Por: Ivana y Giovanni Granatelli (Alleanza di famiglie).
Queridos hermanos y hermanas amados por el Señor, hemos llegado al segundo domingo del tiempo de Pascua. Saludémonos, pues, diciendo: «Aleluya, Jesús ha resucitado. Él verdaderamente ha resucitado. Aleluya».
Después de su resurrección, Jesús se apareció a sus discípulos y estuvo entre ellos, nos dice el evangelio, e inmediatamente llenó sus corazones no sólo de asombro, de maravilla, sino también de alegría y, sobre todo, de paz. De hecho, las primeras palabras que pronuncia el resucitado son: «La paz esté con ustedes». Cristo es la paz, la verdadera paz, Cristo es el príncipe de la paz que debe reinar en nuestros hogares. Invoquemos la paz sobre nosotros, sobre nuestras relaciones matrimoniales y familiares, sobre todos los que caminan con nosotros, sobre quienes encontramos, sobre el mundo entero y sobre toda la humanidad. Que la paz de Cristo esté siempre con nosotros, y de nuevo reflexionemos sobre el hecho de que durante la primera aparición de Jesús Tomás no estuvo presente y no fue invadido por la misma alegría de la que fueron investidos sus compañeros. Él permanece incrédulo, perplejo, pero Jesús no lo deja en esta situación, aparece de nuevo y le prepara un encuentro personal único y especial. Jesús se deja tocar por Tomás, le deja poner su mano en sus llagas, en las marcas de los clavos y en su costado traspasado, donde se esconde la infinita misericordia de Dios. También nosotros, con demasiada frecuencia, nos aislamos, nos alienamos, nos distanciarnos de nuestro esposo, de nuestra esposa, de nuestra familia, de la comunidad, nos alejamos de ese lugar privilegiado que Dios eligió para que podamos experimentar su amor, su misericordia y su salvación.
Al alejarnos de casa, nos distanciamos de Dios mismo.
No se trata necesariamente de un distanciamiento físico, sino de pensamiento y de corazón, y esto puede transformarse en un verdadero atentado a la unidad y comunión al interior de esa pequeña comunidad o iglesia doméstica que Dios nos ha dado: la familia.
¿La buena noticia, saben cuál es? Es que Cristo resucitó por nosotros y que a través de Él nuestra vida también puede resucitar. Nuestras relaciones desgastadas, nuestras relaciones heridas y sangrantes, nuestras situaciones humillantes y desalentadoras, nuestros sueños rotos, nuestros deseos sin esperanza alguna, todo lo puede resucitar Jesús. Cristo puede cambiar nuestra suerte. Cristo es nuestra Pascua, aquel que nos conduce de una cultura de muerte, oscuridad y juicio a una cultura de vida, luz y perdón.
En un mundo donde todo parece ensañarse contra el matrimonio y la familia, como Dios la ha pensado, queremos, como Tomás, reconocer en Cristo a nuestro Señor y a nuestro Dios, el único que tiene el poder de combatir por nosotros, de vencer y de reinar con su amor en nuestra casa.
Que en este domingo de la Divina Misericordia, cada familia se deje alcanzar por la gracia del Espíritu Santo y se convierta en una pequeña «posada de la misericordia», donde disfrutar de la alegría de estar junta y compartir con sencillez la belleza de la reconciliación y de la paz y ternura para cuidarnos unos a otros en el amor de Cristo.
El Señor nos bendiga, amén, aleluya.
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
Ocho días después, se les apareció Jesús.
✠ Del santo Evangelio según san Juan 20, 19-31
Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: «La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo». Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar». Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré». Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes». Luego le dijo a Tomás: «Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree». Tomás le respondió: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús añadió: «Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto». Otras muchas señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritas en este libro. Se escribieron éstas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.
Palabra del Señor.