La unión de dos personas es más perfecta si ambos comparten un amor que los trasciende y no hay nada más trascendente que Dios
Por: Magdalena y Carlos Altamirano-Morales (DIFAM Zacatecas – Alleanza di Famiglie)
Este último día del año, por ser el primer domingo después del día de Navidad, celebramos también la fiesta de la Sagrada Familia. Contemplamos a María y a José al llevar al niño Jesús al templo de Jerusalén para presentarlo y consagrarlo al Señor. El templo es un lugar de encuentro, de dedicación y de sacrificio, de la ofrenda sagrada. La familia de Jesús muestra su disposición de cumplir su deber de consagrar su primogénito a Dios, a pesar de los peligros que ello le significa y, de ese modo, manifiesta que su amor por Dios es su prioridad, ante todo. Esta obediencia y este primer lugar que le dan a Dios en su escala de amores, incluso sobre el amor entre ellos, es lo que hace sagrada a la familia de Jesús.
Puede parecernos extraño, pero, si queremos amar al máximo a nuestro cónyuge, a nuestros hijos y a nuestros padres, debemos sobreponer a esos amores, el amor por Dios. Por eso, el primer mandamiento nos pide amar a Dios sobre todas las cosas, no porque Dios lo necesite, sino porque nosotros lo necesitamos, pues la unión de dos personas es más perfecta si ambos comparten un amor que los trasciende y no hay nada más trascendente que Dios. Por ello, los lazos familiares se harán más fuertes en la medida en la que todos los miembros de la familia coloquen el amor por Dios incluso sobre el amor que se tienen entre sí, pues el amor de y por Dios lo trasciende todo, y tiene grandes recompensas. Así lo entendió Abraham, quien creyó en la promesa de Dios acerca de su descendencia, inclusive ante la petición del sacrificio de su único hijo Isaac. Y la carta a los hebreos de la segunda lectura nos indica que Abraham pensaba que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos. Así lo entenderá también Jesús, doce años después, cuando conteste a José y a María que tiene que ocuparse de las cosas de su Padre Dios. No es que no los quiera, pero sabe que para amarlos más debe priorizar ante todo el amor por su Padre.
Muy próximos de iniciar un nuevo año, tenemos una nueva oportunidad para ofrecer nuestro matrimonio y nuestra familia a Dios. Si todos en la familia consideramos el amor a Dios como nuestra primera prioridad, el amor entre nosotros será más fuerte. Aprendamos de la Sagrada Familia de Nazaret y confiemos en que el Señor nunca olvida sus promesas.
EVANGELIO
Lc 2, 22-40
𝘌𝘭 𝘯𝘪ñ𝘰 𝘪𝘣𝘢 𝘤𝘳𝘦𝘤𝘪𝘦𝘯𝘥𝘰 𝘺 𝘴𝘦 𝘭𝘭𝘦𝘯𝘢𝘣𝘢 𝘥𝘦 𝘴𝘢𝘣𝘪𝘥𝘶𝘳í𝘢.
✠ Del santo Evangelio según san LucasTranscurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones. Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo:
«Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos; luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel». El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: «Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma». Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Ana se acercó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.
Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.
Palabra del Señor.