Por: Lina y Dino Cristadoro (Alleanza di famiglie).
En el evangelio de este domingo Jesús declara a la multitud que Él es el pan vivo que ha bajado del cielo. El verbo que destaca en la lectura de este pasaje del evangelio de Juan es «comer». Comer es esencial para nuestra vida, para nuestra supervivencia; es una cuestión de vida o muerte. Sin comida, el alimento, no se sobrevive.
¿Por qué su insistencia en la necesidad del pan? El pan es sencillo, cotidiano y vital. Dios es esencial, fuera de Él no hay vida. Por tanto, Jesús se vincula a un aspecto crucial de la vida diaria.
Jesús anuncia que Él mismo es el verdadero pan que ha bajado del cielo, el único capaz de saciar el hambre y dar vida verdadera: la vida eterna. Comer a Jesús es ya un anticipo de la eternidad. Comer es creer en Él. Jesús quiere convertirse en el pan de nuestras familias, de nuestra pareja, para dar alimento, fuerza y apoyo a nuestras relaciones. Su permanencia con nosotros nos hace una sola cosa con Él. Él quiere comunicarnos su vida, hacernos «gustar» su amor, entrar en nuestra intimidad para que, nutridos de su carne, podamos entrar en el corazón mismo del misterio nupcial, en aquel misterio del que, como pareja, somos generados.
La Eucaristía alimenta el corazón de los esposos llamados a «custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa» (FC 17). En nuestras familias, ¿Jesús es reconocido y comido de verdad como pan de vida? Nosotros, los cónyuges cristianos, ¿de qué nos alimentamos? ¿Con qué alimentamos nuestros corazones y pensamientos? ¿Mostramos la belleza de una vida familiar caracterizada por la generosidad, la acogida, el diálogo, las relaciones verdaderas y profundas? Quien come el pan o bebe la sangre del Señor no puede envilecer su vida. Las relaciones no pueden alimentarse de egoísmos, cerrazones y gestos apresurados y superficiales. En nuestro matrimonio, tengamos la conciencia de poder llegar a ser lo que recibimos: el cuerpo y la sangre de Cristo, la salvación eterna.
Como familias cristianas, estamos llamados a vivir, en la humanidad de cada uno, la vida divina en nuestros hogares, a vivir el amor y disfrutar de su plenitud, a existir unos para otros con la misma dedicación y cuidado que Jesús muestra para cada uno de nosotros. Por eso Dios, el pan vivo que ha bajado del cielo, se vistió de humanidad, hasta el punto de que toda la humanidad llegue a ser la carne de Dios.
Como también nos recuerda San León Magno: «La participación del cuerpo y de la sangre de Cristo no tiene otro objetivo que el de transformarnos en lo que recibimos» —lo humano mezclado con lo divino para ser presencia de Dios en el mundo—.
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
✠ Del santo Evangelio según san Juan 6, 51-58
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida». Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Jesús les dijo: «Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre».
Palabra del Señor.