Por: Filippa y Gino Passarello (Allenza di famiglie).
El tiempo de Cuaresma es un tiempo de purificación y de conversión, es un tiempo en el que, como personas y como cónyuges, somos instados a abrir nuestra vida personal y conyugal al Señor para que, a través de su Espíritu, nos renueve y nos ayude a dejar todas las cargas, los ídolos, las «riquezas» que nos impiden acoger y vivir su proyecto de amor.
Nuestra casa, como el templo de Jerusalén, es casa de Dios, es iglesia doméstica, lugar de oración donde el amor consagrado se hace pan en cada gesto de ternura y de servicio y revela el rostro del Esposo que, en el transcurrir cotidiano de vida, se da como don a los hombres, se convierte en Palabra de salvación. ¿Qué encontrará Jesús cuando entre en su/nuestra casa?
¿Cuántas familias, quizás también la nuestra, han hecho del «templo de Dios» un mercado, han transformado el don en comercio, el amor en ganancia, la acogida en abuso y la ternura en violencia? El gesto decisivo de Jesús contra los mercaderes del templo, a primera vista puede resultar sorprendente: Él, el manso por excelencia, utiliza un látigo para golpear y ahuyentar. En realidad, Jesús revela el rostro celoso de Dios, que muestra misericordia hacia sus hijos, pero no duda en aplastar el mal con sus seducciones y halagos. Hoy, Jesús quiere entrar en nuestra casa, dispuesto a ahuyentar y destruir aquello que nos aleja de Él, lo que nos hace vivir en la oscuridad y la indiferencia, lo que humilla y degrada la belleza del don recibido y nos invita a hacer de nuestro hogar una «casa de oración», donde la oración conjunta diaria, humilde y confiada, el amor, el perdón, la acogida y el servicio mutuo celebran el amor de Dios.
«Adorar a Dios en espíritu y verdad» para nosotros, familias, significa ver el rostro de Dios en el otro, amarlo como Él lo ama, tener en el corazón su santidad, responder a la llamada de ser «evangelio» para los hombres de nuestro tiempo, ser dóciles al Espíritu que cada día renueva el vino nuevo del amor y de la alegría para hacernos signo de su amor.
Este podría ser el tiempo para detenernos, tal vez viviendo la celebración del sacramento de la Reconciliación, el tiempo para el diálogo, el tiempo para contemplar el «Misterio», para dejarnos interpelar por la Palabra y para preguntarnos humildemente qué cosa debemos dejar para celebrar la Pascua de el Señor, que se teje en nuestras vidas.
Papa Francisco: «Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos» (3,20). Así se delinea una casa que lleva en su interior la presencia de Dios, la oración común y, por tanto, la bendición del Señor (Amoris laetitia, 15).
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
𝘋𝘦𝘴𝘵𝘳𝘶𝘺𝘢𝘯 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘵𝘦𝘮𝘱𝘭𝘰 𝘺 𝘦𝘯 𝘵𝘳𝘦𝘴 𝘥í𝘢𝘴 𝘭𝘰 𝘳𝘦𝘤𝘰𝘯𝘴𝘵𝘳𝘶𝘪𝘳é.
✠ Del santo Evangelio según san Juan 2, 13-25
Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús llegó a Jerusalén y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas con sus mesas. Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del templo, con todo y sus ovejas y bueyes; a los cambistas les volcó las mesas y les tiró al suelo las monedas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre».
En ese momento, sus discípulos se acordaron de lo que estaba escrito: El celo de tu casa me devora.
Después intervinieron los judíos para preguntarle: «¿Qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?» Jesús les respondió: «Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré». Replicaron los judíos: «Cuarenta y seis años se ha llevado la construcción del templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?» Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó Jesús de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho aquello y creyeron en la Escritura y en las palabras que Jesús había dicho.
Mientras estuvo en Jerusalén para las fiestas de Pascua, muchos creyeron en él, al ver los prodigios que hacía. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que nadie le descubriera lo que es el hombre, porque él sabía lo que hay en el hombre.Palabra del Señor.