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Reflexiones de un padre de familia en aprietos: Cielo, eternidad y perfección —3 de 5—

Por: Carlos Altamirano-Morales

Ahora sí, veamos algunos elementos de la cosmovisión predominante en los orígenes del cristianismo, el cual se desarrolló principalmente dentro del ámbito espacial y temporal de la cultura griega, donde se escribieron los últimos libros de la Biblia, es decir, los contenidos en el Nuevo Testamento. Los supuestos de esta cosmovisión estaban también detrás de varias de las corrientes filosóficas de la época y no corresponden en forma exclusiva ni total a una de estas, aunque sí la pudieron influenciar de manera mayor o menor, de acuerdo con el caso. Y aunque titulé este escrito Cielo eternidad y perfección, considero que, para una mayor comprensión, es mejor revisar estos términos en sentido inverso. Por ello, reflexionaré primero sobre el término perfección y sus supuestos, luego sobre el término eternidad y sus supuestos, y por último sobre el término cielo y sus supuestos.

Fig. 1. Lumen in coelo (1892), del pintor mexicano José María Velasco (1840-1912), dedicada al papa León XIII.

σεσθε οὖν ὑμεῖς τέλειοι ὡς ὁ πατὴρ ὑμῶν ὁ οὐράνιος τέλειός ἐστιν.
Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48).

El primer supuesto de la época en que se desarrolló inicialmente el cristianismo es que se pensaba de alguna manera que todos los cuerpos buscan el estado de reposo que deben ocupar por naturaleza. Aristóteles fue tal vez quien desarrolló más este pensamiento, pero este se encontraba ya presente desde épocas anteriores. El estado de reposo es un estado ideal o perfecto, entendiendo el significado etimológico de la palabra «perfecto» como aquello «completamente hecho». En griego se usaba de manera similar el término τέλειος, que puede traducirse también como «completo».

De inicio, podemos observar aquí que el término perfecto, en su definición etimológica no se refiere a una «ausencia de defectos», ni a una «ausencia de errores», ni a una «ausencia de equivocaciones», sino al estado en el cual las cosas llegan a estar «completamente hechas» o «completamente realizadas». Ambas situaciones pueden parecernos similares, o podemos pensar que la condición de que algo esté «completamente hecho» implica que «no tenga defectos», pero en realidad son circunstancias distintas y creo que de la confusión de ambas es el origen del que parte el rechazo actual hacia la búsqueda de la perfección.

Por ejemplo, podríamos calificar como perfecta alguna pieza musical, digamos Las cuatro estaciones de Antonio Vivaldi, si la consideramos una obra artística completamente hecha, a la cual no le falta ni le sobra nota alguna, ni compás alguno ni estación alguna, para expresar lo que su autor intentó comunicar y hacer sentir a su audiencia. Si un crítico purista encuentra que, en ciertas partes de la pieza, el autor rompió o incumplió ciertas convenciones o reglas musicales particulares, algo que él, en forma individual, pudiera considerar como defecto, eso no le quita el estado de perfección final. Si a juicio de su autor una obra se considera completamente acabada o completamente terminada, entonces, la obra es perfecta.

Otro ejemplo pudiera ser la culminación del plan de estudios de un estudiante universitario. Podemos considerar que un estudiante cumplió su plan de estudios de manera perfecta, si aprobó todas las materias y requisitos necesarios por la institución educativa respectiva, incluso si en el camino presentó alguna dificultad temporal por la cual quizá tuvo que cursar dos veces una materia: Si aprendió, y a juicio de sus maestros demostró al final ese aprendizaje, entonces cumplió el programa a la perfección. Desde este concepto, lo perfecto, entendido como «completamente hecho», es una cualidad del resultado o producto final, no necesariamente de la adecuación de los pasos del proceso a ciertos estándares. Por eso, puede llegarse a la perfección en algo, independientemente del hecho de haberse presentado dificultades en el camino o no, de haberse tenido equivocaciones o no. Si al final algo está bien y completamente hecho, de acuerdo con el objetivo planteado, entonces, es perfecto.

De cierta manera, lo que tradicionalmente se entendía por «perfección» es cercano a lo que se comprende más ahora con el término «plenitud». Esto debido a que, en el estado de perfección, los cuerpos alcanzan su plenitud, la plenitud de su ser, y llegan a ser todo lo que pueden ser. La perfección del ser es la plenitud del ser.

Dentro del modelo anterior, se reconoce que los cuerpos experimentan cambios y movimientos mientras llegan a ese estado final de «reposo», o más bien de plenitud o perfección. Los cuerpos que no han llegado al estado de reposo final o de perfección son imperfectos, esto es, no están completamente hechos o terminados.

Los cambios que experimentan los cuerpos pueden incluir movimiento, mutilación y destrucción de estados intermedios en ellos y, en el caso de los seres animados, estos pueden incluir sufrimiento.

Por consecuencia, el estado final de perfección y de plenitud está ligado también al sentido de la felicidad, pues los seres humanos observamos que somos felices cuando crecemos en nuestras capacidades y habilidades y las aprovechamos, cuando alcanzamos mayores grados hacia la plenitud de nuestro ser. Y la felicidad plena se alcanza justo cuando se llega al estado de plenitud máxima, cuando se llega a la perfección, a estar completamente hechos o realizados, a ser todo lo que estamos llamados a ser. La perfección, entendida como plenitud y no como ausencia de defectos o equivocaciones en el camino, es algo buscado porque se experimenta su relación directa con la felicidad.

Por ello, según esta visión, el «estado de reposo» al que los seres humanos tendemos por naturaleza es el estado de felicidad plena, en el cual llegamos a ser todo lo que estamos llamados a ser: en el cual llegamos a la perfección.

