Por: Magdalena Encinas y Carlos Altamirano-Morales
En blogs anteriores, conocimos el origen y propósito del Proyecto Global de Pastoral de la Conferencia del Episcopado Mexicano y recordamos el mandato guadalupano de construir una «casita sagrada». En esta ocasión, revisaremos el primero de los compromisos pastorales del proyecto, que es destacar una formación antropológica cristiana de manera integral y sistemática.
La Iglesia reconoce que hay una profunda crisis antropológica en este cambio de época que vivimos. ¿A qué se refiere? De entrada, recordemos que la antropología considera y estudia al ser humano en su integridad, lo cual incluye sus aspectos biológicos, culturales y sociales. Las visiones antropológicas clásicas y cristianas han visto al ser humano como una integración de cuerpo, alma —con sus potencias de memoria, entendimiento y voluntad— y espíritu —ese «soplo divino» que nos permite buscar y relacionarnos con lo trascendente y divino—; como un ser sexuado, y como un ser afectivo, familiar y social. Todos estos aspectos son inseparables en nosotros.
En contraste, observamos que el ambiente cultural actual distorsiona, fragmenta y reduce el concepto de ser humano. Por una parte, el dualismo antropológico, retomado de la antigüedad, pretende la separación entre el cuerpo y el alma, específicamente la voluntad, la cual se concibe como absoluta y con poder de manipular al cuerpo a su antojo. Por otra parte, esta forma de pensar niega también el elemento sexual inherente al ser humano, la dualidad masculina y femenina, y considera a esta diferencia una simple construcción social. Más aún, el modelo económico actual incentiva un individualismo que debilita y rompe los vínculos comunitarios, al desconocer al ser humano como un ser afectivo, familiar y social. En general, la cultura dominante niega la dignidad humana y excluye a muchas personas que considera inútiles o sobrantes, en lo que el papa Francisco llama la «cultura del descarte».
Por ello, la Iglesia defiende al ser humano desde una antropología integral «capaz de armonizar todas las dimensiones que constituyen su identidad física, psíquica y espiritual», reconoce que el ser humano posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo, y nos recuerda que la familia es una realidad antropológica, en cuya naturaleza se fundan dos derechos: el de la familia a ser la principal educadora para el niño y el del niño a crecer en una familia.
En este contexto, el Proyecto Global de Pastoral nos invita a recuperar una visión sana del ser humano, «desde la contemplación del misterio de Cristo Redentor»; a ver al hombre desde los ojos de Dios. Esto es, nos pide una formación en la que presentemos la persona de Jesucristo como modelo de hombre, desde una perspectiva kerigmática. Esto «nos permitirá contemplar en Él una imagen de hombre que reconozca la bondad original con la que fuimos creados […]. Pero también, nos permitirá contemplar nuestro ser fracturado interiormente […], y la ambigüedad radical de la vida humana que tiene rostro de crisis de esperanza» (PGP). El próximo mes, repasaremos otro de los compromisos de este proyecto.
Construyendo la «casita sagrada» Por: Pbro. Carlos Eduardo Bañuelos En el artículo La familia en el Proyecto Global de Pastoral,…