Por: Lina y Dino Cristodoro (Alleanza di famiglie).
«Yo soy el buen pastor» es el título más desarmado y desarmante de Jesús se dio a sí mismo. Sin embargo, esta imagen no tiene nada de debilidad o sumisión. Él es el pastor fuerte que se enfrenta a los lobos y que tiene la valentía de no huir; el pastor bello y el pastor verdadero que se preocupa por las cosas importantes. El pastor que da la vida por sus ovejas.
A la pareja y a la familia, Jesús, el buen pastor, da el ejemplo: el amor del verdadero pastor es extremadamente fiable hasta el final y más allá, porque ofrece la vida por sus ovejas. «Dar la vida» se entiende en el sentido de la vid que da vida a los sarmientos; del vientre de mujer que da vida al niño; del agua que da vida a la estepa árida. «Ofrecer su vida» significa que nos da su forma de amar y de luchar. Sólo con un suplemento de vida, la suya, podremos vencer a los que buscan la muerte, a los lobos de hoy. También nosotros, discípulos que queremos, como él, esperar y construir, dar la vida y liberar, estamos llamados a asumir el papel del «buen pastor»; es decir, a ser fuertes, bellos y verdaderos, incluso en el pequeño rebaño que se nos ha encargado: la familia, los amigos y aquellos que confían en nosotros.
En la vida cotidiana, «dar la vida» significa en primer lugar dar nuestro tiempo, lo más raro y preciado que tenemos; estar presente para el otro, en escucha atenta, sin distraernos y cara a cara; es decirle: tú me importas.
«Eres el único pastor que nos hace caminar a los cielos, Tú, el pastor bello. Y ya sabes que cuando le decimos a alguien “eres bello” es como decirle “te amo”» (Ermes Ronchi).
Nuestro corazón puede desear y acoger dócilmente este amor para transmitirlo al esposo o a la esposa en total pobreza, porque es Jesús quien nos ayuda a comprender que, con su ayuda, en Él, también nosotros, los esposos, podemos aprender poco a poco a amar de una manera cada vez más profunda y confiable. Todo lo contrario del mercenario, a quien las ovejas no le pertenecen, Jesús entra por la puerta, pero Él mismo es la puerta de la Salvación. Por la puerta, se entra con respeto y amor. Por la valla, se entra a escondidas y mediante el engaño. Nosotros también, como esposos, aprendamos a tener respeto y amor por nuestro cónyuge, sin imponer nada, sino atendiendo el tiempo del otro, con delicadeza y respeto.
El buen pastor está siempre atento, con discreción, a la pareja y a sus necesidades. ¡Cuántas heridas, cuántos miedos y fragilidades se disuelven gradualmente cuando son inundados por el amor! Solo mirando a Cristo, manteniendo la mirada fija en Él, podemos caminar hacia la plenitud de ese amor que, como puro don, implanta en los esposos un modo único de amar, custodios de una gracia que es derramada por Cristo pastor, mediante el sacramento celebrado. Recordemos siempre ese «sí» pronunciado frente al altar, un «sí» que se repite y se multiplica cada día. Cada llamada al amor exige siempre un «sí», sobre todo, un sí a Cristo, nuestra salvación.
Que las elecciones en nuestra vida estén orientadas siempre hacia ese amor del cual hemos sido generados. Que reconozcamos siempre su voz, porque es liberadora, y sigamos al pastor que entra siempre por la puerta para presentarnos los pastos de la alegría.
San Juan Pablo II:
«El compromiso apostólico de los fieles laicos con la familia es ante todo el de convencer a la misma familia de su identidad de primer núcleo social de base y de su original papel en la sociedad, para que se convierta cada vez más en protagonista activa y responsable del propio crecimiento y de la propia participación en la vida social. De este modo, la familia podrá y deberá exigir a todos —comenzando por las autoridades públicas— el respeto a los derechos que, salvando la familia, salvan la misma sociedad» (𝘊𝘩𝘳𝘪𝘴𝘵𝘪𝘧𝘪𝘥𝘦𝘭𝘦𝘴 𝘭𝘢𝘪𝘤𝘪, 40).
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
El buen pastor da la vida por sus ovejas.
✠ Del santo Evangelio según san Juan 10, 11-18
En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas. En cambio, el asalariado, el que no es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas. Tengo además otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor. El Padre me ama porque doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita; yo la doy porque quiero. Tengo poder para darla y lo tengo también para volverla a tomar. Este es el mandato que he recibido de mi Padre».
Palabra del Señor.