Finalmente, observemos que, el juicio sobre la perfección de algo es potestad única de su autor, de acuerdo con la adecuación del producto final al objetivo planeado. Por lo tanto, es importante tener una idea clara de lo que las comunidades cristianas consideraban al respecto. Así, lo primero es reconocer que los cristianos consideraban, y consideran aún, que Dios es el autor de la existencia de todo ser humano. No es el ser humano quien se crea a sí mismo, sino que es Dios el autor, y a lo máximo le da al ser humano la oportunidad de ser cocreador, pero la autoría principal viene de Dios. Lo segundo es reconocer el objetivo de Dios al crear al ser humano, el «para qué» lo creo. En este punto, las palabras del libro del Génesis son claras: Dios crea al ser humano para que este sea su imagen. Ahora, si comprendemos, como lo mostró la revelación total de Jesucristo, que Dios es amor (agapé), según la primera carta de San Juan (1Jn 4, 8), entonces podemos entender que el propósito principal del ser humano es el de reflejar el amor divino, el agapé. Dicho en otras palabras, el ser humano existe para amar como Dios ama. Podemos concluir que el estado de perfección en la vida de un cristiano se alcanza cuando puede cumplir con el propósito para el cual fue hecho, cuando puede reflejar el amor de Dios, cuando puede amar como Dios mismo ama, independientemente del tiempo o de las circunstancias fáciles o difíciles que le llevaron a alcanzar ese estado; esto es lo que lo lleva a un estado de plenitud, a un estado de felicidad plena.

Καὶ ἰδοὺ εἷς προσελθὼν αὐτῷ εἶπεν· διδάσκαλε, τί ἀγαθὸν ποιήσω ἵνα σχῶ ζωὴν αἰώνιον;
Y he ahí que uno, acercándose a Él, le preguntó: «Maestro, ¿qué de bueno he de hacer para obtener la vida eterna?» (Mt 19, 16).

Es recomendable revisar también las definiciones de tiempo y de eternidad, así como sus supuestos. En la visión griega clásica, existían al menos dos palabras para expresar el sentido de tiempo: la primera era «cronos», o «chronos» (χρόνος), y la segunda «kairós» (καιρός).

Cronos es la medida del cambio, el «tiempo lineal» que puede medirse con un reloj, la sucesión de momentos y de presentes efímeros y cambiantes. Al ser tiempo (cronos) la medida del cambio, todo cuerpo mutable, o que cambia, es temporal. Todavía hoy, la primera acepción de la palabra tiempo en el diccionario de la Real Academia Española es «duración de las cosas sujetas a mudanza». Sin embargo, una vez que se llega al estado de reposo, o de perfección, el cuerpo ya no cambia —es inmutable— y por ello, el tiempo ya no le aplica. En consecuencia, en el estado de perfección o de plenitud, el tiempo (cronos) ya no existe, ya no tiene razón de ser, pues el único motivo de ser del tiempo (cronos) es el medir lo que algo tarda en llegar a su estado de reposo, o los intervalos en ese camino. Una vez que ese algo llega al estado de reposo, o de perfección, donde no cambia, el tiempo (cronos) no tiene sentido y deja de existir. Por lo tanto, el estado de perfección es atemporal, según este supuesto.

Kairós, por su parte, es el momento justo, adecuado o decisivo; el «tiempo cualitativo» y no cuantitativo, la experiencia del momento oportuno que puede ocurrir en un lapso indeterminado. Por ello, se ha denominado al kairós como «el tiempo de Dios» o el momento señalado para el propósito de Dios, pues Dios no vive en el tiempo (cronos), que es también su creación, sino que manifiesta su propósito a cada uno de nosotros en el momento justo (kairós).

Aquí entra en juego la palabra eternidad, que etimológicamente se refiere a la cualidad de lo eterno, esto es, a aquello que pertenece a lo que contrasta o sobresale por su duración, edad o vida. En griego, la palabra viene de la raíz αἰών, «eón» o «evo», que se utilizaba para designar la «duración de una vida», por lo que eterno sería lo que sobresale en ese aspecto. Se le entiende también ahora como la cualidad de no tener principio ni fin.

Sin embargo, debe aclararse que, en la visión cristiana, ser eterno no quiere decir simplemente vivir por siempre en el tiempo (cronos); sino más bien no estar sujeto al tiempo (cronos), no cambiar más. Por eso, eternidad es diferente a perpetuidad. Como diría C.S. Lewis, la perpetuidad es la mera sucesión sin fin de momentos que se acaban tan pronto empiezan, mientras que la eternidad es el fruto real y atemporal de la vida plena e ilimitada. El tiempo (cronos), «aunque multiplique sus presentes transitorios, no puede jamás alcanzar la simultaneidad total de la eternidad». Incluso, la Real Academia Española nos indica, en su cuarta acepción, que la eternidad es la posesión simultánea y perfecta de una vida interminable.

Así que podemos decir que eternidad se refiere a la cualidad de aquello que ha llegado al estado de plenitud o de perfección, y que por lo tanto ya no requiere del tiempo (cronos), que vive fuera de este, que ha llegado a comprender todo el proceso desde afuera, incluyendo lo que está fuera de ese tiempo (cronos). En consecuencia, la vida eterna es asimismo la vida plena o la vida perfecta. Cuando alguien busca la vida eterna, no busca vivir perpetuamente en un dominio de cambios, sino alcanzar la plenitud, en donde ya nada tenga necesidad de cambiar, porque se ha alcanzado el nivel máximo.

