Por: Daniela y Giuseppe Gulino (Alleanza di famiglie).
El evangelio de hoy nos toca tan profundamente que no podemos permanecer indiferentes. Es una palabra que vemos concretarse todos los días. No es un episodio que ocurrió mientras Jesús estaba con los discípulos, sino un hecho que sucede justo ante nuestros ojos todos los días.
Dos discípulos, tal vez un hombre y una mujer, tal vez una pareja de esposos como nosotros, acaban de encontrar al Señor resucitado, lo han reconocido al partir el pan y este acontecimiento cambia sus corazones, sus vidas, y mientras antes estaban cansados y tristes, ahora están listos para dar su testimonio gozoso. Cuántas veces nos sucede que cuando hablamos de nuestro encuentro con Jesús vemos los corazones expandirse, sentimos el Espíritu vibrar, nuestro testimonio hace presente al Señor que anunciamos. Y Jesús resucitado se hace verdaderamente presente, se les aparece mientras aún están hablando y les trae la paz, la «paz profunda», la que va más allá de la superficie emotiva, que va más allá de las preocupaciones cotidianas, y llega hasta allí, a la parte más íntima de nosotros.
Lo conocían bien, Jesús había caminado con ellos, había hablado, trabajado, amado, y sin embargo esta vez no lo reconocen, les parece un fantasma. ¿Cuántas veces nos ha pasado que Jesús ha caminado a nuestro lado y no lo hemos reconocido? Pero Jesús les pronuncia los verbos más sencillos y familiares: «mirar, tocar, comer»; habla y explica las Escrituras, y su presencia viva abre el entendimiento a la inteligencia, a la comprensión de la Palabra que de repente se vuelve clara, sencilla, cercana, como dirigida a cada uno de ellos, y a cada uno de nosotros.
De ahí surge la misión de ser testigos —no predicadores sino testigos— de su presencia, de su cercanía y de su paz, en nuestra vida de esposos, en nuestra familia y en nuestro trabajo, con la sencillez de los niños que tienen una bellísima noticia que dar y no pueden quedarse callados, y su rostro se ilumina, su mirada y su sonrisa se vuelven luz —no son la Luz, sino que dan testimonio de la Luz—, pues traen la noticia más grandiosa que existe: Jesús no es un fantasma, está vivo y nos envuelve de paz, de resurrección y de vida.
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
Está escrito que Cristo tenía que padecer y tenía que resucitar de entre los muertos.
✠ Del santo Evangelio según san Lucas 24, 35-48
Cuando los dos discípulos regresaron de Emaús y llegaron al sitio donde estaban reunidos los apóstoles, les contaron lo que les había pasado por el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan. Mientras hablaban de esas cosas, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes». Ellos, desconcertados y llenos de temor, creían ver un fantasma. Pero él les dijo: «No teman; soy yo. ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona. Tóquenme y convénzanse: un fantasma no tiene ni carne ni huesos, como ven que tengo yo». Y les mostró las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creer de pura alegría y seguían atónitos, les dijo: «¿Tienen aquí algo de comer?» Le ofrecieron un trozo de pescado asado; él lo tomó y se puso a comer delante de ellos. Después les dijo: «Lo que ha sucedido es aquello de que les hablaba yo, cuando aún estaba con ustedes: que tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos». Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras y les dijo: «Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto».
Palabra del Señor.