, inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba él solo allí.
Entretanto, la barca iba ya muy lejos de la costa y las olas la sacudían, porque el viento era contrario. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron y decían: «¡Es un fantasma!» Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: «Tranquilícense y no teman. Soy yo».
Entonces le dijo Pedro: «Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua». Jesús le contestó: «Ven». Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: «¡Sálvame, Señor!» Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en la barca se postraron ante Jesús, diciendo: «Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios».
Palabra del Señor.

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