Para los cristianos, que entienden que fueron hechos a imagen de Dios, y por ello que fueron creados para reflejar el amor de Dios, la plenitud significa justamente llegar a amar como Dios ama. Este es el estado de plenitud o de perfección al que se refiere la «vida eterna».

Pero ¿es verdad que Dios habita sobre la tierra? He aquí que los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerte, ¡cuánto menos esta Casa que yo acabo de edificar! (1 Re 8, 27).
ἐγώ εἰμι ὁ ἄρτος ὁ ζῶν ὁ ἐκ τοῦ οὐρανοῦ καταβάς·
Yo soy el pan, el vivo, el que bajó del cielo (Jn 6, 51).
ἰδοὺ γὰρ ὁ μισθὸς ὑμῶν πολὺς ἐν τῷ οὐρανῷ·
Pues ved que vuestra recompensa es mucha en el cielo (Lc 6, 23).
εἰσὶν ὡς ἄγγελοι ἐν τοῖς οὐρανοῖς.
Serán como ángeles en los cielos (Mc 12, 25).
Πάτερ ἡμῶν ὁ ἐν τοῖς οὐρανοῖς.
Padre nuestro que estás en los cielos (Mt 6, 9).

En griego, la palabra οὐρανοῦ es el genitivo singular de οὐρανός (uranós), que puede traducirse como «bóveda del cielo» o simplemente el «cielo». El lingüista francés Pierre Chantraine mencionó que su significado etimológico no es seguro, pero podría referirse a «aquello que da la lluvia, que fecunda» . Por otra parte, en el diccionario de la RAE, la definición de cielo es la «esfera aparente azul y diáfana que rodea la Tierra» y la «atmósfera», pero también la «morada en que los ángeles, los santos y los bienaventurados gozan de la presencia de Dios», la «gloria o bienaventuranza», «Dios o su providencia», y la «parte superior que cubre algunas cosas». Estas son las definiciones que la mayor parte de las personas tenemos en consideración, al menos en la cultura occidental actual. No obstante, no existe una explicación clara u obvia de la relación entre estas definiciones. ¿La morada de que se habla, se ubica físicamente en esa esfera cristalina que rodea a la Tierra?

Veamos ahora lo que se entendía en la cultura griega y en los primeros años del cristianismo por el término «cielo» o «cielos» (en plural), y los supuestos asociados, los cuales se relacionaban «coherentemente» con las observaciones que se tenían de la realidad.

Por ejemplo, siglos antes de Cristo, los griegos dedujeron que la Tierra era aproximadamente esférica. De hecho, Eratóstenes (276 a. C. a 194 a. C.) estimó con gran precisión la circunferencia de la Tierra más de doscientos años antes de Cristo.

Además, se consideraba que nuestra realidad terrena estaba constituida por cuatro elementos: tierra, agua, viento y fuego. Dado que la tierra se hunde en el agua, el aire sube a través del agua por medio de burbujas, y el fuego tiende a elevarse en medio del aire, se consideró que estos elementos tendían a ocupar su «estado natural» o «estado de reposo» en ese orden: tierra-agua-viento-fuego, y que todos los cambios y movimientos (y hasta sufrimientos) observados en la naturaleza se debían a la tendencia de esos elementos a ocupar su lugar.

Es importante notar que las acciones o «comportamientos» de la naturaleza no se comprendían entonces como «leyes», por lo que los cuerpos no «obedecían» a ciertas «leyes naturales», sino que «tendían» o se «inclinaban» hacia un lugar o el otro según sus «simpatías» o «afinidades». C.S. Lewis observó en forma aguda que ambas formas de hablar, la antigua y la moderna, son simplemente maneras de expresar los hechos en forma metafórica y hasta antropomórfica, pues si bien actualmente no concebiríamos que los cuerpos inanimados tuvieran ciertos instintos que los hicieran tener simpatías o afinidades hacia otros, tampoco esperaríamos que «obedecieran leyes» como ciudadanos en alguna de nuestras sociedades.

En lo que respecta al firmamento, había siete cuerpos celestes observables a simple vista, que se movían con respecto a las estrellas. Estos siete cuerpos celestes visibles a simple vista eran la Luna, Mercurio, Venus, el Sol, Marte, Júpiter y Saturno. Más allá, estaban las estrellas, que se mantenían fijas, inmóviles o inmutables, unas con respecto a otras, lo cual permitió agruparlas en constelaciones. Las constelaciones no cambiaban en años, décadas, siglos y milenios, a diferencia del mundo terrestre, donde las culturas y los seres vivos morían, las construcciones caían, los ríos cambiaban su curso, y las montañas explotaban o se erosionaban. Aquí abajo todo cambiaba, mientras que en el cielo todo parecía progresivamente más inmóvil, pues si bien la Luna, el Sol y los planetas parecían tener movimiento, este era en apariencia siempre el mismo, año con año, y el movimiento era menor progresivamente, hasta llegar a las constelaciones, las cuales se mantenían en apariencia sin movimiento, es decir, inmutables.

Fig. 2. Modelo cosmológico griego antiguo con los siete cuerpos celestes conocidos entonces (y los siete cielos).

Recordemos ahora que, según esta cosmovisión, cuando algo era inmutable era considerado perfecto, pues al estar completamente hecho, ya no necesitaba cambiar o moverse. Así que el cielo representaba niveles de perfección, de menor en la capa o nivel lunar, al mayor en el nivel de las estrellas o constelaciones, el Stellatum.

Según este supuesto, los espacios, regiones o niveles entre los cuerpos celestes eran los distintos «cielos» (en plural), que estaban constituidos por un quinto elemento, adicional a los cuatro de la realidad terrestre. A ese elemento que hacía brillar a las estrellas, se le conoció como éter, lo que arde, que viene de la palabra griega αἰθήρ, y esta deriva de αἴθω, que significa arder.

