Cada familia es un lugar privilegiado de la presencia de Dios
Por: Ivana y Giovanni Granatelli (Alleanza di famiglie).
Queridos hermanos, queridas hermanas, queridos esposos y queridas familias, amados por el Señor, hoy celebramos el cuarto domingo de Adviento y estamos en este punto próximos al nacimiento de Jesús. La página del evangelio que la Iglesia nos regala rebosa de alegría, de asombro, de amor, de fe y de esperanza y es una luz para nuestra vida. El pasaje narra con simplicidad el encuentro entre María e Isabel, dos mujeres virtuosas, dóciles y valientes, que supieron escuchar y creer en la Palabra de Dios, ambas llenas del Espíritu Santo y, por tanto, exultantes de gozo en el Señor.
Dos son las dimensiones que se nos sugieren y dentro de las cuales debemos aprender a movernos bien, personalmente, pero sobre todo como esposos y como familias: la misión y la fe.
Empecemos por el primer punto: la misión. María, después del anuncio del ángel y movida por el fuego del Espíritu Santo, se levanta y se encamina presurosa hacia su prima embarazada y de edad avanzada. María no piensa en sí misma ni en el largo y fatigoso viaje que le espera. No está concentrada en sí misma, sino totalmente proyectada hacia los demás. Quiere cuidar a su prima y al bebé que lleva en el vientre. No quiere dejarla sola. Sus pensamientos y su corazón se centran en la necesidad y la fragilidad de Isabel.
Por tanto, también nosotros debemos sentir con fuerza esta dimensión misionera de nuestra familia. No debemos caer en el error de encerrarnos, de escondernos dentro de las paredes domésticas, dejando fuera a los demás. No pensemos solo en nosotros mismos, en las necesidades, en los proyectos y en los deseos de nuestra familia, aunque sean legítimos, sino miremos a nuestro alrededor en 360 grados sin descuidar a nadie. No vivamos como si fuéramos islas. Cuidemos nuestras relaciones tanto en lo interno como en lo externo. Tratemos de ver un poco más allá de nuestras narices, y de no ser superficiales sino atentos. Como María que ha entrado en la casa de Isabel y Zacarías, también nosotros queremos entrar de puntillas en la vida de otras familias y anunciar el maravilloso evangelio del amor escrito en la familia. Hay una noticia fuerte, buena y grandiosa y es que Dios ama a la familia y que la familia está viva. Esta es nuestra misión: ser pequeñas iglesias domésticas en salida.
Y ahora, pasemos al segundo punto: la fe. Isabel escucha la voz de María e inmediatamente Juan, que está en su vientre, salta de gozo. Isabel, llena del Espíritu Santo, reconoce en María la presencia del Dios vivo y exclama a gran voz que María es Bienaventurada y Bendita porque ha sabido escuchar, obedecer y creer en la Palabra de Dios.
Como Isabel, también nosotros reconozcamos, a través de los ojos de la fe, que el Señor está presente en el otro, en mi esposo, en mi esposa, en mis hijos y en las familias que Dios pone a mi lado. Cada familia es un útero, un hogar y un templo de la presencia de Dios. Cada familia es un lugar privilegiado de la presencia de Dios, en el cual podemos experimentar el amor, la misericordia y la confianza.
¡Qué importante es la confianza! Es un gran regalo. En la base de toda relación hay una confianza que debe ser constantemente preservada, respetada y alimentada. Por tanto, tengamos confianza el uno en el otro y tengamos confianza y fe en Dios. Y si la fe nace de la escucha, entonces, queridos esposos y queridas familias, seamos buenos oyentes, no de los distraídos sino de los atentos, que la ponen en práctica. Que nuestra familia se haga toda oído y toda escucha. Eduquémonos para escuchar. Entrenémonos en este arte difícil pero indispensable. Y la familia es un excelente gimnasio donde fortalecerse en una escucha provechosa y eficaz. Que lo hagan los esposos entre ellos, que lo hagan los padres e hijos, que lo hagan las familias. Esto será un bálsamo para nuestras relaciones y así creceremos en el amor verdadero. Cada día, Dios, como un Padre Bueno, nos habla, así que escuchemos su voz y pongamos en práctica su Palabra, para que tenga lugar en nuestro hogar según el corazón de Dios y, como María, podamos ser esposos y familias bienaventurados y bendecidos. Amén, Aleluya.
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme?
✠ Del santo Evangelio según san Lucas 1, 39-45
En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno. Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor».
Palabra del Señor.