Por: Alessandra y Luca Monsecato (Allenza di famiglie).
El evangelio de este domingo nos hace vivir la bellísima experiencia de la transfiguración de Jesús en el monte Tabor. Ante los ojos de los discípulos, el cuerpo de Jesús, humanamente semejante al nuestro, se transfigura, mostrando su divinidad y regalando un anticipo de la gloria de la resurrección. Nuestro cuerpo, de hecho, como nos recuerda san Pablo, será transfigurado por Jesús «en un cuerpo glorioso como el suyo».
Sin embargo, la transfiguración no es un acontecimiento que concierne a un futuro lejano, sino que es un misterio que se presenta todos los días y que estamos llamados a vivir de primera mano.
Cada día en la eucaristía, Jesús se transfigura, dándonos a todos la posibilidad de convertirnos en muchos tabernáculos vivos, canales de gracia capaces de difundir su amor al resto del mundo. Durante la Santa Misa, en unión con Jesús, tenemos la posibilidad de disfrutar del momento más elevado de comunión con Dios.
La experiencia de la transfiguración se repite incesantemente también al interior de nuestras familias: los esposos que se alimentan del cuerpo de Cristo pueden mirarse transfigurados, con los ojos de Dios. Su cuerpo, templo del Espíritu Santo, se transfigura cada vez que se convierte en don de amor para los demás, ¡y la familia se convierte así en lugar de transfiguración! El sacramento del matrimonio nos permite actualizar permanentemente la presencia de Jesús vivo en nuestra historia de pareja. Si el amor entre el hombre y la mujer es imagen del amor trinitario, ¡no podemos dejar de experimentar a Jesús transfigurado entre nosotros!
¿Acaso no es «transfiguración» cuando una familia reunida en oración se convierte en una pequeña iglesia doméstica? ¿O cuando los dos cónyuges ofrecen su cuerpo, su tiempo y sus esfuerzos para la educación de sus hijos y para el servicio de los más pobres?
El Papa Francisco, en una de sus catequesis sobre la familia, afirma que «es conmovedora y muy bella esta irradiación de la fuerza y de la ternura de Dios que se transmite de pareja a pareja, de familia a familia». Nuestros cuerpos se transfiguran cada vez que se ponen al servicio de la humanidad que sufre y se ofrecen como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios.
Pidamos entonces a Jesús que nos haga saborear con el mismo asombro que Pedro, Santiago y Juan el misterio de la transfiguración que se manifiesta en nuestras familias, para que podamos reconocer la voz del Padre que proclama: «Este es mi Hijo amado; escúchenlo».
(Traducido del original en italiano).
EVANGELIO
𝘌𝘴𝘵𝘦 𝘦𝘴 𝘮𝘪 𝘏𝘪𝘫𝘰 𝘢𝘮𝘢𝘥𝘰.
✠ Del santo Evangelio según san Marcos 9, 2-10
En aquel tiempo, Jesús tomó aparte a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos a un monte alto y se transfiguró en su presencia. Sus vestiduras se pusieron esplendorosamente blancas, con una blancura que nadie puede lograr sobre la tierra. Después se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». En realidad no sabía lo que decía, porque estaban asustados. Se formó entonces una nube, que los cubrió con su sombra, y de esta nube salió una voz que decía: «Este es mi Hijo amado; escúchenlo». En ese momento miraron alrededor y no vieron a nadie sino a Jesús, que estaba solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí qué querría decir eso de ‘resucitar de entre los muertos’.
Palabra del Señor.