Observemos que la muerte y los demás cambios eran considerados propios de lugares imperfectos («no hechos» o «no terminados»), mientras que lo durable e inmutable, que no mostraba cambios, era considerado perfecto («completamente hecho»).

Por lo tanto, la Tierra era un lugar de imperfección (cambios, muerte) mientras que cada uno de los cielos era eterno (sin cambios) y cada vez más perfecto. Este era el modelo cosmológico griego, donde la órbita de la Luna marcaba el límite entre lo eterno y lo perecedero o cambiante. Sobre la órbita de la Luna dominaba el éter y bajo de esta dominaba el aire. El dominio del éter era el dominio de las cosas inmutables y perfectas, de los ángeles y dioses, mientras que el dominio del aire era el dominio de las cosas cambiantes e imperfectas, de los demonios (ángeles caídos) y hombres.

Fig. 3. Modelo cosmológico griego antiguo con los cuatro elementos de nuestra realidad terrena más el éter como el elemento celeste, los cielos o niveles de perfección y el Caelum ipsum o «cielo empíreo, habitáculo de Dios y de todos los elegidos».

Más allá del Stellatum se concebía que existía aún otra esfera, invisible para nosotros, que llamaban el primer móvil o Primum Mobile, la cual brindaba el movimiento a todas las demás. Algunos pensadores griegos como Aristóteles pensaron que más allá del Primum Mobile no había ni lugar ni vacío ni tiempo. Sin embargo, los cristianos entendieron que fuera de este cielo, digamos del mayor y último cuerpo, del espacio y de la materia, estaba el Cielo mismo, el verdadero Cielo, Caelum ipsum, luz intelectual (no material), la perfección misma y la presencia de Dios. Dante lo mencionó así en el canto XXX del Paraíso, en su Divina comedia:

Hemos salido ya —volvió a decirme—
del mayor cuerpo al Cielo que es luz pura:

luz intelectual, plena de amor;
amor del cierto bien, pleno de dicha;
dicha que es más que todas las dulzuras.

Aquí verás a una y otra milicia
del paraíso, y una de igual modo
que en el juicio final habrás de verla.

Volviendo a los pensadores, Platón (427 a. C. – 347 a. C.) y sus seguidores distinguían en general dos modos de realidad: una de ideas, a la que llaman inteligible, y otra «física», a la que llaman visible o sensible. Luego tomaron el modelo cosmológico para explicar sus relaciones.

Las ideas correspondían con la parte perfecta: el mundo ideal. Por lo tanto, las ideas eran eternas y tenían diversos grados de perfección, como las esferas celestes.

Los sentidos correspondían con la parte imperfecta: el mundo sensible real. Por lo tanto, los sentidos eran efímeros e imperfectos.

Fig. 4. Relación entre ideas y sentidos superpuesta al modelo cosmológico griego antiguo.

Más aún, los platónicos consideraban que todo lo que existe en el mundo sensible es una imagen imperfecta de lo que existe en el mundo ideal (de las ideas que los originan). En sintonía con lo anterior, el filósofo romano Boecio (480 d. C – 524 d. C.) remarcó luego que todas las cosas perfectas preceden a las cosas imperfectas.

En esta realidad, el mundo ideal se comunicaba con el mundo sensible real por medio de la palabra (logos en griego). Por medio de la palabra (logos), podemos poner en contacto o «traducir» lo que vemos en el mundo sensible en ideas. Por medio de la palabra, podemos también convertir o «reflejar» ideas en realidades sensibles (creación).

Fig. 5. Posición de la palabra, o logos, como contacto entre las ideas y los sentidos.

Así, el logos no sólo correspondería con nuestra concepción moderna de palabra, sino también con otras representaciones o agentes que servirían para comunicar lo que se siente en ideas, o viceversa (modelos a escala, relaciones, proporciones y razones matemáticas, etcétera).

El escritor romano Apuleyo (c. 125 d. C. – c. 170 d. c.), llegó en su momento a introducir el principio de la triada, que ya estaba presente de alguna manera en obras de Platón, como en diálogo titulado Timeo, y que postulaba que era imposible que dos cosas estuvieran juntas sin una tercera que las uniera y les sirviera de enlace. Según este principio, debe existir siempre un medio, pegamento o puente entre dos cuerpos que se unen. Fue así como algunos pensadores concibieron su idea del logos dentro de este principio.

Por todo lo anterior, podemos observar que el cielo, en general, era concebido como el lugar o el estado donde residía lo perfecto o pleno, en situación de eternidad, libre de los cambios propios del tiempo; y que los cielos eran las capas que formaban este cielo, las cuales eran progresivamente más perfectas al ascender.

Jesús pasa en medio de nosotros y nos sana. Nos regenera con la gracia del bautismo y nos renueva, como esposos, mediante el sacramento del matrimonio

Jesús pasa en medio de nosotros y nos sana. Nos regenera con la gracia del bautismo y nos renueva, como esposos, mediante el sacramento del matrimonio

Reflexiones de un padre de familia en aprietos: Cielo, eternidad y perfección —2 de 5—

Por: Carlos Altamirano-Morales

Al iniciar mi estudio y reflexión sobre el significado de la palabra cielo, así como de otras relacionadas como eternidad y perfección, en diversas cosmovisiones occidentales históricas, tuve la oportunidad de encontrar fuentes de información que me facilitaron la tarea y que me fueron muy valiosas. Entre ellas se encuentran libros como La imagen descartada, de C. S. Lewis, novelista y profesor de literatura medieval y renacentista de la Universidad de Oxford, y conferencias como la titulada Cosmología, brindada por el doctor especializado en ciencias planetarias y hermano jesuita, Guy Consolmagno, S. J., en el Colegio de Ciencia de la Universidad de Arizona en 2011.

