Por: María y Sebastiano Fascetta (Alleanza di famiglie).
El evangelista Juan anuncia el envío del Espíritu que procede del Padre y testimonia la resurrección de Cristo en el corazón de los discípulos. Él es el Paráclito, el abogado puesto al lado, que defiende a los creyentes en el tiempo de la persecución, alimentando la valentía y la fuerza profética, para que puedan anunciar a todos la feliz noticia de la salvación. El Espíritu Santo guía, como fiel compañero, a la Iglesia en el camino de la historia y la instruye acerca de las «cosas futuras». A pesar de la opacidad del presente, la Iglesia, fortalecida por el don del Espíritu Santo, no pierde la esperanza en el «futuro» plenamente revelado por Cristo resucitado.
Pentecostés nos recuerda que toda la vida cristiana consiste en la adquisición del Espíritu Santo, por el cual llegamos a ser hijos de Dios y hermanos en Cristo. En efecto, en el Espíritu tenemos acceso a Dios Padre y somos conducidos al conocimiento de Jesucristo: Camino, Verdad y Vida. En el Espíritu, somos miembros del mismo cuerpo de Cristo y donde está el Espíritu Santo está el amor de Dios que ordena en unidad toda diversidad posible. Él es belleza, armonía, éxtasis de amor y sinfonía soberana; es el alma de todo camino matrimonial, un soplo de vida que renueva la relación conyugal y hace de cada lugar doméstico un pequeño cenáculo.
Como en el día de Pentecostés, cada familia puede recibir el amor de Dios que se derrama, delicada pero eficazmente, en su vida cotidiana. En el Espíritu, las dificultades y alegrías que caracterizan la vida familiar son atravesadas por la luz de la resurrección y dotadas de un significado nuevo, de posibilidades proféticas que se abren hacia el futuro. Por medio del Espíritu Santo, no hay situación existencial lacerada y lacerante que no pueda encontrar curación, consuelo, comprensión, entendimiento, sintonía, armonía y espera del tiempo del otro. Éstos son algunos de los efectos existenciales que la humilde acogida del Espíritu determina en una familia que se dispone a invocarlo y a esperarlo.
Como los apóstoles reunidos en el cenáculo junto a María, abramos de par en par las puertas de nuestro corazón en espera del Espíritu, que es Señor y da la vida. Sumerjámonos en el corazón de Dios a través de la oración y saquemos fuerzas de su ternura, para hacer de nuestros hogares su morada estable. Saboreemos la sobria embriaguez del Espíritu en cada mirada compartida, palabra comunicada y caricia dada, para fortalecernos en la comunión y resistir, firmes y unidos, en los tiempos de las dificultades y de las crisis. Como familia, invoquemos al Espíritu Santo, sin temor, pero con fervor y humildad: «Espíritu Santo, unidad perfecta, canto del corazón de Dios, ofrenda de amor por la humanidad, desciende y reaviva la unicidad de nuestra carne para convertirnos cada día en un solo cuerpo y una sola alma. Ven Espíritu de amor y haz de nuestra casa tu morada, para que podamos saborear en cada momento de la ternura desbordante de tu presencia liberadora».
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo: Reciban el Espíritu Santo.
✠ Del santo Evangelio según san Juan 20, 19-23
Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: «La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo». Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar».
Palabra del Señor.