Por: Alessandra y Luca Monsecato (Alleanza di famiglie).
La Iglesia celebra, en este domingo después de Navidad, la fiesta de la Sagrada Familia. En las páginas de este evangelio, José y María, llenos de angustia por haber perdido a Jesús, se ponen en camino y lo buscan, encontrándolo en el templo en medio de los doctores de la ley. La Palabra de Dios, en este día de fiesta, nos impulsa a reflexionar sobre cuántas veces en nuestras vidas no encontramos a Jesús: en realidad no es Jesús el que está perdido, ¡sino que somos nosotros los que lo perdemos y no lo buscamos! Y cuando esto sucede, todo se vuelve más complicado porque perdemos la brújula, ya no logramos tener claros los objetivos a alcanzar y el camino por recorrer se vuelve cada vez más tortuoso. Jesús nace en una familia humilde y allí es acogido, creciendo en sabiduría, edad y gracia: esto significa que necesariamente debe tener un lugar propio en cada familia y solo en la medida en que dejamos que ocupe el espacio reservado para él, logramos experimentar la paternidad y maternidad de Dios. La familia se convierte, en efecto, en un lugar sagrado, habitado por la Santísima Trinidad en la que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo actúan concretamente, a través de hombres y mujeres que viven mirando a la familia de Nazaret como modelo a seguir.
«Cada familia cristiana, puede acoger a Jesús, escucharlo, hablar con Él, custodiarlo, protegerlo, crecer con Él; y así mejorar el mundo» (Papa Francisco).
La familia está llamada, así, a realizar su misión en compañía de Jesús, en la vida de todos los días. El evangelio de hoy nos recuerda la fatiga en la crianza de los hijos: María y José superan el miedo solo cuando encuentran a Jesús. Para vencer los miedos debemos encontrar a Jesús: cuando tememos por nuestros hijos, cuando estamos preocupados por su futuro, debemos encontrar a Jesús. Incluso cuando tenemos que dejarlos seguir su camino, cuando eligen caminos que no compartimos, cuando llega el momento de su liberación, debemos encontrar a Jesús.
Pidamos entonces al Espíritu Santo, que nos sostenga en esta constante búsqueda cotidiana, poniendo en nuestros corazones el ferviente deseo de encontrarlo, de descubrir los lugares donde Él habita, ¡para que podamos percibir plenamente, a través de su presencia, la paternidad y la maternidad de Dios!
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
Los padres de Jesús lo encontraron en medio de los doctores.
✠ Del santo Evangelio según san Lucas 2, 41-52
Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén para las festividades de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, fueron a la fiesta, según la costumbre. Pasados aquellos días, se volvieron, pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres lo supieran. Creyendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino; entonces lo buscaron, y al no encontrarlo, regresaron a Jerusalén en su busca. Al tercer día lo encontraron en el templo, sentado en medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que lo oían se admiraban de su inteligencia y de sus respuestas. Al verlo, sus padres se quedaron atónitos y su madre le dijo: «Hijo mío, ¿por qué te ha portado así con nosotros? Tu padre y yo te hemos estado buscando, llenos de angustia». Él les respondió: «¿Por qué me andaban buscando? ¿No sabían que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?» Ellos no entendieron la respuesta que les dio. Entonces volvió con ellos a Nazaret y siguió sujeto a su autoridad. Su madre conservaba en su corazón todas aquellas cosas. Jesús iba creciendo en saber, en estatura y en el favor de Dios y de los hombres.
Palabra del Señor.