Por la presencia e influencia de fuentes de información como las mencionadas, aclaro que con este libro no pretendo desarrollar ideas innovadoras ni aspiro a «inventar el hilo negro». Quien quiera un conocimiento técnico o académico formal y avanzado sobre estas materias puede acudir directamente a esas fuentes y a otras similares. Más bien, como aficionado a temas de lingüística, de historia, de cosmovisiones y de teología, pero sobre todo como un padre que quiere orientar lo mejor que puede a sus hijos en estos asuntos que atañen a cualquiera, mis propósitos en este libro son: (1) conocer o repasar, y luego profundizar y reflexionar sobre el significado de ciertos conceptos a través del tiempo y a través de algunas cosmovisiones, (2) compartir mis reflexiones y razonamientos al respecto, y (3) argumentar y soportar mi opinión de que esos conceptos son aún útiles, valiosos, y dignos de mantenerse en uso y de seguir desarrollando su alcance. Pues si bien, es fácil encontrar definiciones y exposiciones sobre estas palabras, su significado no es obvio al inicio para muchos de nosotros en la actualidad.

Empiezo así reconociendo que las palabras son unidades lingüísticas, signos de expresión y comunicación cuyo significado está determinado o es enriquecido en gran parte por el contexto cultural y la cosmovisión de la sociedad en la que se presentan. Y en muchos casos, sirven no solo para representar algo, sino para ayudarnos a tomar una posición o a orientarnos con respecto a aquello a lo que hacen referencia. Por ello, cuando la cosmovisión de una sociedad cambia, el significado original de ciertas palabras puede ser borroso, enmascararse, esconderse, cambiar o perderse. Curiosamente, algunas palabras resisten estos cambios y pueden utilizarse aún en la nueva cosmovisión, pero de una manera tal que las personas ya no distinguen un significado en ellas fuera de sí mismas. El significante aparentemente se convierte poco a poco en significado, pero en un significado difícil de definir por estar desconectado del original. Ya no es tan sencillo no solo encontrarle sentido al significado de ciertas palabras, sino orientarse o tomar una posición con respecto a ellas y a lo que hacen referencia. Se termina por definirlas solo en relación con supuestos sinónimos y se les adjudica luego los significados de esos presuntos sinónimos. Esto puede crear confusión, dificultad para encontrarles utilidad o incluso deseos de abandonar el uso de esas palabras, aún dentro del contexto o ámbito en el que surgieron. En lugar de que el lenguaje y vocabulario crezca, tendemos, en el mejor de los casos, a conformarnos con cambiar una palabra vieja por una nueva, o bien, en el peor de los casos, a reducir ese vocabulario y abandonar incluso el intento de reemplazo. Algo de esto puede pasar con palabras tales como cielo, eternidad y perfección.

Por ejemplo: ¿Qué significado tiene el cielo para los creyentes de hoy? ¿Es el mismo que el del cielo donde se encuentran el Sol, las demás estrellas, la Luna y los planetas? Y si hoy se distingue un cielo del otro, ¿en algún momento fue considerado el mismo? ¿Y qué decir de los escritos que hablan de «los cielos», en plural? ¿Cuáles son esos «cielos» y dónde están? ¿Qué relación tiene lo celestial con lo eterno y con lo perfecto? ¿Perfecto es meramente la ausencia de errores? ¿Qué entendemos por eterno? ¿Es lo mismo vida eterna que vivir para siempre, o por todos los años que el universo tiene por delante? ¿Siempre se pensó en el paraíso como en el «cielo», con nubes y seres con alas, o han existido otras formas de concebirlo?

Algunas de estas preguntas pueden venir no solo de escépticos o de adultos con la intención de ridiculizar las creencias religiosas de otros, sino de personas auténticamente interesadas en el tema, entre ellas nuestros propios hijos. Así, como en el ejemplo que mencioné en el capítulo anterior, si un padre compra un telescopio para ver el cielo, y sucede que la abuela acaba de fallecer y, por la fe compartida, la familia espera que ella haya «ido al cielo», ¿podrían utilizar el telescopio para verla? La respuesta sencilla y rápida es que no, porque no nos referimos al mismo cielo, pero entonces, una vez más, ¿por qué nombramos cielo a ambos?

Algunas de estas preguntas pueden venir no solo de escépticos o de adultos con la intención de ridiculizar las creencias religiosas de otros, sino de personas auténticamente interesadas en el tema, entre ellas nuestros propios hijos

Fig. 1. Paraíso y firmamento: ¿por qué nombramos cielo a ambos?

Fig. 2. Diferencias entre concepciones de la evolución como una línea simple y como un árbol.

Jesús nos enseña a escucharnos unos a otros, a utilizar las palabras con autoridad, que brotan de un corazón que ama

Jesús nos enseña a escucharnos unos a otros, a utilizar las palabras con autoridad, que brotan de un corazón que ama

Por: Lina y Dino Cristodoro (Alleanza di famiglie)

¡Jesús enseña como quien tiene autoridad! Libre, en absoluta autonomía de pensamiento, de juicio y de inspiración, Él enseña con sencillez. Utiliza un lenguaje claro y comprensible, con historias y ejemplos de la vida cotidiana que todos podemos entender. A través de parábolas, nos cuenta su visión del mundo y nos revela el misterio de Dios-Amor.

