Por: Filippa y Gino Passarello (Alleanza di famiglie).
El tercer domingo de Adviento, domingo «gaudete», se caracteriza por el tema de la alegría. Ya en la primera lectura, el profeta Sofonías nos invita a no temer, a no dejar caer los brazos sino, más bien, a regocijarnos, a gritar de alegría porque el Señor está cerca, ha revocado nuestra condena, nos ha librado del yugo del miedo y nos renueva con su amor.
¿Cómo podemos nosotros, las familias, aceptar esta invitación para vivir la alegría? ¡Estamos a menudo agobiados por el peso de tanta dificultad, de sufrimientos y de miedos!
El secreto de la alegría, como nos recuerda Juan Bautista, es abrirse al amor y dejar que el amor oriente toda nuestra vida y nos haga entrar en la lógica del dar y del compartir. No se nos pide que hagamos acciones extraordinarias sino que se invita a cada familia, allá donde vive, en las condiciones en que se encuentra, a compartir con los demás, a hacerse cargo de los sufrimientos y de las necesidades de otras familias, a inclinarse sobre quien está lejos y necesitado, para vivir la mansedumbre y la humildad de Jesús, para no dejarse corromper por la mentalidad del mundo, fundada sobre el egoísmo, la prevaricación y el abuso.
La familia está invitada a dar un rostro al amor de Dios que, en el Hijo, se ha hecho próximo al hombre, se ha hecho débil, se ha vaciado, ha renunciado a todo privilegio para compartir con nosotros el don más precioso: su divinidad.
La alegría es la única respuesta al don de una nueva vida que Jesús ha venido a traer: «Estas cosas se las he dicho para que mi alegría esté en ustedes y para que su alegría sea plena» y también nos ha indicado el camino: «Permanezcan en mi amor» (Jn 15,11).
A todas aquellas familias que se sienten aplastadas por el peso del desánimo, de la soledad, de las dificultades, y de la enfermedad, hoy se dirigen las palabras del profeta: «No teman, que no desfallezcan sus manos… el Señor está está en medio de ustedes».
Este es el tiempo de la alegría, que el miedo ceda el paso a la certeza de que el Señor está siempre con nosotros para levantarnos, para consolarnos, para guiarnos, y para renovarnos con su amor.
A nosotros, las familias, de manera particular, se nos pide que seamos un signo de esperanza porque el Amor de Dios que viene a nuestro encuentro en Jesús es vertido en nuestro corazón por medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado, por eso queremos acoger la exhortación de Pablo de ser siempre felices, de no angustiarnos por nada, sino de arrojar en Él todas las preocupaciones y su paz custodiará nuestros corazones.
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
¿Qué debemos hacer?
✠ Del santo Evangelio según san Lucas 3, 10-18
En aquel tiempo, la gente le preguntaba a Juan el Bautista: «¿Qué debemos hacer?» Él contestó: «Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo». También acudían a él los publicanos para que los bautizara, y le preguntaban: «Maestro, ¿qué tenemos que hacer nosotros?» Él les decía: «No cobren más de lo establecido». Unos soldados le preguntaron: «Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer?». Él les dijo: «No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario». Como el pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá Juan era el Mesías, Juan los sacó de dudas, diciéndoles: «Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Él tiene el bieldo en la mano para separar el trigo de la paja; guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue». Con éstas y otras muchas exhortaciones anunciaba al pueblo la buena nueva.
Palabra del Señor.