Por: Soraya y Michele Solaro (Alleanza di famiglie).
Por tercer domingo consecutivo, la liturgia de la palabra nos ofrece la lectura del capítulo trece del evangelio de Mateo, en cuyo contexto Jesús nos habla, con insistencia, del «Reino de los Cielos», de la necesidad de «buscarlo», «reconocerlo», «encontrarlo», «acogerlo» y «custodiarlo».
Nuestra experiencia de vida familiar está, en cierto sentido, marcada por estas fases. La casa es, en efecto, el lugar de la acogida, del compartir y del aliento, en la medida en que cada miembro de la familia contribuye a la búsqueda del bien.
Sin embargo, sentirse bien en familia, aunque requiere del empeño y del sacrificio de todos, no depende exclusivamente de nuestras limitadas capacidades. A veces, a pesar de la buena voluntad, intercambiamos el verdadero bien por sustitutos como la felicidad, la serenidad, las buenas relaciones familiares y la estabilidad económica, pero sin llegar a la esencia de la que todo depende y brota.
En la primera lectura, Salomón pide el don de la sabiduría, o más bien «un corazón dócil» para poder «distinguir entre el bien del mal»; el salmista le hace eco: «Para mí valen más tus enseñanzas que miles de monedas de oro y plata» (Sal 118).
A la luz de la palabra de Dios, la familia tiene la oportunidad de comprender que Jesús mismo es la puerta del reino. Es más, Él mismo es el reino, es la sabiduría encarnada, la fuente de todo bien, el tesoro escondido que todos los hombres desean. Sólo creciendo en la amistad con «su persona», podemos, desde aquí en la tierra, ser partícipes del Reino de los Cielos, del Reino de Dios. Sólo involucrando a Jesús en cada acontecimiento de nuestra vida familiar, e invocando a su espíritu, participamos también nosotros de su realeza.
Hay, sin embargo, un pasaje más que el Señor nos pide: para acoger plenamente el Reino de Dios debemos presentarnos como pobres, debemos estar dispuestos a dejarlo todo. Ostentar seguridad por lo que tenemos, por lo que sabemos, y por lo que tenemos puede impedir el camino al bien, porque el bien, para ser tal, debe ser también justo, y sólo la sabiduría divina es justa.
Dejemos, pues, que el horizonte de la eternidad entre en nuestra casa. Dejémonos conducir por Jesús Esposo hacia las nuevas e inexploradas alturas del Reino. Dejemos que la «vida mística», a la que está llamado todo matrimonio, compuesta de confianza, de amistad y de intimidad con Él, nos alivie de nuestras fatigas, y así nada podrá perturbarnos más; pues habremos comprendido entonces que la «perla valiosa», capaz de cambiar nuestra vida, es Él y nadie más.
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
Mt 13, 44-52.
Vende cuanto tiene y compra aquel campo.✠ Del santo Evangelio según san Mateo.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo.
El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra.
También se parece el Reino de los cielos a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación.
¿Han entendido todo esto?» Ellos le contestaron: «Sí». Entonces él les dijo: «Por eso, todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas».
Palabra del Señor.
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