En la sinagoga, todos quedan asombrados al escuchar a Jesús. Cada uno se siente profundamente conmovido. Su Palabra revela a un Dios verdaderamente cercano. Escuchar a Jesús es la experiencia en la que nos sentimos acogidos en los miedos, comprendidos en las debilidades, interpretados en las necesidades y acompañados en las esperanzas. Los fariseos eran intérpretes oficiales de la ley, de la Torá, pero Jesús muestra el rostro de Dios.

Quizás nosotros también, muy a menudo, nos preocupamos más por seguir el deber que por nuestro corazón. En nuestra relación de pareja, nos encontramos en cierto punto teniendo que lidiar con una distancia que se ha creado, por diferentes motivos, porque no hemos cuidado el amor. Jesús nos enseña a escucharnos unos a otros, a utilizar las palabras con autoridad, que brotan de un corazón que ama; a cuidar a los demás, a los niños y a cada hombre que se encuentre en el camino.

Marcos nos relata un día típico para Jesús, que está marcado por la predicación, la curación de los enfermos y la oración. Jesús no descansa. En todo, da gloria al Padre, cuidando al hombre en cuerpo y espíritu. Y nos da el ejemplo. En nuestras jornadas, estamos tan absortos en las mil cosas que tenemos por hacer que olvidamos el encuentro con el amado: Jesús, la roca sobre la que hemos construido nuestra casa.

Volvamos a buscar las cosas sencillas, recuperemos el gusto por la oración, la fuerza y ​​el encanto de las parábolas, las historias de Jesús sobre nuestras vidas, llenas de vida y de esperanza.

Durante la predicación de Jesús en la sinagoga, se manifiesta el espíritu impuro que aprisionaba a un hijo de Israel y a quien Jesús ordena callar. Las palabras del diablo delatan el desprecio que Satanás tiene por la humanidad de Jesús. ¡El Espíritu de Dios da vida, mientras que el espíritu impuro aleja de ella, de Jesús!

La Palabra de Jesús es un llamado para ser libres de las fuerzas del mal, que mantienen al hombre bajo control, haciéndolo esclavo del pecado. El diablo sabe que Jesús ha venido a arruinarlo.

Jesús dice una palabra seca pero concluyente: le dice al espíritu impuro que se calle y salga de ese hombre. ¡La Palabra de Jesús libera! Es a partir de la palabra y del modo en que nos comunicamos que mostramos a quién pertenecemos, si a Dios o al pecado.

Cuánta violencia hay hoy, incluso en nuestro modo de expresarnos. Jesús dice: «¡cállate!». ¡Calla violencia, insultos, guerras y mortificaciones! Que los matrimonios cristianos sean capaces de hablar con libertad y verdad, y con la autoridad que ahuyenta cualquier espíritu de división.

También a nosotros hoy, en la Cafarnaúm de nuestras calles y de nuestros hogares, el Señor nos enseña con autoridad a través de su vida. ¡Una autoridad que no nos hace esclavos, sino libres!

(Traducido del original en italiano).

EVANGELIO
Mc 1, 21-28
No enseñaba como los escribas, sino como quien tiene autoridad.

✠ Del santo Evangelio según san Marcos.

Reflexiones de un padre de familia en aprietos: Cielo, eternidad y perfección —1 de 5—

Iniciamos con la primera parte de Cielo, eternidad y perfección, una de las reflexiones sobre fe y razón elaboradas por un padre de familia consciente de que su esposa y él son los primeros educadores de sus hijos.

Por: Carlos Altamirano-Morales

Jesús pasa por nuestra historia y nos llama: nos llamó el día de nuestra boda y nos llama hoy

Después de que arrestaron a Juan el Bautista, Jesús se fue a Galilea para predicar el Evangelio de Dios y decía: «Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio». Caminaba Jesús por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano, Andrés, echando las redes en el lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Síganme y haré de ustedes pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Un poco más adelante, vio a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en una barca, remendando sus redes. Los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre con los trabajadores, se fueron con Jesús.
Palabra del Señor.

Esta es nuestra vocación de esposos: vivir la plenitud del amor en Él, para que otros esposos y otras familias se pongan a buscar y se dejen encontrar por su mirada, que nunca deja indiferentes

Dios nos llama a la felicidad, porque nos introduce en la experiencia trinitaria del amor

Dios nos llama a la felicidad, porque nos introduce en la experiencia trinitaria del amor

«El amor no es un sentimiento pasajero, sino una conquista diaria»

Por: Filippa y Gino Passarello (Alleanza di famiglie)

En este último domingo del año litúrgico, en el que la Iglesia celebra la solemnidad de Cristo Rey, la Palabra de Dios nos propone el discurso de Jesús sobre el juicio final. El único criterio en el juicio será la caridad, serán los gestos de amor, de acogida y de servicio que hayamos sabido aplicar, que darán valor a nuestra vida, que hablarán de nosotros y de nuestra fe. La bendición y la bienaventuranza de Dios no son sólo las recompensas que nos esperan al final de la vida sino las recompensas del amor ya aquí y ahora.

Cuando nos da el don del sacramento del matrimonio, Dios nos llama a la felicidad, porque nos introduce en la experiencia trinitaria del amor, que se convierte en don, en compartir y en servicio a los demás. La familia es el campo de entrenamiento en el que aprendemos que el amor no es un sentimiento pasajero sino una conquista diaria, nunca dada de antemano; un camino hecho de voluntad, de elección, de responsabilidad, a menudo de esfuerzo, y siempre de fidelidad a una vocación. Hoy Jesús nos recuerda que cualquier cosa que le hayamos hecho al más pequeño se la hemos hecho a Él, y el más pequeño, el más pobre es el que no recibe amor, porque el amor da dignidad y sabor a la vida. El verdadero amor promueve, acoge, cura las heridas de los demás, perdona, resucita.

