Como Cristo, el hombre y la mujer son también libremente don y respuesta el uno para el otro
Por: Lina y Dino Cristodoro (Alleanza di famiglie).
El evangelio del Domingo de Ramos nos presenta la entrada de Jesús en Jerusalén en medio de las aclamaciones de la multitud, hasta su muerte en la cruz. Queremos detener nuestra reflexión en el momento más alto del amor de Dios por la humanidad: el sacrificio de Jesús en la cruz. En efecto, es de ese amor, de ese sacrificio por su esposa, la Iglesia, que se genera el sacramento del matrimonio, porque es: «recuerdo permanente […] de lo que acaeció en la cruz» (FC, 13). Pero precisamente por este «recuerdo» el matrimonio, es crucifixión, y es ante todo un morir continuo a sí mismo para entregarse al otro. Como Cristo, durante la cena pascual, se entrega a su comunidad y la hace su esposa en un gesto totalmente libre y gratuito, el hombre y la mujer son también libremente don y respuesta el uno para el otro, salida continua de sí mismo para ir hacia el otro.
Pero también la crucifixión de la familia es de algún modo la «llamada» a la cruz de Cristo. ¡Cuántas experiencias cotidianas, cuántas situaciones dolorosas (enfermedad, falta de trabajo, falta de futuro, violencia, divisiones) nos recuerdan a veces el Gólgota! El amor conyugal es amor crucificado. Hay momentos en la vida en los que parece que lo hemos hecho todo mal: en la oscuridad del corazón, en el horror del dolor que parece sin sentido, en la injusticia de las acciones sufridas, en la irracionalidad del sufrimiento perpetuado sin culpa; el corazón se rebela y, a veces, incluso desde nuestros hogares parece salir ese grito de dolor: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». La única salida es volver la mirada hacia Aquel que traspasaron. No podemos hacer otra cosa que mirar «ese crucifijo», ese cuerpo desgarrado por el amor. Y allí encontrar el sentido, la fuerza y el consuelo.
¡Poder ver que Jesús está a nuestro lado en las situaciones más dolorosas, en los momentos oscuros de nuestra familia, en los malentendidos de vivir el misterio de ser una sola carne! Disfrutar de la compañía del Hijo de María, de la solidaridad de su ser hombre y Dios para nosotros, de la voluntad de salvarnos no del sufrimiento (que es parte integrante de nuestra vida), sino del pensamiento de estar solos y abandonados por Dios. Ésta es la lección que se aprende en la contemplación amorosa de Cristo crucificado, su estar junto a nosotros, la compañía de su corazón que sufre con el nuestro y como el nuestro, la fuerza de su resistencia, el poder de su perdón, la voluntad de permaneced en silencio, poniendo todo en manos del Padre.
Estamos en el Gólgota. Ésta es la gracia de la liturgia que experimentaremos en los próximos días, reviviendo lo que se narra en el evangelio y participando de los misterios celebrados, experimentando el significado salvífico de los acontecimientos, la fuerza del amor de Dios que abraza y transforma. Jesús está solo ante sí mismo, como también nosotros lo sentimos a veces, pero es necesario vivir el tiempo de la contemplación, el silencio de adoración, porque cuanto más contemplamos el Amor crucificado, más descubrimos la solidaridad de Dios con nuestro dolor. Y desde el Gólgota, podemos vislumbrar ya la resurrección de Cristo y en Él nuestras situaciones también encuentran reparación y Resurrección. ¡Amén!
Concilio Vaticano II. «El genuino amor conyugal es asumido en el amor divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia para conducir eficazmente a los cónyuges a Dios y ayudarlos y fortalecerlos en la sublime misión de la paternidad y la maternidad. Por ello los esposos cristianos, para cumplir dignamente sus deberes de estado, están fortificados y como consagrados por un sacramento especial, con cuya virtud, al cumplir su misión conyugal y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, que satura toda su vida de fe, esperanza y caridad, llegan cada vez más a su propia perfección y a su mutua santificación, y , por tanto, conjuntamente, a la glorificación de Dios» (Gaudium et spes, 48).
(Traducido del original en italiano).
Sobre el autor