Nuestro cónyuge es el «sacramento» de Jesús. Él es a quien amamos, acogemos y servimos en nuestro cónyuge. Él es a quien reconocemos y contemplamos en su rostro, aunque esté marcado por limitaciones y fragilidades. El evangelio de hoy nos invita a estar vigilantes porque es frecuente el riesgo de cuidar la exterioridad mientras la comunión conyugal se disuelve lentamente bajo el peso de la costumbre y de la falta de cuidado para cambiar el amor por la pretensión y el servicio por el incumplimiento. Sólo la escucha de la Palabra, la Eucaristía y la oración diaria pueden custodiar el don recibido, incluso cuando llega la noche y las pruebas debilitan nuestra voluntad. Si no se alimenta, el amor se apaga, y con él también la luz que, como esposos, estamos llamados a llevar al mundo, donde tantas familias hambrientas, desnudas y encarceladas esperan ser alimentadas con el pan de la caridad, vestidas con el hábito de la esperanza y liberadas con el anuncio del «evangelio» del matrimonio. Nos conforta la certeza de que Jesús, el Buen Pastor, no nos deja solos en los días nublados y sombríos. Nada se pierde si Él está con nosotros. Él venda nuestras heridas y nos lleva siempre a un lugar seguro.

EVANGELIO
Mt 25, 31-46
𝘚𝘦 𝘴𝘦𝘯𝘵𝘢𝘳á 𝘦𝘯 𝘴𝘶 𝘵𝘳𝘰𝘯𝘰 𝘥𝘦 𝘨𝘭𝘰𝘳𝘪𝘢 𝘺 𝘢𝘱𝘢𝘳𝘵𝘢𝘳á 𝘢 𝘭𝘰𝘴 𝘶𝘯𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘰𝘵𝘳𝘰𝘴.

✠ Del santo Evangelio según san Mateo.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. Entonces serán congregadas ante él todas las naciones, y él apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda.
Entonces dirá el rey a los de su derecha: ‘Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme’. Los justos le contestarán entonces: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver?’ Y el rey les dirá: ‘Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron’. Entonces dirá también a los de la izquierda: ‘Apártense de mí, malditos; vayan al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles; porque estuve hambriento y no me dieron de comer, sediento y no me dieron de beber, era forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y encarcelado y no me visitaron’. Entonces ellos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de forastero o desnudo, enfermo o encarcelado y no te asistimos?’ Y él les replicará: ‘Yo les aseguro que, cuando no lo hicieron con uno de aquellos más insignificantes, tampoco lo hicieron conmigo’. Entonces irán éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna».
Palabra del Señor.

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El amor es pérdida, entrega, confianza, gratuidad, apertura, espera sin pretensiones

El amor es pérdida, entrega, confianza, gratuidad, apertura, espera sin pretensiones

Por: María y Sebastiano Fascetta (Alleanza di famiglie).

La parábola evangélica de este domingo 33 del tiempo ordinario es una invitación para «trabajar» en las relaciones con el objetivo alcanzar la plenitud, para humanizarnos al interior de la experiencia conyugal, familiar, social y comunitaria. Dios confía la vida y su amor a nuestras «capacidades». Son diferentes para cada miembro de la pareja, pero ambas necesarias para ese «trabajo» humano y espiritual que requiere el amor. De hecho, el amor es un arte y no un mero sentimiento. Debe desarrollarse, como los talentos de la parábola. El riesgo es esconder el don del amor bajo tierra, guardarlo en una caja fuerte y pensar que ya lo hemos conseguido todo y que ya sabemos todo sobre nuestro cónyuge.

El siervo definido como «malo y perezoso» es aquel que afirma saber. Cree saberlo todo sobre su maestro y por eso esconde el talento por miedo. No se esfuerza por crecer humanamente ni cumple con su vocación humana. Lo mismo ocurre en la vida matrimonial. El amor no es algo dado, no es una realidad estable e inmóvil sino dinámica, que debe «ganarse» cada día y hacerse «fructífera» en cada momento. El siervo «perezoso» piensa en devolver a Dios el talento que ha recibido, pero Dios no quiere que le devolvamos los dones que nos da, sino que nos atrevamos a ser creativos en el amor. La vida matrimonial no es un proyecto predeterminado por Dios, sino una aventura que debemos vivir como verdaderos protagonistas para activar esas capacidades y poner en circulación esos talentos necesarios para crecer como esposos. Dios no quiere que le demos nada a cambio. No es un contador. Él es un Padre. Es el esposo que ama a su esposa.

Dios ama. El amor es pérdida, entrega, confianza, gratuidad, apertura, espera sin pretensiones. Del mismo modo, los cónyuges no deben vivir en exigencias mutuas ni deben encerrarse por miedo ni juzgarse, sino salir a la luz, arriesgarse cada día juntando los talentos recibidos y hacerlos fructificar en el compartir recíproco y en la comprensión. El evangelio es una fuerte invitación a la creatividad del amor.

EVANGELIO
Mt 25, 14-30
𝘗𝘰𝘳𝘲𝘶𝘦 𝘩𝘢𝘴 𝘴𝘪𝘥𝘰 𝘧𝘪𝘦𝘭 𝘦𝘯 𝘤𝘰𝘴𝘢𝘴 𝘥𝘦 𝘱𝘰𝘤𝘰 𝘷𝘢𝘭𝘰𝘳, 𝘦𝘯𝘵𝘳𝘢 𝘢 𝘵𝘰𝘮𝘢𝘳 𝘱𝘢𝘳𝘵𝘦 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘢𝘭𝘦𝘨𝘳í𝘢 𝘥𝘦 𝘵𝘶 𝘴𝘦ñ𝘰𝘳.

✠ Del santo Evangelio según san Mateo.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los cielos se parece también a un hombre que iba a salir de viaje a tierras lejanas; llamó a sus servidores de confianza y les encargó sus bienes. A uno le dio cinco talentos; a otro, dos; y a un tercero, uno, según la capacidad de cada uno, y luego se fue. [El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió un talento hizo un hoyo en la tierra y allí escondió el dinero de su señor.]
Después de mucho tiempo regresó aquel hombre y llamó a cuentas a sus servidores.
Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: ‘Señor, cinco talentos me dejaste; aquí tienes otros cinco, que con ellos he ganado’. Su señor le dijo: ‘Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor’. [Se acercó luego el que había recibido dos talentos y le dijo:
‘Señor, dos talentos me dejaste; aquí tienes otros dos, que con ellos he ganado’. Su señor le dijo: ‘Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor’.
Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y le dijo: ‘Señor, yo sabía que eres un hombre duro, que quieres cosechar lo que no has plantado y recoger lo que no has sembrado. Por eso tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo’. El señor le respondió: ‘Siervo malo y perezoso. Sabías que cosecho lo que no he plantado y recojo lo que no he sembrado. ¿Por qué, entonces, no pusiste mi dinero en el banco para que, a mi regreso, lo recibiera yo con intereses? Quítenle el talento y dénselo al que tiene diez. Pues al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que tiene poco, se le quitará aun eso poco que tiene.
Y a este hombre inútil, échenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y la desesperación’».
Palabra del Señor.

Respondamos con alegría al Esposo que viene: «Aquí estamos, Señor»

Respondamos con alegría al Esposo que viene: «Aquí estamos, Señor»

Por: Soraya y Michele Solaro (Allenza di famiglie).

Permanecer fieles al Señor, hasta el encuentro definitivo con Él, sin que en este camino surjan situaciones capaces de hacer vacilar nuestra fe, no es en modo alguno un hecho. Esta es la razón por la que san Pablo —en la segunda lectura— anima a la comunidad de Tesalónica a no dudar del destino eterno del hombre,«𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘷𝘪𝘷𝘢𝘯 𝘵𝘳𝘪𝘴𝘵𝘦𝘴, 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘭𝘰𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘵𝘪𝘦𝘯𝘦𝘯 𝘦𝘴𝘱𝘦𝘳𝘢𝘯𝘻𝘢» (Cf. 1 Tes 4,13- 18).

El Evangelio de este domingo no sólo pone en evidencia el tema de las bodas de Jesús, el novio que ama a su Iglesia y a toda la humanidad, sino que nos invita a centrarnos en otro aspecto que concierne a nuestra relación con Él, es decir, en la fidelidad. Contando esta parábola, Jesús no sólo se dirige a los que están lejos, sino también a los que lo conocieron, nos habla a nosotros, los matrimonios, que en un determinado momento de nuestra vida hemos comprendido la alta misión a la que hemos sido llamados a partir de el día de nuestro matrimonio.

Nos habla a nosotros, familias, que con dificultad intentamos responder a esta llamada, que tal vez nos desanimamos ante las adversidades de la vida o ante las incomprensiones de los hombres, que tememos no estar a la altura y que dudamos en renovar, cada día, nuestro «Sí».Animados por la Palabra de Dios, queremos emprender un nuevo camino, queremos pedir nuevos dones para que su reino sea visible, ya ahora, a los hombres de nuestro tiempo a través de todo lo que Él quiere realizar también con nosotros.

No nos cansemos nunca de invocar al Espíritu Santo, de buscar la amistad con Jesús y su confianza; dejémonos encontrar por la Sabiduría de Dios (primera lectura), para que nos permita comprender con claridad las decisiones correctas que debemos tomar, para que que no desperdiciemos inútilmente el aceite de nuestra lámpara, el precioso don de la vida.

Demos gracias al Señor porque, a pesar de nuestras infidelidades y de nuestras miserias, Él sigue confiando en nosotros y no deja de buscarnos para confiarnos sus buenos planes. Pidamos al Espíritu Santo el don de la perseverancia, la capacidad de responder con alegría al Esposo que viene: «Aquí estamos, Señor».

EVANGELIO

𝘠𝘢 𝘷𝘪𝘦𝘯𝘦 𝘦𝘭 𝘦𝘴𝘱𝘰𝘴𝘰, 𝘴𝘢𝘭𝘨𝘢𝘯 𝘢 𝘴𝘶 𝘦𝘯𝘤𝘶𝘦𝘯𝘵𝘳𝘰.

✠ Del santo Evangelio según san Mateo 25, 1-13

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los cielos es semejante a diez jóvenes, que tomando sus lámparas, salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran descuidadas y cinco, previsoras. Las descuidadas llevaron sus lámparas, pero no llevaron aceite para llenarlas de nuevo; las previsoras, en cambio, llevaron cada una un frasco de aceite junto con su lámpara. Como el esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron.A medianoche se oyó un grito: ‘¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro!’ Se levantaron entonces todas aquellas jóvenes y se pusieron a preparar sus lámparas, y las descuidadas dijeron a las previsoras: ‘Dennos un poco de su aceite, porque nuestras lámparas se están apagando’. Las previsoras les contestaron: ‘No, porque no va a alcanzar para ustedes y para nosotras. Vayan mejor a donde lo venden y cómprenlo’.Mientras aquéllas iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban listas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras jóvenes y dijeron: ‘Señor, señor, ábrenos’. Pero él les respondió: ‘Yo les aseguro que no las conozco’.Estén, pues, preparados, porque no saben ni el día ni la hora». Palabra del Señor.

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